H. P. Lovecraft = Lovecraftiana 3 - cuentos en ... - GutenScape.com

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Coronando aquel conjunto inconmensurable de montañas había, pues, un castillo que rebasaba toda humana fantasía, y en él brillaba una luz diabólica. Entonces fue cuando Randolph Carter comprendió que el viaje tocaba a su fin; porque lo que tenía ante sí era el objeto de todas sus prohibidas andanzas y audaces visiones: la fabulosa, la increíble mansión de los Grandes Dioses, erigida en lo más elevado de la Ignorada Kadath. En el mismo momento en que se daba cuenta de esto, notó Carter un cambio en la trayectoria de su expedición, inexorablemente sorbida por el viento. Se estaban elevando bruscamente, y era evidente que el destino de esta loca travesía era el castillo de ónice donde brillaba la pálida luz. Tan cerca estaban de la gran montaña tenebrosa, que sus laderas desfilaban vertiginosamente junto a ellos mientras ascendían; y con la oscuridad no podían distinguir en ellas ninguno de sus detalles. Más y más crecían las inmensas torres negras de aquel castillo tenebroso, y Carter sintió que eran blasfemas por su misma inmensidad. Sus sillares podían muy bien haber sido tallados por los abominables canteros de aquel horrible abismo abierto en la roca del monte que viera en Inquanok, porque sus dimensiones eran tales que junto a ellos un hombre parecía encontrarse al pie de una de las más grandes fortalezas de la tierra. La diadema de desconocidas estrellas fulguraba con un resplandor lívido y enfermizo por encima de las torres infinitas de altísimas cúpulas, y esparcía una penumbra fantasmal alrededor de las sombrías murallas de bruñido ónice. Ahora se veía que la pálida luz que habían vislumbrado de lejos no era sino una ventana iluminada en la más alta de las torres; y mientras el desamparado ejército se aproximaba a la cúspide de la montaña, a Carter le pareció distinguir unas sombras inquietantes que se desplazaban lentamente por su interior. Tenía la ventana unos arcos muy singulares, y su trazado resultaba absolutamente desconocido en la Tierra. La sólida roca dio paso entonces a los cimientos gigantescos del 618

monstruoso castillo, y la velocidad del grupo pareció moderarse un poco. Aparecieron las enhiestas murallas y luego surgió un vasto pórtico a través del cual fueron absorbidos los viajeros. La oscuridad reinaba en el titánico patio de armas, pero luego se sumieron en una oscuridad más espesa aún al precipitarse la columna voladora en un portal de arcos inmensos. En la tenebrosa oscuridad de aquellos laberintos de ónice se formaron torbellinos de viento húmedo y frío, y Carter no llegó a saber jamás qué gigantescas escalinatas y corredores atravesaron en aquella loca carrera que no parecía terminar nunca. El impulso terrible los arrastraba invariablemente hacia arriba, y ni un ruido, ni un roce, ni un destello fugaz rasgó el espeso velo del misterio. El ejército de gules y descarnadas alimañas de la noche era innumerable, pero aun así se perdía en los prodigiosos espacios de aquel castillo supraterrestre. Y cuando finalmente se halló en el interior de la extraña habitación de la torre cuya altísima ventana iluminada había servido de faro, Carter tardó bastante tiempo en distinguir las lejanas paredes y el techo distante que sostenían, y en comprender que no se encontraba en un espacio abierto e ilimitado. Randolph Carter había abrigado el propósito de penetrar en la sala del trono de los Grandes Dioses con todo aplomo y dignidad, escoltado por las impresionantes filas de gules en riguroso orden de ceremonia, y de presentar su petición como un gran señor, libre y poderoso entre los soñadores. Sabía que es posible tratar con los Grandes Dioses, pues éstos no superan en poderío a los mortales, y había confiado en que los Dioses Otros y Nyarlathotep, el caos reptante, no vendrían a ayudarles en el momento decisivo, como había sucedido tantas veces cuando los hombres trataron de llegar a la morada de los dioses terrestres o a sus montañas. Y gracias a su escolta horrenda había confiado en poder desafiar incluso a los Dioses Otros, si llegaba el caso, pues los gules no tienen dueño ni señor, y las descarnadas alimañas de la noche no obedecen a Nyarlathotep, sino sólo 619

Coronando aquel conjunto inconm<strong>en</strong>surable de montañas había, pues, un<br />

castillo que rebasaba toda humana fantasía, y <strong>en</strong> él brillaba una luz<br />

diabólica. Entonces fue cuando Randolph Carter <strong>com</strong>pr<strong>en</strong>dió que el viaje<br />

tocaba a su fin; porque lo que t<strong>en</strong>ía ante sí era el objeto de todas sus<br />

prohibidas andanzas y audaces visiones: la fabulosa, la increíble mansión<br />

de los Grandes Dioses, erigida <strong>en</strong> lo más elevado de la Ignorada Kadath.<br />

En el mismo mom<strong>en</strong>to <strong>en</strong> que se daba cu<strong>en</strong>ta de esto, notó Carter<br />

un cambio <strong>en</strong> la trayectoria de su expedición, inexorablem<strong>en</strong>te sorbida por<br />

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de esta loca travesía era el castillo de ónice donde brillaba la pálida luz.<br />

Tan cerca estaban de la gran montaña t<strong>en</strong>ebrosa, que sus laderas desfilaban<br />

vertiginosam<strong>en</strong>te junto a ellos mi<strong>en</strong>tras asc<strong>en</strong>dían; y con la oscuridad no<br />

podían distinguir <strong>en</strong> ellas ninguno de sus detalles. Más y más crecían las<br />

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blasfemas por su misma inm<strong>en</strong>sidad. Sus sillares podían muy bi<strong>en</strong> haber<br />

sido tallados por los abominables canteros de aquel horrible abismo abierto<br />

<strong>en</strong> la roca del monte que viera <strong>en</strong> Inquanok, porque sus dim<strong>en</strong>siones eran<br />

tales que junto a ellos un hombre parecía <strong>en</strong>contrarse al pie de una de las<br />

más grandes fortalezas de la tierra. La diadema de desconocidas estrellas<br />

fulguraba con un resplandor lívido y <strong>en</strong>fermizo por <strong>en</strong>cima de las torres<br />

infinitas de altísimas cúpulas, y esparcía una p<strong>en</strong>umbra fantasmal alrededor<br />

de las sombrías murallas de bruñido ónice. Ahora se veía que la pálida luz<br />

que habían vislumbrado de lejos no era sino una v<strong>en</strong>tana iluminada <strong>en</strong> la<br />

más alta de las torres; y mi<strong>en</strong>tras el desamparado ejército se aproximaba a<br />

la cúspide de la montaña, a Carter le pareció distinguir unas sombras<br />

inquietantes que se desplazaban l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te por su interior. T<strong>en</strong>ía la<br />

v<strong>en</strong>tana unos arcos muy singulares, y su trazado resultaba absolutam<strong>en</strong>te<br />

desconocido <strong>en</strong> la Tierra.<br />

La sólida roca dio paso <strong>en</strong>tonces a los cimi<strong>en</strong>tos gigantescos del<br />

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