El convivio.pdf - Ataun
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Del fin de los bienes, porque en su tiempo maldecían del latín romano y encomiaban la gramática griega, por parecidas causas a las que, según éstos, hacen vil el lenguaje itálico y precioso el de Provenza. La tercera conjura contra nuestro vulgar se hace por deseo de vanagloria. Son muchos los que por exponer cosas escritas en lengua ajena y encomiarla, creen ser más admirados que sacándolas de la suya. Y sin duda que merece alabanza el aprender bien una lengua extraña; pero es vituperable el encomiarla más de lo justo por vanagloriarse de tal adquisición. La cuarta se hace por un argumento de envidia. Como se ha dicho más arriba, siempre hay envidia donde hay alguna paridad. Entre los hombres de una misma lengua hay la paridad del vulgar; y porque el uno no sabe usarlo como el otro, nace la envidia. El envidioso argumenta luego, no censurando al que escribe por no saber escribir, mas vituperando aquello que es materia de su obra, para quitar -despreciando la obra por aquel lado- al que la escribe honra y fama, como el que condenase el hierro de una espada, no por condenar el hierro, sino toda la obra del maestro.
La quinta y última conjura procede de vileza de ánimo. El magnánimo siempre se magnifica en su corazón; y así el pusilánime, por el contrario, siempre se tiene en menos de lo que es. Y, como magnificar y empequeñecer siempre hacen referencia a alguna cosa, por comparación con la cual el magnánimo se engrandece y el pusilánime se empequeñece, sucede que el magnánimo siempre hace a los demás más pequeños de lo que son y el pusilánime siempre mayores. Y como con la medida que el hombre se mide a sí mismo mide sus cosas, que son como parte de sí mismo, sucede que al magnánimo sus cosas le parecen siempre mejores de lo que son y las ajenas menos buenas; el pusilánime cree que sus cosas valen poco y las ajenas mucho. De aquí que, muchos por esta cobardía desprecian su vulgar propio y aprecian el otro; y todos estos tales son los abominables malvados de Italia, que tienen por vil a este precioso vulgar, el cual, si en algo es vil, no sino en cuanto suena en la boca meretriz de estos adúlteros, conducidos por los cuales van los ciegos de quienes hice mención en la primera causa.
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Del fin de los bienes, porque en su tiempo maldecían<br />
del latín romano y encomiaban la gramática<br />
griega, por parecidas causas a las que, según<br />
éstos, hacen vil el lenguaje itálico y precioso el de<br />
Provenza.<br />
La tercera conjura contra nuestro vulgar se hace<br />
por deseo de vanagloria. Son muchos los que por<br />
exponer cosas escritas en lengua ajena y encomiarla,<br />
creen ser más admirados que sacándolas de la<br />
suya. Y sin duda que merece alabanza el aprender<br />
bien una lengua extraña; pero es vituperable el encomiarla<br />
más de lo justo por vanagloriarse de tal<br />
adquisición.<br />
La cuarta se hace por un argumento de envidia.<br />
Como se ha dicho más arriba, siempre hay envidia<br />
donde hay alguna paridad. Entre los hombres de<br />
una misma lengua hay la paridad del vulgar; y porque<br />
el uno no sabe usarlo como el otro, nace la<br />
envidia. <strong>El</strong> envidioso argumenta luego, no censurando<br />
al que escribe por no saber escribir, mas vituperando<br />
aquello que es materia de su obra, para<br />
quitar -despreciando la obra por aquel lado- al que<br />
la escribe honra y fama, como el que condenase el<br />
hierro de una espada, no por condenar el hierro,<br />
sino toda la obra del maestro.