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H. P. Lovecraft = Lovecraftiana 3 - cuentos en ... - GutenScape.com

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final donde mora el sultán de los demonios cuyo nombre no se ha<br />

pronunciado jamás.<br />

»El sabio Barzai escaló el Hatheg-Kla para ver danzar y ulular a los<br />

Grandes Dioses por <strong>en</strong>cima de las nubes a la luz de la luna, y ya no regresó<br />

nunca más. Los Dioses Otros estaban allí, e hicieron lo que cabía esperar.<br />

Z<strong>en</strong>ig de Aphorat trató de llegar a la desconocida Kadath de la inm<strong>en</strong>sidad<br />

fría, y ahora su cráneo adorna el anillo del dedo meñique de algui<strong>en</strong> a qui<strong>en</strong><br />

no es necesario nombrar aquí.<br />

»Pero tú, Randolph Carter, has arrostrado todos los obstáculos de la<br />

zona terrestre del País de los Sueños, y aún estás inflamado por el fuego de<br />

tu av<strong>en</strong>tura. No has v<strong>en</strong>ido por curiosidad, sino para cumplir con tu deber;<br />

y no has dejado nunca de v<strong>en</strong>erar a los b<strong>en</strong>evol<strong>en</strong>tes dioses de la Tierra. Sin<br />

embargo, estos mismos dioses son los que te han alejado de la maravillosa<br />

ciudad del sol poni<strong>en</strong>te de tus sueños, y lo han hecho por mezquina codicia;<br />

porque ciertam<strong>en</strong>te deseaban poseer la fantástica belleza de esa ciudad<br />

forjada por tu fantasía, y han jurado que <strong>en</strong> adelante ningún otro lugar será<br />

su morada.<br />

»Y así, han abandonado este castillo que pose<strong>en</strong> <strong>en</strong> la ignorada<br />

Kadath para instalarse <strong>en</strong> tu ciudad maravillosa. Y allí, durante el día,<br />

recorr<strong>en</strong> el palacio de mármol veteado; y cuando el sol se pone, sal<strong>en</strong> a los<br />

perfumados jardines para contemplar el dorado espl<strong>en</strong>dor de los templos y<br />

columnatas, los arcos de los pu<strong>en</strong>tes y los plateados surtidores de las<br />

fu<strong>en</strong>tes, las grandes av<strong>en</strong>idas flanqueadas de ánforas cubiertas de flores y<br />

las hileras de reluci<strong>en</strong>tes estatuas de marfil. Y cuando llega la noche, sub<strong>en</strong><br />

a las altas terrazas y allí se si<strong>en</strong>tan al rel<strong>en</strong>te, <strong>en</strong> los bancos de pórfido, a<br />

escudriñar las estrellas, o se apoyan <strong>en</strong> las blancas balaustradas a<br />

contemplar la <strong>en</strong>crespada marca de techumbres y a ver cómo se van<br />

<strong>en</strong>c<strong>en</strong>di<strong>en</strong>do, una a una, las v<strong>en</strong>tanitas de los viejos y picudos hastiales con<br />

la luz acogedora y amarill<strong>en</strong>ta de las velas.<br />

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