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LA CÁRCEL
Mi vida ha sido extraña. Fui buen alumno, con excelentes
notas académicas en E.G.B., algo más modestas en el Instituto,
pero siempre con la convicción de que ese era mi camino. Me ha
gustado siempre (aún me gusta) estudiar, conocer, interesarme
por ese concepto tan amplio llamado cultura. Soy curioso por
naturaleza, una esponja que absorbe casi de modo ilimitado. Con
los años me he vuelto más selectivo, pero intento siempre que
puedo mantener un cierto espíritu infantil, de admiración, de
inocencia y asombro ante lo desconocido, ante todos y todo lo que
me puede enseñar algo.
Mi camino estaba trazado, hasta que el Destino rompió
aquella línea recta y morí y tuve que volver a nacer. De repente
desapareció toda normalidad, toda enseñanza, todo apoyo, toda
seguridad. Estaba solo, desamparado y vacío. Quien haya pasado
por una situación similar no se sorprenderá si digo que estuve a
punto de perecer. Tampoco si afirmo que tuve que apretar los
dientes, llorar, desesperarme, ser presa del odio, la rabia, el
miedo, todo lo mezquino y ruin de la existencia. De golpe. aquel
chico tranquilo, feliz, seguro de sí, una persona con un futuro
prometedor por delante, se convirtió en una basura humana, en
una escoria, en un salvaje, en un organismo primitivo que debía
sobrevivir y que hasta el respirar se convertía en algo doloroso y
difícil. Me convertí en presidiario y carcelero de mí mismo, en mi
enemigo; me perdí en un laberinto de altos muros, viví privado de
auténtica libertad y felicidad, de los placeres más elementales y
básicos. Descubrí que ya no era tan honrado, ni tan perfecto, ni
tan buena persona, ni que la vida fácil iba a continuar
eternamente.
¿Existe acaso mayor dolor para mí que no poder leer unos
párrafos sin fatigarme? ¿Qué no poder mantener una
conversación sin terminar con la cabeza cargada? No poder mirar
a los ojos sin sentir inseguridad, miedo o vergüenza. No disfrutar