H. P. Lovecraft = Lovecraftiana 3 - cuentos en ... - GutenScape.com

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En ese momento, otros tres lívidos saltaron fuera de la caverna y se unieron al primero, y un gul susurró a Carter en voz casi imperceptible que aquella ausencia de rasguños que mostraban era mala señal. Indicaba que no habían luchado con el gugo centinela, de modo que aún conservaban toda su fuerza y ferocidad, y que así permanecerían hasta que encontraran y devoraran alguna víctima. Resultaba muy desagradable ver aquellos animales inmundos y desproporcionados, que no tardaron mucho en ser una quincena, hozando por el suelo y dando saltos de canguro bajo la luz crepuscular, en esa atmósfera brumosa traspasada de titánicas torres e inmensos monolitos. Pero aún más desagradable fue oírles cuando empezaron a hablar con las toses y sonidos guturales que constituyen el lenguaje de los lívidos. Y aunque eran horripilantes, no lo eran tanto como lo que surgió en ese momento por detrás de ellos, de manera asombrosamente repentina. Era una zarpa de unas tres cuartas de anchura, provista de formidables garras. Después apareció otra; y después, un brazo enorme de negro pelaje al que se unían ambas zarpas con dos cortos antebrazos. Luego brillaron dos ojos rosados, apareciendo a continuación la cabeza bamboleante del gugo centinela que había despertado. Tenía el tamaño de un barril aquella cabeza; y los ojos sobresalían unas dos pulgadas a cada lado, protegidos por unas protuberancias óseas cubiertas de pelo encrespado. Pero lo que le daba a esta cabeza un aspecto particularmente terrible era la boca. Aquella boca de enormes colmillos amarillos recorría la cabeza de arriba abajo, abriéndose verticalmente y no de forma corriente. Pero antes de que el infortunado gugo acabara de salir de la gruta y enderezara sus siete metros de altura, los arteros lívidos se habían abalanzado sobre él. Carter temió por un momento que diera la alarma y despertase a los suyos, pero un gul le susurró que los gugos no tienen voz y que se comunican por medio de gestos faciales. La batalla que a 542

continuación tuvo lugar fue inenarrable y atroz. Los venenosos lívidos acometían febrilmente por todos lados al medio incorporado gugo, mordiéndole y destrozándole con sus mandíbulas, e hiriéndole cruelmente con sus duras y afiladas pezuñas. Durante la lucha, los lívidos carraspeaban y tosían con excitación, gritando cuando la enorme boca vertical del gugo hacía presa en alguno de ellos, de suerte que el fragor del combate habría despertado ya, con toda seguridad, a todos los demás gugos de no haber sido porque el cada vez más debilitado centinela había ido retrocediendo, trasladando así la batalla cada vez más adentro de la caverna. De este modo, el tumulto desapareció pronto de la vista y se sumergió en la negrura, y sólo algún eco infernal y esporádico indicaba que la lucha proseguía. Entonces el más avispado de los gules dio la señal de avanzar, y Carter siguió a sus tres compañeros. Salieron del laberinto de monolitos y entraron en las calles oscuras y fétidas de aquella horrenda ciudad, cuyas torres circulares de ciclópea mampostería se elevan hasta perderse de vista. Caminaron con paso vacilante y silencioso por aquel tosco pavimento rocoso, mientras oían con aprensión los apagados y abominables resoplidos que salían de las inmensas entradas, indicando que los gugos dormían la siesta. Temiendo que aquella hora de descanso estuviera a punto de terminar, los gules apretaron el paso; pero aun así, el trayecto no resultó corto, ya que son enormes las distancias en aquella ciudad de gigantes. Finalmente llegaron a una plaza, antela cual se alzaba una torre mucho más grande que las demás. Encima de la puerta de esta torre destacaba un monstruoso bajorrelieve que representaba un símbolo aterrador aun para quien ignorara su significado. Era la torre central que ostentaba el signo de Koth, y aquellos inmensos peldaños que se vislumbraban en la oscuridad de su interior eran el arranque de la gran escalera que conducía al Alto País de los Sueños y al bosque encantado. 543

En ese mom<strong>en</strong>to, otros tres lívidos saltaron fuera de la caverna y se<br />

unieron al primero, y un gul susurró a Carter <strong>en</strong> voz casi imperceptible que<br />

aquella aus<strong>en</strong>cia de rasguños que mostraban era mala señal. Indicaba que<br />

no habían luchado con el gugo c<strong>en</strong>tinela, de modo que aún conservaban<br />

toda su fuerza y ferocidad, y que así permanecerían hasta que <strong>en</strong>contraran y<br />

devoraran alguna víctima. Resultaba muy desagradable ver aquellos<br />

animales inmundos y desproporcionados, que no tardaron mucho <strong>en</strong> ser una<br />

quinc<strong>en</strong>a, hozando por el suelo y dando saltos de canguro bajo la luz<br />

crepuscular, <strong>en</strong> esa atmósfera brumosa traspasada de titánicas torres e<br />

inm<strong>en</strong>sos monolitos. Pero aún más desagradable fue oírles cuando<br />

empezaron a hablar con las toses y sonidos guturales que constituy<strong>en</strong> el<br />

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lo que surgió <strong>en</strong> ese mom<strong>en</strong>to por detrás de ellos, de manera<br />

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Era una zarpa de unas tres cuartas de anchura, provista de<br />

formidables garras. Después apareció otra; y después, un brazo <strong>en</strong>orme de<br />

negro pelaje al que se unían ambas zarpas con dos cortos antebrazos. Luego<br />

brillaron dos ojos rosados, apareci<strong>en</strong>do a continuación la cabeza<br />

bamboleante del gugo c<strong>en</strong>tinela que había despertado. T<strong>en</strong>ía el tamaño de<br />

un barril aquella cabeza; y los ojos sobresalían unas dos pulgadas a cada<br />

lado, protegidos por unas protuberancias óseas cubiertas de pelo<br />

<strong>en</strong>crespado. Pero lo que le daba a esta cabeza un aspecto particularm<strong>en</strong>te<br />

terrible era la boca. Aquella boca de <strong>en</strong>ormes colmillos amarillos recorría<br />

la cabeza de arriba abajo, abriéndose verticalm<strong>en</strong>te y no de forma corri<strong>en</strong>te.<br />

Pero antes de que el infortunado gugo acabara de salir de la gruta y<br />

<strong>en</strong>derezara sus siete metros de altura, los arteros lívidos se habían<br />

abalanzado sobre él. Carter temió por un mom<strong>en</strong>to que diera la alarma y<br />

despertase a los suyos, pero un gul le susurró que los gugos no ti<strong>en</strong><strong>en</strong> voz y<br />

que se <strong>com</strong>unican por medio de gestos faciales. La batalla que a<br />

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