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EN LA DIRECCIÓN CORRECTA (O EL ENEMIGO INVISIBLE)
Estamos a pocas semanas del fin del 2010. Miramos atrás y
comprobamos si hemos cumplido con los objetivos cumplidos, en
este último año, en la última década… en los últimos 18 años, o en
toda una vida. La percepción personal es muy importante, pero la
satisfacción es una extraña mezcla entre hechos objetivos, entre
parámetros cuantificables y nuestra propia subjetividad. Nos
movemos entre la consecución de nuestros sueños y una cierta
disciplina interior, entre el deber autoimpuesto y el disfrute de
una vida que se nos va, segundo a segundo.
He hablado en otras ocasiones del “Sueño de Occidente”,
que desgraciadamente sólo es real para una escasa minoría. Pero
objetivamente hablando es posible para millones de personas.
Basta con tener unos ingresos mínimos aceptables, disponer de
acceso a agua potable, energías, transporte, sanidad, ocio,
alimentación saludable… ¿Qué está pasando entonces? La
infelicidad es una epidemia en nuestra cultura, una lacra que
afecta incluso a personas bien situadas. Tenemos lo que nos
basta y aún así, crece la frustración, las depresiones, la
incertidumbre, el miedo, los odios…
Es cierto que vivimos una crisis económica (extensible a
otras áreas) pero no es el motivo de fondo. Hay gente sin
trabajo, viviendo en condiciones precarias y gente en las afueras
del sistema, marginadas y sin oportunidades de cambiar su
situación. El mundo capitalista, el mundo de las
socialdemocracias, de las presuntas democracias (término más
que discutible) ha apretado el acelerador a fondo. Una huida
hacia delante, un sálvese el que pueda, una reacción de no vuelta
atrás… Pocos son los que pueden seguir el ritmo que están
marcando desde centros inaccesibles como gobiernos,
multinacionales, grupos de presión, entidades bancarias. Un filtro
por el que se va escurriendo la gente en esta carrera hacia el
infierno.