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la virilidad y fuerzas masculinas, pero siempre subordinado a la
Gran Madre, adorada en bosques, cuevas o bosques sagrados, al
cargo de sacerdotisas. El Próximo Oriente fue un hervidero de
cultos similares y, en este contexto, aparece la figura de
Jesucristo, que toma prestados elementos egipcios, esenios y de
otros cultos.
Es obvio reconocer que la mayoría de culturas actuales son
masculinas, como sus dioses principales: Alá, Yahvé, Dios, etc… Y
también es obvio señalar que cualquier iniciado en los misterios
de cualquier tipo, sabe que no puede haber Masculino sin su
correspondiente Femenino, pues de ello se deriva el desequilibrio,
como lo demuestra nuestra decadente, masculina y prepotente
civilización. quizás la crisis que vivimos, al margen de su
repercusión económica, sea la ocasión para retomar aquellos
viejos cultos a la Diosa Madre, pues nuestro sistema ha agotado
el gusto por la competitividad, la agresividad, el poder, el control
o la racionalidad, y demanda cooperación, solidaridad,
sentimentalidad, libertad e intuición.
Mi evolución personal no es ajena a esta crisis. Como
muchas personas me formé en ese mundo masculinizado. Debo
agradecer, pues, a mi enfermedad el girar en redondo y buscar
otros caminos, en cuyos senderos encontré un mundo que había
perdido. Reencontré lo femenino e intuí que quizás mi
desequilibrio no era otra cosa que un exceso de valores
masculinos. Para mucha gente –hombres sobre todo, pero también
mujeres- expresar sentimientos o ser ilógico, espontáneo, etc…
significa perder su virilidad. No creo que ello sea verdad. Tanto
hombre como mujeres tenemos valores de ambos polos, y en ese
equilibrio se halla la fuerza que nos mantiene en buen estado.
Cada cual debe mirarse el ombligo y con sinceridad ver qué está
pasando. El hombre debe ser mujer, y no estoy hablando de
homosexualidad, bisexualidad o transexualidad, que por otro lado
son elecciones personales, sino de la androginia, del ser completo
que es mujer y hombre al mismo tiempo. Al igual que una mujer