El poema Fábula de la garza desangrada es una alegoría para ...

Girón, Jacqueline. “Del cisne a la garza: reivindicación del espacio femenino en
Agustini y Ferré” Congreso Rosario Ferré: Lenguaje, sujetos, mundos.
Recinto Universitario de Mayagüez. 30 de marzo al 1 de abril, 2005.
Del cisne a la garza: reivindicación del espacio
creativo femenino en Delmira Agustini y Rosario Ferré
Existe un linaje de poetas rabiosas y subversivas que crean un corpus artístico y
simbólico por medio del cual conversan, se abrazan y se complementan. Como de madres
a hijas a hermanas y a nietas, estas creadoras iluminan la oscuridad socio-cultural que las
circunda al adueñarse de imágenes canónicas para, con la complicidad de un grupo de
niñas “malditas”, jugar a las muñecas de trapo y rellenarlas con significados nuevos. La
línea imaginaria se puede trazar desde Sor Juana hasta Agustini, Storni, Castellanos, de
Burgos, Ferré. Este trabajo pretende examinar la imagen de la mujer que escribe y que
vuela en la poesía de Delmira Agustini, al sur, y Rosario Ferré, al norte.
El canto, las plumas y el vuelo son elementos propios de las aves y del poeta.
Tanto Delmira Agustini como Rosario Ferré testimonian en su poesía la tradición
simbólica de occidente al invocar la figura y los emblemas de dos aves acuáticas: el cisne
y la garza. Agustini semantiza al ícono modernista, nos dice Silvia Molloy en su artículo
Dos lecturas del cisne: Rubén Darío y Delmira Agustini, “para cargarlo según otras
pulsaciones” (64). La poeta uruguaya establece un diálogo entre su voz y la de sus
maestros con la idea de construir su espacio, a la vez que se apropia de una expresión
nueva, femenina y problemática. En esa misma línea, Ferré continúa la charla entre la
tradición y la rebeldía, lo viejo y lo novedoso, la ley y el deseo a través del símbolo
poético de la garza y su sangre redentora.
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En tres poemas “Las alas”, “Nocturno” y “El cisne” asistimos a los intentos del
vuelo de Agustini por acceder a un lugar en la tradición del canto y de las letras de los
hombres. En “Las alas”, la voz lírica describe su vuelo como un prodigio, pleno de
experiencias extraordinarias y mágicas, que termina en llanto: Yo tenía… dos alas… Un
día, raramente / yo me dormí…/ Y no siento mis alas… La experiencia poética se frustra
por la intervención del interlocutor que describe la destrucción de sus alas: Yo las vi
deshacerse entre mis brazos…/ Era como un deshielo. En “Nocturno” y “El cisne”, el ave
mitológica representativa nada menos que del padre Zeus, del Modernismo y del maestro
Rubén Darío se convierte en símbolo de la mujer poeta desubicada e incómoda en el
Olímpico espacio del patriarcado literario: Yo soy el cisne errante de los sangrientos
rastros, / voy manchando los lagos y remontando el vuelo. El cisne agustiniano es un ave
impura que mancha porque sangra sobre los lagos. La sangre alude a la menstruación
considerada social, cultural y religiosamente como signo de la impureza femenina que a
su vez se relaciona con su naturaleza no adecuada para las labores superiores o
masculinas.
En “El cisne”, la voz lírica es Leda enfrentada al cisne que le ofrece agua y le
sirve su propia sangre: Agua le doy en mis manos/ y él parece beber fuego; / y yo parezco
ofrecerle / todo el vaso de mi cuerpo…En el sensitivo espejo/ del lago que algunas veces/
refleja mi pensamiento,/ el cisne asusta de rojo,/ y yo de blanca doy miedo! En su poesía
Agustini incorpora al cisne, nombre y símbolo del género masculino, el detalle de la
sangre representativa de lo impuro para problematizar su identidad femenina dentro del
canon modernista patriarcal.
