Libro: El asesinato del profesor de matemáticas
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—Les va la marcha —le secundó Nico.<br />
—Tuvieron una infancia difícil y ahora quieren vengarse<br />
—hizo lo propio A<strong><strong>de</strong>l</strong>a.<br />
No estaban muy seguros <strong>de</strong> lo que <strong>de</strong>cían, pero se<br />
sintieron confortados por sus teorías.<br />
—Ya es la hora —volvió a la dura realidad Nico.<br />
—No quiero aguantar las preguntas <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más,<br />
volvamos a clase —propuso A<strong><strong>de</strong>l</strong>a.<br />
—Qué remedio —exclamó Luc.<br />
Se levantaron, pero no fueron por las escaleras hacia<br />
arriba. Sin <strong>de</strong>cir nada caminaron en dirección a los<br />
lavabos <strong>de</strong> la planta baja envueltos <strong>de</strong> nuevo en su silencio.<br />
En su trayecto pasaron cerca <strong><strong>de</strong>l</strong> <strong>de</strong>spacho <strong><strong>de</strong>l</strong><br />
director, Mariano Fernán<strong>de</strong>z. Hasta ellos llegaron unas<br />
voces.<br />
Aminoraron el paso.<br />
Una era la <strong><strong>de</strong>l</strong> profe <strong>de</strong> mates. La otra pertenecía<br />
al propio director <strong><strong>de</strong>l</strong> centro.<br />
—¡No, Romero, no! ¡Lo siento! ¡Es mi última palabra!<br />
—<strong>de</strong>cía Mariano Fernán<strong>de</strong>z.<br />
—No pue<strong>de</strong> hacerlo, ¿es que no se da cuenta? —insistía<br />
Felipe Romero.<br />
—¿Que no puedo? ¡No sabe hasta dón<strong>de</strong> soy capaz<br />
<strong>de</strong> llegar yo! ¡Las cosas son así!<br />
—Pero no es justo.<br />
—¡Romero, ésta no es su guerra! ¡Le juro que...!<br />
Estaban como hipnotizados, pendientes <strong>de</strong> aquella<br />
insólita discusión, ¿o cabía llamarla pelea? Tenían los<br />
pies pegados al suelo. Lo malo fue que en ese mo-