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El mundo se polariza, y los que son ricos o pobres lo son aún<br />
más. Comprender esto es vital porque seguramente marcará los<br />
acontecimientos de los próximos años. El estupor que causa<br />
marcarse unas metas y no poder llegar a ellas es sin duda el<br />
alimento que está creando esta sociedad insatisfecha. Pero la<br />
pregunta es: ¿qué clase de sociedad queremos? ¿Tenemos idea<br />
clara de las posibles alternativas, de las soluciones o del rumbo<br />
que va a seguir todo esto? ¿A qué llamamos felicidad? ¿Qué<br />
valores rigen nuestras vidas? ¿Qué estamos dispuestos a perder,<br />
a ganar, a aceptar? Vivimos en una cultura del bienestar, en el<br />
Primer Mundo, más concretamente en la Unión Europea, un<br />
conglomerado de países y realidades que surgió con una clara<br />
vocación política y económica, más que social o cultural. La gente<br />
que maneja capitales a gran escala y tiene capacidad de<br />
influencia y decisión se mueve libremente en este escenario.<br />
¿Qué puede importarles unos millones más o menos de parados?<br />
¿Unas pequeñas pérdidas de unos cuantos miles o cientos de<br />
miles de €uros, cuando puede invertir en un espacio vastísimo? El<br />
capital no tiene apego a ningún tipo de sentimiento, es<br />
implacable; sólo obedece a una ley y sigue a un único Dios: el<br />
beneficio. ¿Podemos llegar a creernos toda la cortina de humo<br />
que nos lanzan desde los gobiernos nacionales, desde el Consejo<br />
de Europa, desde Washington o desde los organismos<br />
internacionales? ¿Qué demonios está pasando? ¿Es sostenible el<br />
actual sistema, con millones de personas sin trabajo, con otros<br />
cuantos en el umbral de la miseria absoluta, con la degradación en<br />
todos los sentidos de una mal llamada democracia? ¿Quién se<br />
está beneficiando de todo esto? No la gente que acude a la cola<br />
del paro a tratar de ganarse un sueldo para alimentar a sus<br />
familias; no la gente que debe acudir a Servicios Sociales, a<br />
Cáritas o a otra organización porque necesita comida y ayudas; no<br />
los mendigos que pululan por las grandes ciudades como Elche,<br />
Alicante, Barcelona o Madrid; no los enfermos mentales (como<br />
yo) que debemos sufrir el odio de una sociedad desestructurada<br />
que confunde a sus enemigos y que descarga su rabia contra