H. P. Lovecraft = Lovecraftiana 3 - cuentos en ... - GutenScape.com

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se marcharon del jardín; y vieron al pasar una mancha que había quedado en el pavimento, de algo que había caído de los cuencos. Ni aun al capitán le gustó la mancha aquella, y apremió a Carter para que fuera sin más tardanza a visitar la colina donde se eleva el maravilloso palacio de múltiples cúpulas, en donde mora el rey Velado. Las calles que conducen al palacio de ónice son todas empinadas y estrechas, excepto una ancha y sinuosa por la que el rey y sus acompañantes cabalgan sobre yaks. Carter y su guía subieron por un callejón escalonado, entre muros labrados que ostentaban extraños signos trazados en oro, y pasaron por debajo de balcones y miradores de donde salían a veces melodías y efluvios de exótica fragancia. Ante ellos seguían elevándose los muros titánicos, los imponentes contrafuertes, y las apiñadas y bulbosas cúpulas por las que es tan famoso el palacio del rey Velado; y finalmente cruzaron por debajo de un gran arco de color negro, y desembocaron en los jardines de recreo del monarca. En ellos se detuvo Carter maravillado de tanta belleza: las terrazas de ónice y los paseos bordeados de columnas, los alegres parterres y los delicados arbustos floridos, las enredaderas abrazadas a doradas celosías, las urnas de bronce y los trípodes de primorosos bajorrelieves, las fantásticas estatuas erguidas en pedestales de mármol veteado, las fuentes de fondos basálticos en cuyas aguas rebullían pececillos luminosos, los templetes diminutos llenos de iridiscentes pajarillos cantores, construidos en lo alto de columnas esculpidas, los maravillosos relieves de las grandes puertas de bronce, y las parras florecientes que trepaban por toda la superficie de los bruñidos muros, se unían para formar un escenario cuya belleza superaba cualquier realidad hasta el punto de parecer casi fabulosa aun en el propio país de los sueños. Todo resplandecía como una visión gloriosa bajo el crepuscular cielo gris; y frente a todo ello se alzaba la magnificencia del palacio con sus cúpulas y esculturas, y el perfil fantástico de los lejanos picos 572

infranqueables a la derecha del fondo. Y los pajarillos y las fuentes cantaban eternamente, mientras el perfume de exóticas flores se extendía como un cendal por todo aquel jardín increíble. No había allí más seres humanos que ellos dos, y Carter se alegraba de que fuera así. Luego bajaron otra vez por el callejón de peldaños de ónice, porque a ningún visitante le está permitida la entrada al palacio, y no conviene demorarse contemplando la gran cúpula central; pues se dice que en ella se aloja el arcaico antecesor de todos los míticos pájaros shantaks, y éste puede enviar extraños sueños a los curiosos. Después, el capitán llevó a Carter al barrio norte de la ciudad, próximo ala Puerta de las Caravanas, donde se hallan las tabernas que frecuentan los mercaderes de las caravanas de yaks, así como los mineros de las canteras de ónice. Y allí, en una taberna de techo bajo, entre trabajadores de canteras, se dieron la despedida: el capitán se fue a sus negocios, y Carter estaba impaciente por charlar con los mineros sobre aquellas misteriosas regiones del norte. La taberna estaba atestada de gente, y el viajero no esperó mucho tiempo para dirigirse a algunos de aquellos hombres. Se presentó diciendo que era un antiguo minero de las canteras de ónice y que deseaba conocer algunos detalles de las canteras de Inquanok. Pero la información que obtuvo no añadió gran cosa a lo que ya sabía, porque los mineros eran tímidos y evasivos en lo que se refiere al frío desierto del norte y a la cantera jamás visitada por seres humanos. Tenían miedo de los legendarios emisarios que venían de la parte de las montañas, donde se dice que está la meseta de Leng, y de las presencias malignas y los abominables centinelas que velan en el norte por entre las rocas. Y decían, no sin cierto temor, que los pájaros shantaks no son criaturas benéficas y normales, y que en definitiva, era una suerte que nadie hubiera visto jamás ningún ejemplar (ya que al legendario antecesor de los shantaks, al que habita en la cúpula real, se le alimenta en la oscuridad más 573

infranqueables a la derecha del fondo. Y los pajarillos y las fu<strong>en</strong>tes<br />

cantaban eternam<strong>en</strong>te, mi<strong>en</strong>tras el perfume de exóticas flores se ext<strong>en</strong>día<br />

<strong>com</strong>o un c<strong>en</strong>dal por todo aquel jardín increíble. No había allí más seres<br />

humanos que ellos dos, y Carter se alegraba de que fuera así. Luego<br />

bajaron otra vez por el callejón de peldaños de ónice, porque a ningún<br />

visitante le está permitida la <strong>en</strong>trada al palacio, y no convi<strong>en</strong>e demorarse<br />

contemplando la gran cúpula c<strong>en</strong>tral; pues se dice que <strong>en</strong> ella se aloja el<br />

arcaico antecesor de todos los míticos pájaros shantaks, y éste puede <strong>en</strong>viar<br />

extraños sueños a los curiosos.<br />

Después, el capitán llevó a Carter al barrio norte de la ciudad,<br />

próximo ala Puerta de las Caravanas, donde se hallan las tabernas que<br />

frecu<strong>en</strong>tan los mercaderes de las caravanas de yaks, así <strong>com</strong>o los mineros<br />

de las canteras de ónice. Y allí, <strong>en</strong> una taberna de techo bajo, <strong>en</strong>tre<br />

trabajadores de canteras, se dieron la despedida: el capitán se fue a sus<br />

negocios, y Carter estaba impaci<strong>en</strong>te por charlar con los mineros sobre<br />

aquellas misteriosas regiones del norte. La taberna estaba atestada de g<strong>en</strong>te,<br />

y el viajero no esperó mucho tiempo para dirigirse a algunos de aquellos<br />

hombres. Se pres<strong>en</strong>tó dici<strong>en</strong>do que era un antiguo minero de las canteras de<br />

ónice y que deseaba conocer algunos detalles de las canteras de Inquanok.<br />

Pero la información que obtuvo no añadió gran cosa a lo que ya sabía,<br />

porque los mineros eran tímidos y evasivos <strong>en</strong> lo que se refiere al frío<br />

desierto del norte y a la cantera jamás visitada por seres humanos. T<strong>en</strong>ían<br />

miedo de los leg<strong>en</strong>darios emisarios que v<strong>en</strong>ían de la parte de las montañas,<br />

donde se dice que está la meseta de L<strong>en</strong>g, y de las pres<strong>en</strong>cias malignas y<br />

los abominables c<strong>en</strong>tinelas que velan <strong>en</strong> el norte por <strong>en</strong>tre las rocas. Y<br />

decían, no sin cierto temor, que los pájaros shantaks no son criaturas<br />

b<strong>en</strong>éficas y normales, y que <strong>en</strong> definitiva, era una suerte que nadie hubiera<br />

visto jamás ningún ejemplar (ya que al leg<strong>en</strong>dario antecesor de los<br />

shantaks, al que habita <strong>en</strong> la cúpula real, se le alim<strong>en</strong>ta <strong>en</strong> la oscuridad más<br />

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