H. P. Lovecraft = Lovecraftiana 3 - cuentos en ... - GutenScape.com
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ser muy numerosos, y al final del viaje tendrían inevitablemente que volver a enfrentarse con los shantaks y quizá con algo más. Si pudiera conseguir alguna embarcación, podría aventurarse por mar hasta Inquanok, poniendo rumbo a aquella roca espantosa y desgarrada que emergía del agua, ya que sabía por las arcaicas pinturas del monasterio que esa horrible roca no se encuentra muy lejos de los muelles basálticos de Sarkomand. Pero encontrar una embarcación en esta ciudad deshabitada desde hacía millones de años era muy poco probable, y no parecía empresa fácil construirse una él mismo. Por ese cauce iban los razonamientos de Randolph Carter, cuando comenzó a vislumbrar un nuevo peligro. Durante todo este tiempo, mientras caminaba, se había ido desplegando ante sus ojos el vasto cadáver de la legendaria Sarkomand, con sus negras columnas truncadas, sus ruinosas puertas coronadas de esfinges, sus gigantescos monolitos y sus monstruosos leones alados recortándose contra el enfermizo resplandor de las nubes luminosas de la noche. Pero, de pronto, apareció a su derecha un lejano resplandor que no podía provenir de ninguna nube, y Carter comprendió que no se encontraba solo en el silencio de la ciudad muerta. Aquella luz aumentaba y disminuía caprichosamente, parpadeando con verdosos destellos poco tranquilizadores para él. Se aproximó silenciosamente por la calle sembrada de escombros, y a través de las angostas brechas de algunas paredes derruidas descubrió que, cerca de los muelles, había una fogata entorno a la cual se apiñaba una multitud de formas vagas. En todo aquel lugar reinaba una pestilencia mortal; y detrás de la hoguera se extendía el oleaginoso regazo de la dársena, en cuyas aguas flotaba un enorme barco fondeado. Carter se quedó paralizado de terror al ver que se trataba de una de las negras galeras lunares. Entonces, justo cuando iba a alejarse sigilosamente de aquella hoguera abominable, vio agitarse algo entre las sombras vagas, y oyó un 590
sonido singular e inequívoco: era el amedrentado gemido de un gul, que un momento después se convertía en un verdadero alarido de angustia. Aun cuando se encontraba seguro oculto en la oscuridad de las ruinas, Carter dejó que su curiosidad se sobrepusiera a su temor, y avanzó con suma cautela en lugar de retirarse. Para cruzar la calle se vio obligado a reptar sobre su vientre como una lombriz; después tuvo que caminar de puntillas para no hacer ruido entre los montones de mármoles rotos. Así evitó el ser descubierto, y poco después se encontraba en un lugar seguro detrás de un pilar, desde donde podía espiar cómodamente la escena iluminada por el resplandor verdoso de la hoguera. Allí, en torno a un fuego repugnante alimentado con los tallos detestables de los hongos lunares, estaban sentadas en hediondo círculo los monstruosos batracios de la luna, con sus esclavos casi humanos. Algunos de estos esclavos calentaban las puntas de unas lanzas extrañas en aquellas llamas vacilantes, y cuando estaban al rojo las aplicaban a tres prisioneros sólidamente atados, que se retorcían a los pies de los jefes del grupo. A juzgar por los movimientos de sus tentáculos, Carter dedujo que aquellas bestias lunares de hocico chato estaban disfrutando enormemente con aquel espectáculo, y cuál no sería su horror al reconocer súbitamente aquellos frenéticos alaridos y descubrir que los gules torturados no eran otros que aquellos serviciales camaradas que le habían guiado por el abismo y que luego habían salido del bosque encantado en busca de Sarkomand para regresar a sus profundidades natales. El número de malolientes bestias lunares reunido junto al verdoso fuego era bastante crecido, y Carter vio que no era posible intentar nada para salvara sus antiguos aliados. No tenía idea de cómo les habrían capturado, aunque se imaginaba que aquellas blasfemias con cuerpo de sapo les habrían oído preguntar en Dylath-Leen por el camino de Sarkomand, y no desearían que se acercasen demasiado a la espantosa 591
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Por ese cauce iban los razonami<strong>en</strong>tos de Randolph Carter, cuando<br />
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