Por otro lado, el poema “Fábula de la garza desangrada” de Rosario Ferré recoge
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el conflicto expuesto por Agustini y lo convierte en una alegoría representativa del poder
destructivo-creativo femenino en diversos niveles: arte, sociedad, vida e identidad. El
pájaro deja de ser un signo masculino de orígenes olímpicos y aristocráticos para
convertirse en un ave femenina de espacios más rústicos y plebeyos. “La garza” estará
encargada de derrumbar imágenes falseadas, enfermizas muñecas, mitos paralizantes y
otras malas yerbas para construir toda una nueva generación humana de mujeres
creativas, independientes y liberadas. Según afirma Marie Murphy en su artículo
“Rosario Ferré en el espejo: Defiance and Inversions”, la mujer pasa de ser objeto para
convertirse en sujeto de su propia historia (150).
De 25 estrofas en verso libre e irregular, el poema de Ferré está hilvanado entre
dos voces creadoras complementarias: un narrador lírico en tercera persona y una voz
poética protagonística que problematiza su identidad. En las primeras tres estrofas del
poema, el narrador lírico la descubre, la examina, la delata: "quiere soltar su grito en el
espejo", "quiere darse a luz quieta y terrible", "quiere profundizar en el reflejo". Por
medio de la reiteración del verbo querer en tercera persona se expresa el deseo de
voluntad de la protagonista, es decir, realizar acciones violentas como: soltar, vomitar,
arrastrar, abrir, caer, grujir. Los verbos refieren a actividades relacionadas con la
violencia y la destrucción, mientras que los sustantivos se vinculan al campo de la
creación y el arte: grito (voz, sonidos, palabras), luz, escritura, bordador, labor, historia.
Esta protagonista, que es una y es muchas, quiere gritar (hablar en forma violenta y
estridente), darse a luz (entenderse, iluminarse, parirse, construirse) y escribirse
(bordarse, grujirse, historiarse, perpetuarse en el tiempo, dar testimonio de su propia
existencia).
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Las imágenes clásicas que biológica, sicológica y socialmente le son atribuidas y
están relacionadas con la mujer (espejos, rostro, dar a luz, fruta, semilla, bordador, labor,
etc.) se utilizan para transgredir y subvertir el estereotipo femenino y el canon patriarcal.
Por medio de la cruda autorreflexión y el análisis íntimo, la protagonista cuestiona,
desenmascara y denuncia la situación intolerable que por siglos ha estado (y continúa)
sufriendo la mujer, desgraciadamente en todas las sociedades del planeta: la esclavitud y
la subordinación. La persona y su reflejo exacto pero engañoso es un motif literario que
le sirve a la escritora para representar la situación social de la mujer. Ésta es un ente
dividido entre lo que los demás, es decir los componentes de la sociedad patriarcal,
esperan que ella sea y lo que realmente ella quiere o puede ser.
Desde la cuarta estrofa en adelante, la protagonista frente al espejo toma la
palabra. Su discurso puede dividirse en cuatro partes: exposición y explicación de los
mitos que han definido y limitado a la mujer occidental hasta nuestros días;
cuestionamiento de la situación supuestamente "victoriosa" de la mujer como objeto de
adoración; derrota del mito de la mujer como diosa o reina; y por último, el renacimiento
de sí misma en el cuerpo y las acciones de otra mujer nueva y distinta. Examinemos con
cuidado las imágenes y estrategias poéticas que se utilizan para construir cada parte del
discurso.
En la primera parte, la protagonista denuncia la división tradicional del ser
femenino ("mi gemela", "mi doble") por causa de los mitos patriarcales. La imagen
dentro del espejo es una estatua, diosa, utopía, quimera; se trata de un objeto construido
por y para la imaginación y el deseo de los hombres; pero el sujeto frente al espejo es
cuerpo, individuo, persona secuestrada de sí misma y sus múltiples posibilidades:
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cuando me cantan con lengua de cobalto
no es mi cuerpo el que cantan, es mi espacio,
no es mi presencia fiel, sino mi ausencia ...
a mi carne prefieren su esencia destilada
a mis ojos, el madrigal que compusieron
a mi cuerpo, su alma dividida en
el reverso perfecto del espejo.
Frente al espejo, la voz femenina enumera y denuncia los mitos que la aniquilan
porque pretenden clasificar, limitar y controlar su complejidad ontológica a través de
unas imágenes fijas: Eva y María, la vil pecadora y la madre sacrificada, la satánica bruja
y el ángel guardián, la ardiente odalisca y la niña inocente. Todos estos disfraces del
espejo son trampas con las que el patriarcado controla el cuerpo y la voluntad de las
personas.
