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VIAJES
Siempre me han gustado los contrastes culturales, a pesar
de que desde hace tiempo vivimos en la puta globalización. De
niño y adolescente practiqué camping con mis padres y visité
múltiples lugares y provincias: el verdor de Asturias; la
monumentalidad de Cantabria; la impresionante y gigantesca
naturaleza de Huesca; la paz de la pradera de Albarracín en
Teruel; el bullicio de Moraira (que despertó mi sexualidad) en
Alacant; el amor de los bosques y la fauna de Cazorla, en Jaén; la
sensibilidad y misterio de la Alhambra y las calles llenas de
peregrinos, alternativos y mochileros de Granada; los gritos del
pasado en Numancia, Soria; la originalidad de Andorra; mis
balbuceos en lengua extranjera, en Lourdes o Foix, Francia; el
frío y una sensación extraña de lejanía en Ezcaray, La Rioja; las
flores de lavanda que recogimos cerca de Cuenca; los cambios de
paisaje, gentes y costumbres en los viajes de Alacant a Toledo…
Durante mi adolescencia viajé de nuevo a Francia, a la
Vendée, a Granada y el orgulloso pasado de Córdoba, a Sevilla
(Parque de Maria Luisa, Plaza de España, Estación, los vinos de
sus tabernas y mi primera borrachera); València con mis
compañeros de clases de Historia del Arte; las discotecas y
playas de Mallorca, donde corrí en ropa interior, de noche, y nos
bañamos en sus frías aguas; y ya joven, a León, a un campo de
trabajo donde descubrí de una vez por todas que no era
homosexual…aunque poco importaba ya, pues quienes me acusaban
de este supuesto “crimen” habían hecho ya su daño. Y ya adulto,
en Alhama de Murcia, Sierra Espuña; el silencio místico y
primitivo del Maestrazgo, en Castelló; Vielha, otra vez en
Huesca; mi primer vuelo en avión, acojonado y drogado de
Micebrina, rumbo a Tenerife; mi retorno a León, a ver viejos
colegas; la tranquila Formentera; la bulliciosa Ibiza; la solitaria
Tabarca; Carcassonne, en Languedoc (Francia), mi última
aventura.