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consecuencia de siglos de dominación, colonialismo y primer plano
en la vida política, social, económica, cultural y ¿por qué no?
militar. La “fortaleza” se desintegra, hace aguas por todas
partes y es sólo cuestión de tiempo que reviente y caiga al suelo,
estrepitosamente y de manera rotunda. Lo estamos viendo. Sólo
que ahora no son visigodos, alanos, vándalos, ostrogodos,
lombardos, germanos, anglos o sajones, sino marroquíes,
argelinos, rumanos, colombianos, ecuatorianos, argentinos, chinos
y un largo etcétera.
Es un hecho que el bastión europeo se agrieta, incapaz de
guardar por más tiempo su Tesoro: la riqueza y opulencia
económica, la fuente de oportunidades y, en definitiva, el poder
vivir de acuerdo al sueño que hemos restregado por la cara a los
habitantes de los que, alguien poco acertado, llamó el Tercer
Mundo.
El modelo socialista/comunista cayó, al igual que el
norteamericano/europeo occidental lo hará, tarde o temprano. Y
es un hecho también que, como las cartas de hace 30 años que
reproduje, los países más pobres demandarán más protagonismo,
más riqueza y más oportunidades. El problema no es tanto esta
situación, que ya vivimos y que cualquier analista puede observar.
El problema son las consecuencias que puedan tener en un plazo
no muy lejano.
Personalmente me preocupa que las nuevas generaciones
reacciones con odio y sean presa fácil de las corrientes
neofascistas y que, por lo que observo, muestran ya actitudes
hacia ciertos colectivos que son de un contenido ciertamente
peligroso: grabación de videos caseros o con el móvil de violencia
hacia gente indefensa; acoso, insultos y agresiones a compañeros
de clase; violencia física y verbal hacia discapacitados o
vagabundos; convivencia “normalizada” y cotidiana con la
violencia; odio y actitudes agresivas hacia inmigrantes y, en
general, la ley del más fuerte y a actitud cobarde que conlleva el
actuar en grupo respaldado por una tribu de canallas, faltos de
sensibilidad y verdadera hombría. Por suerte esta actitud no es