Libro: El asesinato del profesor de matemáticas
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—Bueno, son i<strong>de</strong>as —argumentó Luc.<br />
—¿Y tú lees novelas policiacas? —se extrañó Nico.<br />
—¡Es distinto, en las novelas no conozco a la persona<br />
muerta!<br />
Luc no estaba dispuesto a renunciar a sus disquisiciones<br />
mentales.<br />
—Hay algo más —apuntó—. Está claro que el asesino<br />
es un hombre.<br />
—¿Por qué? —quiso saber Nico.<br />
—Porque no pudo llevárselo una mujer, pesaba <strong>de</strong>masiado<br />
—fue categórico—. Estábamos en mitad <strong><strong>de</strong>l</strong><br />
solar.<br />
—Y no sólo lo hizo, sino que a<strong>de</strong>más limpió la sangre<br />
<strong><strong>de</strong>l</strong> suelo en unos minutos —intervino ahora A<strong><strong>de</strong>l</strong>a<br />
más interesada.<br />
—¿Y si era una mujer fuerte?<br />
—No tuvo tiempo.<br />
—¿Y si tenía un cómplice?<br />
Fue automático. Los tres miraron recelosos e inseguros<br />
más allá <strong>de</strong> los muros <strong><strong>de</strong>l</strong> colegio, por si notaban<br />
algo raro. Alguien con unos binoculares o cualquier cosa<br />
parecida. Tal vez un rifle <strong>de</strong> precisión con mira telescópica.<br />
Se llevaron un buen susto cuando oyeron la voz sonora<br />
y rotunda <strong><strong>de</strong>l</strong> señor José, habituado a gritar y a<br />
imponerse con fuerza mediante su tono.<br />
—¡Hola, chicos!<br />
Se volvieron y le miraron. Vestía su habitual mono<br />
azul. Y sonreía.