Por medio de su voz, el sujeto lírico invoca las máscaras del pasado para destruir
la dualidad sostenida por siglos del perfil esquizofrénico femenino; por un lado es
demonio, pecado, lujuria, maldad, enfermedad, infierno, maldición: "todo lo contamina
con el tacto:/ la herida que abre, / la leche que corta, /el vino que agria, / el can que
enloquece ..."; mientras que por otro, también ella es Virgen y Madre; otro mito que la
cosifica: “El trato que le dan a mi gemela / es claro ejemplar: / la llevan y traen sobre
andas; / besan sus blancos pies de Isolda; la pasean por la calle de la fama, / coronada
de puñales y diamantes.”
La contradicción la persigue y acosa (puñales y diamantes) porque es madre
pecadora a la que no se concede la gracia de "crear" a su voluntad sino a la voluntad del
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otro: "su cuerpo está marcado por el tránsito"; "por el terror de la leche que la
irriga";"su vientre es una cámara de sombras / por la que transitan las generaciones,' /
caverna de ecos infinitos/ en la que los pensamientos, los gestos, las palabras, / las
oraciones de los otros,/ tropiezan como pájaros". Hasta a su vinculación natural con la
creatividad se le despoja de originalidad e importancia: "es todas las mujeres y ninguna, /
madre de nadie y su propia huérfana".
En la estrofa número doce la voz lírica comienza a cuestionar la supuesta victoria
femenina. Esta victoria es la adoración y la veneración que ha obtenido de los hombres:
"en su nombre se han devastado mundos / y desmedrado los océanos, / se han levantado
templos. / Se han compuesto églogas, antífonas, preludios, / se han interceptado
proyectiles". Pero este supuesto "endiosamiento" esconde una dolorosa realidad: la
cosificación y la deformación del auténtico ser femenino: "¿Cómo llamarla vencedora /
si la muerte la habita y la define? / ¿Cómo sacerdotisa del misterio, / si ignora a dónde
va, de dónde viene, / saltando de rama en rama como garza/ desangrada de la propia
vida, / sin caminar jamás del propio brazo?". Su rostro es un emblema ajeno; y su
cuerpo, un surtidor eterno adornado por la vanidad de los hombres.
En las estrofas quince y dieciséis la voz de la protagonista frente al espejo reniega
de su doble y destruye el mito que han construido los hombres. Ella grita: "Ay de mí ... /
si confío en ese doble que me observa, / conjurado en el espejo por los hombres." Antes
prefiere ser Medusa y destruirse con su mirada: "aniquilarla en polvo, demolerla, /
bajarla de su trono, escarnecerla". El deseo de destrucción y aniquilación de la imagen
falsa dentro del espejo es el primer paso para la purificación y el renacimiento del ser
femenino. Después de la destronización y el escarnio, la "ex-diosa" tiene que rehacerse,
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es decir, nacerse de nuevo. La voz lírica nos describe el parto: "Virazón de la madre que
retorna al mundo …" Desde sus propias entrañas, sale una mujer subvertida que nace de
sí misma para romper, destruir, revolver, trastornar el orden establecido.
Ya en esta última y larga parte del discurso, se describen las acciones de la nueva
criatura femenina: "Entra en la pasión como en un cuarto / sin amo, puertas, techo ni
ventana". Renace libre en un nuevo espacio mágico que es, a la vez, su cuerpo y también
la literatura y el arte (campo tradicionalmente masculino): "ese cuarto prohibido desde
siempre / sordo, mudo, ardido, la cal de la pureza, / el sepulcro blanqueado de María /
tapizado de lirios y rosas".
Ahora, la que habla, sorpresivamente, se va a identificar con la imagen dentro del
espejo que hace lo mismo que ella: "sentada ante el espejo se describe". En este
momento hay una igualación entre las mujeres dentro y fuera del espejo que expresa la
fusión entre la persona auténtica y su imagen frente a los demás: "se muestra ante los
hombres: / los hace palpar su cuerpo en peso y forma".
Pero la nueva criatura no se detiene a contemplar su imagen sino que actúa. Sus
primeras acciones son hacia el interior: espía su alma, persigue su corazón, escucha su
deseo. Después se dedica a su cuerpo, a su imagen física: se depila las cejas y se rasura la
axila. Se va hacia el mar: camina, suda, se esfuerza, trabaja, come poco, no depende;
realiza acciones comunes, cotidianas, es libre: "se multiplica y alimenta de sí misma, / tan
bien, tan naturalmente".
