H. P. Lovecraft = Lovecraftiana 3 - cuentos en ... - GutenScape.com
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egión flota una neblina mágica y la luz del sol parece durar un poco más que en otros lugares. También perdura allí la rumorosa música del verano que componen las abejas y los pájaros, de modo que los hombres cruzan por allí como por un paraje maravilloso y experimentan la mayor dicha y encanto que después les cabe recordar. Hacia mediodía llegó Carter a Kiran, cuyas terrazas de jaspe descienden hasta el borde del río y conducen a un templo de encanto, a donde el rey de Ilek-Vad acude una vez al año con su palanquín de oro desde su lejano reino del mar crepuscular, a orar ante el dios del Oukranos, el que cantaba para él cuando el rey era joven y vivía en una cabaña, junto a la orilla del río. Este templo es todo de jaspe y cubre un acre de terreno con sus muros y sus patios, con sus siete torres rematadas en flecha y su capilla interior, adonde el río penetra a través de canales ocultos y el dios canta dulcemente por la noche. Muchas veces la luna oye extrañas melodías, mientras sus rayos bañan tales patios y terrazas y pináculos; pero nadie, excepto el propio rey de Ilek-Vad, podría decir si esa melodía es la canción del dios o el cántico de sus misteriosos sacerdotes, pues el rey es el único que ha entrado en el templo y ha visto a los sacerdotes. Ahora, en el sopor del mediodía, aquel templo esculpido y delicado permanecía en silencio; y mientras caminaba bajo un sol mágico, Carter sólo oía el rumor de la gran corriente y el murmullo de los pájaros y las abejas. El peregrino caminó durante toda la tarde por las perfumadas praderas, al abrigo de las suaves colinas ribereñas cubiertas de pacíficas casitas de techumbre de paja y de santuarios erigidos a dioses amables, esculpidos en jaspe o en crisoberilo. A veces caminaba por el mismo borde del Oukranos, y silbaba a los peces vivarachos e iridiscentes de aquella corriente cristalina; otras veces, se detenía entre el susurro de los juncos a contemplar el gran bosque de la otra orilla, cuyos árboles descendían hasta el mismo borde del agua. En algunos sueños anteriores había visto salir de 552
ese bosque a los buopoths, pesados y tímidos, que iban a beber en el río; pero ahora no se veía ninguno. Una de las veces se detuvo a mirar cómo un pez carnívoro atrapaba un pájaro pescador, al cual había atraído al agua con el señuelo de sustentadoras escamas al sol. En el momento en que el alado cazador se lanzó a picarle, lo cogió por el pico con su boca enorme. Al declinar la tarde, Carter subió por una toma cubierta de yerba, desde donde pudo contemplar cómo brillaban a la luz del crepúsculo las mil agujas doradas de los campanarios de Thran. Las enormes murallas de alabastro de esa increíble ciudad no son verticales, sino que parece desde lejos que se inclinan hacia dentro. Y lo más desconcertante es el hecho de estar construidas de una sola pieza, con una técnica que ningún hombre conoce ya; porque esta ciudad es más antigua que la raza humana. Aun siendo tan altas estas murallas de cien pórticos y doscientas atalayas, las torres que se apiñan en su interior, blancas bajo sus agujas doradas, son más altas todavía, de manera que los hombres de la llanura las ven elevarse hasta el cielo, a veces resplandecientes de luz, a veces con las cúpulas veladas por las nubes y las brumas, y a veces rodeadas de nubes bajas, emergiendo por encima con sus esplendorosos pináculos elevados. Y allí donde las puertas de Thran se abren sobre el río, existen grandes muelles de mármol, junto a los cuales se mecen suavemente suntuosos galeones de cedro fragante y madera de Ceilán, sujetos a sus anclas, y descansan extraños marineros de espesa barba entoneles y fardos cuyos rótulos exhiben jeroglíficos de lejanos lugares. Tierra adentro, más allá de los muros, se extienden los campos de este país, y en ellos dormitan menudas cabañas blancas entre pequeñas colinas, y serpean estrechas sendas con infinidades de puentes de piedra entre los ríos y las huertas. Caía la tarde, pues, cuando Carter atravesó esta tierra feraz, y desde el río vio reflejarse la luz del crepúsculo en las maravillosas agujas de las torres de Thran. Y justo al cerrar la noche llegó a la puerta sur, donde fue 553
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egión flota una neblina mágica y la luz del sol parece durar un poco más<br />
que <strong>en</strong> otros lugares. También perdura allí la rumorosa música del verano<br />
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Hacia mediodía llegó Carter a Kiran, cuyas terrazas de jaspe<br />
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donde el rey de Ilek-Vad acude una vez al año con su palanquín de oro<br />
desde su lejano reino del mar crepuscular, a orar ante el dios del Oukranos,<br />
el que cantaba para él cuando el rey era jov<strong>en</strong> y vivía <strong>en</strong> una cabaña, junto<br />
a la orilla del río. Este templo es todo de jaspe y cubre un acre de terr<strong>en</strong>o<br />
con sus muros y sus patios, con sus siete torres rematadas <strong>en</strong> flecha y su<br />
capilla interior, adonde el río p<strong>en</strong>etra a través de canales ocultos y el dios<br />
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nadie, excepto el propio rey de Ilek-Vad, podría decir si esa melodía es la<br />
canción del dios o el cántico de sus misteriosos sacerdotes, pues el rey es el<br />
único que ha <strong>en</strong>trado <strong>en</strong> el templo y ha visto a los sacerdotes. Ahora, <strong>en</strong> el<br />
sopor del mediodía, aquel templo esculpido y delicado permanecía <strong>en</strong><br />
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El peregrino caminó durante toda la tarde por las perfumadas<br />
praderas, al abrigo de las suaves colinas ribereñas cubiertas de pacíficas<br />
casitas de techumbre de paja y de santuarios erigidos a dioses amables,<br />
esculpidos <strong>en</strong> jaspe o <strong>en</strong> crisoberilo. A veces caminaba por el mismo borde<br />
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contemplar el gran bosque de la otra orilla, cuyos árboles desc<strong>en</strong>dían hasta<br />
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