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Aprended de ellos. No estoy en contra de los cambios o, mejor
dicho, de eso que llaman “Progreso”. Pero admiro aquellas épocas
pasadas en que se vivía de un modo más natural y menos
enfermizo. Imaginaos una cena en 1920, en una familia humilde y
modesta: un poco de pan, algo de aceite, un poco de queso de
oveja, agua para los niños y un vasito de vino tinto para los
mayores. No hay televisión; tampoco radio. No hay prisas, ¿para
qué? Se charla, se comenta el día, se saborea cada mendrugo de
pan (no hay más…) Hay miseria, claro que la hay. El dinero lo tiene
el patrón que los ha jodido más de 60 horas a la semana por 4
pesetas de mierda, pero esa familia tiene algo: son honrados, no
deben dinero a nadie. Pueden sentirse orgullosos, en su pobreza.
Aunque esa noche el estómago les ruja, saben que se tienen los
unos a los otros. Eso es la vida, y no la mierda que nos venden en
televisión: “Cómprese este coche último modelo”. “Váyase de
viaje a la quinta puñeta”. “Cómprese el traje de Mariquita Pérez
en el cumpleaños de Fulano de Mengano" Es asqueroso. ¿Eso es el
Progreso? Que se vayan al infierno, yo no quiero esa vida.
Preferiría mil veces tener que compartir mi pobre queso de oveja
con mis hijos y mi mujer que vivir como me marca la telebasura.
Un trabajo digno, una pareja, unos amigos, una casa (o un campo)
y la conciencia tranquila. No quiero más.
ENERO 2009