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propia vida, el recuerdo de consejos de otras personas y, tras
varias peripecias, el regreso a su hogar y el abandono de la isla.
Robinsón no deja de ser inglés en ningún momento e incluso
de rezar a su Dios, pero sutilmente el autor nos traslada a unas
coordenadas al margen del espacio y el tiempo, al margen de la
sociedad, un reino nuevo donde el esfuerzo personal, la ausencia
total de leyes o normas, la autogestión de la propia vida y de los
recursos, nos sitúa en una obra que si bien es anterior a los
grandes autores anarquistas, me parece de un carácter libertario
propio de las grandes utopías anteriores y posteriores, que
entronca con Diógenes y los cínicos, el igualitarismo de
corrientes de la Edad Media, la libertad de los grandes
personajes del Renacimiento y el pensamiento anarquista de los
siglos XIX y XX. Una obra pues para disfrutar, para recapacitar
y para dar alas a la imaginación de los que soñamos con un mundo
más justo, más libre, donde todos tengamos cabida.
MAYO-JUNIO 2010