H. P. Lovecraft = Lovecraftiana 3 - cuentos en ... - GutenScape.com

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Comenentonces un ascenso interminable, completamente a oscuras. Era casi imposible subir, debido al tamaño monstruoso de los peldaños tallados por los gugos, que medían lo menos un metro de altura. Carter no pudo calcular, ni aun aproximadamente, el número de peldaños que subió, porque no tardó en sentirse tan rendido de cansancio que los elásticos e infatigables gules se vieron obligados a ayudarle. Durante el ascenso, les acechaba el constante peligro de ser descubiertos y perseguidos, porque si bien los gugos no se atreven a levantar la losa de piedra del bosque por miedo a la maldición de los Grandes Dioses, tal maldición no afecta para nada a la torre y a la escalera, de manera que los lívidos que tratan de refugiarse allí suelen ser cazados por los gugos, aunque lleguen al último tramo de la escalera. Tan fino es el oído de los gugos que, de haber estado despiertos, habrían oído perfectamente el roce de los pies desnudos y de las manos de quienes subían; y, desde luego, habría sido cuestión de poco tiempo que los gigantes - acostumbrados a las cacerías de lívidos en la cripta de Zin en completa oscuridad - dieran alcance a la débil y torpe presa que ahora ascendía por las ciclópeas escaleras. Era desesperante pensar que los silenciosos gugos no pueden ser oídos y que si llegaban a descubrirles caerían de repente sobre ellos, cogiéndoles desprevenidos en la oscuridad. En aquel extraño lugar, ni siquiera les detendría el tradicional temor que sienten hacia los gules, ya que en él gozaban de una ventaja manifiesta. Existía, además, el peligro eventual de tropezarse con los venenosos lívidos, que a veces se introducen en la torre durante la hora de sueño de los gugos. Si éstos durmiesen ahora mucho tiempo y los lívidos regresaran pronto de su combate en la caverna, el olor de Carter y sus acompañantes atraería irremisiblemente a estos seres nauseabundos y hostiles, en cuyo caso era preferible ser devorados por los gugos. Luego, después de trepar durante una eternidad, oyeron una tos allá 544

arriba, en la oscuridad, y la situación dio un giro inesperado y gravísimo. Evidentemente, se trataba de un lívido, o tal vez de varios, que se había debido extraviar en el interior de la torre antes de que llegaran Carter y sus guías, y estaba igualmente claro que el peligro era inminente. Tras un segundo de dudas angustiosas, el gul que iba en cabeza empujó a Carter a un rincón y dispuso a sus compañeros convenientemente, con la vieja lápida en alto para dejársela caer al enemigo en cuanto se pusiera a tiro. Los gules pueden ver en la oscuridad, así que la situación no era tan desesperada como lo habría podido ser si Carter se hubiera encontrado solo. Un momento después, un ruido de pezuñas les hizo saber que al menos una de las bestias lívidas bajaba dando saltos, y los gules que sostenían la lápida la enarbolaron para intentar un golpe desesperado. Fue entonces cuando surgieron dos ojos rojizos y amarillentos, a la vez que la jadeante respiración del lívido se hacía audible por encima del ruido de sus patas. Al saltar la sucia bestia al peldaño inmediatamente superior de donde estaban los gules, lanzaron éstos la vieja lápida con fuerza prodigiosa, de suerte que sólo se oyó un estertor agónico, antes de que la víctima cayese hecha un amasijo inmundo. Parecía no haber más bestias de aquellas allí dentro; y después de guardar silencio un momento, los gules dieron una palmada a Carter como señal de que podían proseguir la marcha. Como antes, se vieron obligados a ayudarle, y Carter se alegró de dejar aquel lugar de muerte donde el cadáver grotesco del lívido yacía invisible en la oscuridad. Por último, los gules detuvieron a su compañero. Extendiendo los brazos hacia arriba y palpando en las tinieblas, Carter se dio cuenta de que habían llegado a la losa de piedra. Levantarla del todo era imposible; los gules se limitarían a abrir una rendija suficiente para introducir la lápida a modo de palanca y permitir así que Carter saliera por la abertura. Los gules tenían pensado bajar nuevamente por la escalera y regresar por donde 545

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peldaños tallados por los gugos, que medían lo m<strong>en</strong>os un metro de altura.<br />

Carter no pudo calcular, ni aun aproximadam<strong>en</strong>te, el número de peldaños<br />

que subió, porque no tardó <strong>en</strong> s<strong>en</strong>tirse tan r<strong>en</strong>dido de cansancio que los<br />

elásticos e infatigables gules se vieron obligados a ayudarle. Durante el<br />

asc<strong>en</strong>so, les acechaba el constante peligro de ser descubiertos y<br />

perseguidos, porque si bi<strong>en</strong> los gugos no se atrev<strong>en</strong> a levantar la losa de<br />

piedra del bosque por miedo a la maldición de los Grandes Dioses, tal<br />

maldición no afecta para nada a la torre y a la escalera, de manera que los<br />

lívidos que tratan de refugiarse allí suel<strong>en</strong> ser cazados por los gugos,<br />

aunque llegu<strong>en</strong> al último tramo de la escalera. Tan fino es el oído de los<br />

gugos que, de haber estado despiertos, habrían oído perfectam<strong>en</strong>te el roce<br />

de los pies desnudos y de las manos de qui<strong>en</strong>es subían; y, desde luego,<br />

habría sido cuestión de poco tiempo que los gigantes - acostumbrados a las<br />

cacerías de lívidos <strong>en</strong> la cripta de Zin <strong>en</strong> <strong>com</strong>pleta oscuridad - dieran<br />

alcance a la débil y torpe presa que ahora asc<strong>en</strong>día por las ciclópeas<br />

escaleras. Era desesperante p<strong>en</strong>sar que los sil<strong>en</strong>ciosos gugos no pued<strong>en</strong> ser<br />

oídos y que si llegaban a descubrirles caerían de rep<strong>en</strong>te sobre ellos,<br />

cogiéndoles desprev<strong>en</strong>idos <strong>en</strong> la oscuridad. En aquel extraño lugar, ni<br />

siquiera les det<strong>en</strong>dría el tradicional temor que si<strong>en</strong>t<strong>en</strong> hacia los gules, ya<br />

que <strong>en</strong> él gozaban de una v<strong>en</strong>taja manifiesta. Existía, además, el peligro<br />

ev<strong>en</strong>tual de tropezarse con los v<strong>en</strong><strong>en</strong>osos lívidos, que a veces se introduc<strong>en</strong><br />

<strong>en</strong> la torre durante la hora de sueño de los gugos. Si éstos durmies<strong>en</strong> ahora<br />

mucho tiempo y los lívidos regresaran pronto de su <strong>com</strong>bate <strong>en</strong> la caverna,<br />

el olor de Carter y sus a<strong>com</strong>pañantes atraería irremisiblem<strong>en</strong>te a estos seres<br />

nauseabundos y hostiles, <strong>en</strong> cuyo caso era preferible ser devorados por los<br />

gugos.<br />

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