Igual que la vieja mujer, ella pare pero el proceso es totalmente distinto. Mientras
la antigua mujer era "todas las mujeres y ninguna / madre de nadie y su propia
huérfana"; "cuerpo ... marcado por el tránsito"; "enredadera interminable por la cual
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desangra"; "su vientre .,. una cámara de sombras por la que transitan generaciones /
caverna de ecos", la nueva mujer es unión, placer y vida: “pare y sustenta lo que pare,/
unifica lo diverso y en su centro / el uno es tres y el tres es uno indivisible. / Por su
vientre zumban las eses de un panal de plurales / que ella sola conjuga”.
En esta etapa, el sexo no es un obstáculo, sino un instrumento necesario de auto
exploración. La nueva Polifema se mira atentamente a través de: "el ojo de su vida
conciente". Los símbolos clásicos y las imágenes antiguas se amontonan en esta estrofa
con significados frescos: el ojo de Polifemo es la vagina; el vergel de Venus es su casa; la
zarza ardiente, su lecho; y el llanto, fuego sagrado que "la quema y la revive". Por medio
de su historia (palabra) grujida (grabada e igualada) en el espejo (imagen), la voz lírica es
capaz de crear (parir) a una persona libre e independiente: aspira deliberadamente su
olor etílico; / se lo ciñe ahora mismo al bajo vientre / para ayudarse a sí misma en el
trance del parto.”
Aquí termina el discurso de la voz en primera persona que describía a la otra
dentro del espejo. Entonces reaparece la voz en tercera persona de la introducción para
darle conclusión al poema y describirnos el próximo parto: “terminada su historia se
levanta / su tejido cae al suelo y estalla entre los tambores de su bastidor maravilloso”.
El espejo es el bordador sobre el que ha trabajado la protagonista para ''fijar … su …
escritura" que a la vez es tejido e historia. La protagonista, renacida y renovada, rompe el
tejido en donde: “yace su doble entre los espejos estallados/ con todas las venas abiertas:
/ madre, hermana, varona, hija”. Los pedazos rotos representan rostros auténticos
asumidos por las nuevas mujeres que hieren a la garza-protagonista, como el animal
inocente sacrificado que con su sangre bautiza y redime: '' suelta por fin su grito a ras de
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isa / a ras de río y lago alpino, / a ras de ese cristal que ya no la aprisiona, /
instantánea, incandescente / se desangra por sus mil heridas / fluye su sangre blanca en
éster nítrico / y escribe con ella su nombre al pie de los fragmentos del poema / para
mejor después desvanecerse". La sangre de la garza, igual que la del cisne de Agustini,
vinculan la femineidad (la sexualidad) que mancha el cristal (la página en blanco) para
redimir su voz, su cuerpo y su presencia en el arte y la cultura occidental. Pero la sangre
en el poema de Ferré no es una mancha, al contrario es blanca y leve como una pluma de
garza que vuela y escribe.
El poema nos presenta un personaje femenino desdoblado: ella frente al espejo y
dentro del espejo. Esa imagen dentro del espejo es, al principio, una construcción u
objeto hecho por los hombres: virgen, madre, pecadora, diosa. La voz frente al espejo
confiesa, denuncia, grita, se queja, destruye y crea. Su palabra invoca, provoca y
despierta conciencias. La imagen petrificada dentro del espejo reacciona, cambia, se
independiza y rompe su cárcel de cristal que a su vez hiere de vida y de alegría a la garza
desangrada del título y de la décimotercera estrofa cuya presencia mágica y redentora es
capaz de liberar los múltiples rostros de la nueva mujer para después desaparecer. Los
fragmentos del poema (el espejo) son marcados con su nombre (sangre). La protagonista
y su labor libertadora es igualada a la poeta y su poema.
Lo que en Agustini fue problemático, en Fábula de la garza desangrada se
concreta como la reivindicación del espacio creativo femenino en donde se equiparan los
siguientes elementos en lúcida armonía: parto con creación poética; espejo con papel;
grujir con igualar la voz de la mujer y del hombre; bordar con escribir; tejido con historia;
mujer con poeta. El canto y las plumas de Agustini y Ferré trazan un vuelo estético hacia
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la concreción de un futuro más hermoso, más justo, esperanzadoramente más humano.
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