H. P. Lovecraft = Lovecraftiana 3 - cuentos en ... - GutenScape.com

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gobernado por el Rey Kuranes, a quien Carter conoció una vez en su vida vigil. Todos los años llegaban marineros con ese mismo semblante desde el norte, en sus negras embarcaciones, a cambiar ónice por jade esculpido, y por hilo de oro, y por rojos pajarillos cantores de Celephais; y era evidente que tales marineros no eran sino los semidioses que él buscaba. Y el lugar donde habitaban no debía de estar lejos de la inmensidad fría, en donde se alzaba la ignorada Kadath, cuyo castillo de ónice era la morada de los Grandes Dioses. De modo que debía dirigirse a Celephais. Y como se hallaba muy lejos de Oriab, decidió regresar a Dylath-Leen y remontar el Skai hasta el puente de Nyr, para atravesar nuevamente el bosque encantado de los zoogs. Desde allí tomaría un camino que va hacia el norte y cruzaría los innumerables jardines que bordean las riberas del Oukranos, hasta llegar a las doradas flechas de campanario de Thran, ciudad donde podría encontrar algún galeón que zarpara rumbo al mar Cerenario. Pero la oscuridad era ahora más densa, y el gran rostro esculpido resultaba aún más severo en la sombra. La noche cogió al explorador encaramado en aquel saliente; y en la negrura no pudo ni bajar ni subir, sino sólo permanecer allí, y agarrarse, y temblar en aquel angosto lugar hasta que viniese el nuevo día. Deseó fervientemente mantenerse despierto, no fuese que con el sueño perdiera apoyo y cayese por el insondable vacío a los despeñaderos y agudos riscos de aquel valle maldito. Aparecieron las estrellas; pero salvo ellas, sus ojos sólo percibían un negro vacío, un vacío ligado a la muerte, contra la cual no podía sino agarrarse a las rocas y pegarse al muro de piedra, apartándose lo más posible del borde del abismo invisible en las tinieblas. Lo último que vio, antes de que la noche cerrara, fue un cóndor que planeaba muy cerca del precipicio donde él se encontraba, y que se alejó chillando al pasar por delante de la gruta cuya boca se abría un poco por encima de su alance. De pronto, sin un ruido que le previniera en la oscuridad, sintió que 532

una mano invisible le sustraía furtivamente la cimitarra de su cinto. Luego oyó caer el arma por las rocas de abajo; y, recortada contra el vago resplandor de la Vía Láctea, le pareció ver la silueta terrible de una criatura flaca y monstruosa, provista de cuernos, de cola, y alas de murciélago. Otros seres habían comenzado también a recortar sus sombras contra las estrellas de poniente, como si una bandada de pájaros inconcebibles saliera aleteando con torpes y silenciosos movimientos de aquella caverna inaccesible de la pared del precipicio. Luego, una especie de tentáculo frío y gomoso le agarró por el cuello, y otra cosa le aprisionó los pies, sintiéndose elevado y suspendido en el espacio. Un minuto después, las estrellas habían desaparecido, y Carter comprendió que había caído en poder de las descarnadas alimañas de la noche. Sin aliento estaba Carter, cuando le arrastraron al interior de la caverna del precipicio y le condujeron a través de intrincados laberintos. Al principio trató de zafarse instintivamente, pero sus captores le pellizcaron ferozmente para impedírselo. No cambiaron entre sí un solo sonido; y aun sus alas membranosas se movían en silencio. Eran espantosamente fríos, húmedos y resbaladizos, y sus zarpas le manoseaban de manera repugnante. Poco después se dejaron caer a través de abismos inconcebibles en un torbellino vertiginoso de aire húmedo y sepulcral; y Carter sintió que se precipitaba en un vórtice final de locura ululante y demoníaca. Gritaba y gritaba desesperadamente, y cada vez que lo hacía, las pinzas de aquellas bestias le pellizcaban con más sutileza. Después vio a su alrededor una especie de fosforescencia gris, y supuso que estaría llegando a aquel mundo subterráneo de horrores profundos del cual hablaban las oscuras leyendas, y dicen que está iluminado tan sólo por un pálido fuego letal que nace del mismo aire emponzoñado y de las brumas primordiales de los abismos del centro de la tierra. Por último, allá abajo, en las profundidades aquellas, divisó unas 533

una mano invisible le sustraía furtivam<strong>en</strong>te la cimitarra de su cinto. