H. P. Lovecraft = Lovecraftiana 3 - cuentos en ... - GutenScape.com

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19.06.2013 Views

detenido por un centinela vestido de rojo, a quien tuvo que contar tres sueños inverosímiles para demostrarle que era un soñador digno de caminar por las misteriosas calles de Thran y de visitar los bazares donde se vendían los géneros traídos por los suntuosos galeones. Penetro luego en la increíble ciudad a través de una muralla de espesor tal que la entrada formaba como un túnel; y luego siguió por los retorcidos y ondulantes callejones que culebrean, profundos y estrechos, entre torres inmensas. Brillaban las luces a través de las ventanas enrejadas y de los balcones; y del interior de los patios de burbujeantes fuentes salía una música tenue de flautas y laúdes. Carter sabía la dirección que le convenía tomar y se dirigió a las calles más oscuras que bordean el río, y entró en una vieja taberna de marineros donde se encontró con capitanes y gentes de mar que él había conocido en muchos de sus sueños anteriores. Allí compró un pasaje para Celephais, a bordo de un gran galeón pintado de verde, y se quedó en esa misma taberna a pasar la noche después de hablar seriamente con el venerable gato de aquella posada, que parpadeaba soñoliento ante el enorme fuego del hogar y soñaba en viejas guerras y en dioses olvidados. A la mañana siguiente, Carter embarcó en el galeón que zarpaba hacia Celephais. Se sentó a proa sobre un montón de cuerdas, y empezó el largo viaje hacia el Mar Cerenario. Durante muchas leguas, las márgenes del río presentaron el mismo aspecto que las tierras de Thran, viéndose algún que otro templo erigido en lo alto de las colinas de la orilla derecha. Cruzaron por delante de un pueblecito dormido, pegado a la orilla, con sus puntiagudos tejados color ladrillo y sus redes tendidas al sol. Pendiente siempre de su empresa, Carter interrogó a todos los marineros sobre la clase de gentes que frecuentaban las tabernas de Celephais, y les preguntó sobre los nombres y las costumbres de aquellos hombres extraños de ojos rasgados y estrechos, orejas de grandes lóbulos, fina nariz y barbilla puntiaguda que venían del nortea bordo de negras embarcaciones, para 554

cambiar ónice por figuritas de jade, hilo de oro y pajarillos cantores de Celephais. No sabían los marineros gran cosa sobre esas gentes, excepto que hablaban muy poco y que en torno a ellos flota como una atmósfera de respeto y temor. El país de aquellos hombres extraños es muy lejano y se llama Inquanok. Escasas eran las personas que iban allá, porque se trata de una región fría y crepuscular que, al parecer, linda con la desagradable meseta de Leng, cosa que por otra parte tampoco se sabía con seguridad. Por el lado donde se supone que está esa meseta, se yergue una cadena infranqueable de montañas, de suerte que nadie puede afirmar que esta maligna región, con sus horribles poblados de piedra y sus abominables monasterios, estén realmente allí; ni tampoco que sea sólo producto del temor que siente la gente por la noche, cuando esa formidable barrera de picos recorta su negra silueta contra la luna, lo que se cuenta sobre ella. Ciertamente se podía llegar a Leng desde muy diferentes océanos, pero los marineros no sabían nada de las otras fronteras de Inquanok y sólo habían oído hablar en términos muy vagos de la inmensidad fría y de la desconocida Kadath. En cuanto a la maravillosa ciudad del sol poniente que Carter buscaba, no tenían ni idea. Así que el viajero no preguntó más y aguardó a que se presentara la ocasión de hablar con aquellos hombres extraños de la fría y crepuscular Inquanok, que son verdaderos descendientes de los dioses representados en el rostro tallado del monte Ngranek. Avanzado ya el día, el galeón llegó a los meandros que atraviesan las perfumadas junglas de Kled. Aquí Carter habría deseado poder desembarcar, porque en esas marañas tropicales duermen portentosos palacios de marfil, solitarios pero bien conservados, donde un día moraron los monarcas fabulosos de un país cuyo nombre no se recuerda. En virtud de los hechizos de los Dioses Arquetípicos, estos lugares se conservan 555

cambiar ónice por figuritas de jade, hilo de oro y pajarillos cantores de<br />

Celephais. No sabían los marineros gran cosa sobre esas g<strong>en</strong>tes, excepto<br />

que hablaban muy poco y que <strong>en</strong> torno a ellos flota <strong>com</strong>o una atmósfera de<br />

respeto y temor.<br />

El país de aquellos hombres extraños es muy lejano y se llama<br />

Inquanok. Escasas eran las personas que iban allá, porque se trata de una<br />

región fría y crepuscular que, al parecer, linda con la desagradable meseta<br />

de L<strong>en</strong>g, cosa que por otra parte tampoco se sabía con seguridad. Por el<br />

lado donde se supone que está esa meseta, se yergue una cad<strong>en</strong>a<br />

infranqueable de montañas, de suerte que nadie puede afirmar que esta<br />

maligna región, con sus horribles poblados de piedra y sus abominables<br />

monasterios, estén realm<strong>en</strong>te allí; ni tampoco que sea sólo producto del<br />

temor que si<strong>en</strong>te la g<strong>en</strong>te por la noche, cuando esa formidable barrera de<br />

picos recorta su negra silueta contra la luna, lo que se cu<strong>en</strong>ta sobre ella.<br />

Ciertam<strong>en</strong>te se podía llegar a L<strong>en</strong>g desde muy difer<strong>en</strong>tes océanos, pero los<br />

marineros no sabían nada de las otras fronteras de Inquanok y sólo habían<br />

oído hablar <strong>en</strong> términos muy vagos de la inm<strong>en</strong>sidad fría y de la<br />

desconocida Kadath. En cuanto a la maravillosa ciudad del sol poni<strong>en</strong>te<br />

que Carter buscaba, no t<strong>en</strong>ían ni idea. Así que el viajero no preguntó más y<br />

aguardó a que se pres<strong>en</strong>tara la ocasión de hablar con aquellos hombres<br />

extraños de la fría y crepuscular Inquanok, que son verdaderos<br />

desc<strong>en</strong>di<strong>en</strong>tes de los dioses repres<strong>en</strong>tados <strong>en</strong> el rostro tallado del monte<br />

Ngranek.<br />

Avanzado ya el día, el galeón llegó a los meandros que atraviesan<br />

las perfumadas junglas de Kled. Aquí Carter habría deseado poder<br />

desembarcar, porque <strong>en</strong> esas marañas tropicales duerm<strong>en</strong> port<strong>en</strong>tosos<br />

palacios de marfil, solitarios pero bi<strong>en</strong> conservados, donde un día moraron<br />

los monarcas fabulosos de un país cuyo nombre no se recuerda. En virtud<br />

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