dé Ciencias, Bellas4i etras Nobles Arte - Real Academia de Córdoba

Fl mundo de los sentidos 169
el Ennio español, dando a significar con esto el carácter de
estudio .J imitación reflexiva que tiene su arte, trasplantación,
en parte feliz, en parte ruda, de flores latinas e italianas, sin
que pierda por eso su nervio patriótico, como no le perdió, a
pesar de sus esfuerzos para ser helénicas en la forma, la poesía
histórica y trágica del favorito de los Scipiones» (2).
Ya el obispo Alonso de Cartagena lo había retratado así:
«Utiles magrescidas las carnes por las grandes vigilias tras el
libro: el rostro' pálido, gastado del estudio, más no roto y reconoscido
de encuentros de lanza» (3). Así pues, nuestro escritor
no ha sentido la llamada luminosa de la Naturaleza. Lo que sabe,
es porque lo ha leído, porque lo ha estudiado, porque, como luego
haría el bueno de Alonso de Quijano, «se enfrascó tanto en
su lectura que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro
y los días de turbio en turbio» Claro es que a nuestro Mena no
por eso se le secó el cerebro y vino a perder el juicio como el
otro. Pero, de todas formas, qué distinto de Don Luis de Góngora.
Aquí tenemos a Góngora, barbilindo estudiante en Salamanca
que descuida sus estudios y tiene que colgarlos, que
recibe las órdenes menores para evitar que salgan de la familia
unos beneficios eclesiásticcis, que es llamado al órden por el
propio obispo por su vida poco de acuerdo con sus grados, andador
infatigable por toda la geografía española (Galicia, 'Castilla,
Andalucía...1 pero que de ella no sale. Y revés, suya, Juan
de M'ena, el hombre de letras, que no ha cruzado su lanza con
nadie, que sólo ha pasado vigilia tras vigilia sobre los libros,
que ha viajado, sí, pero no para sentir en sus ojos de viajero la
luz distinta y varia del paisaje, sino para estudiar más y más.
La prueba está en que cuando Góngora conoce un nuevo lugar
lo único que hace es traerse en la cartera un nuevo soneto o
un nuevo romance donde, con desenfadados versos, agudiza irónicamente
sobre lo que ha visto o le ha, pasado. En cambio, Mena,
al volver de su viaje a Italia, no se trae sino el Dante metido
en el cerebro, rabiosamente digerido (4).
Claro está que todo ello no quiere decir que Mena no sea"
poeta. Mena, pese a todo lo farrQgoso que resulta, y a todos sug
demás defectos, tiene aciertos grandes de poeta y escribió versos
dignos de la mejor de las antologías. Pero, en realidad, Mena:
es poeta de laboratorio. Es esta una frase con la que se describe
a la perfección lo que Juan de Mena fué. El mundo de los sentidos
no le trae un mensaje vibrante y ardiente. La Naturaleza
le resulta algo destemplado, oscuro, 'desagradable. Es este un
fenómeno que ocurre generalmente a las personas como 1Vrena,
para las que la verdadera vida y la. verdadera pazi sólo está' en sti
soledad silenciosa, en sus libros, en sus vigilias de estudio. 'Cuando
Mena escucha a sus sentidos. Sólo percibe nubes de tiniebla,
voces destempladas y agrias, formas vagas... Donde mejor sl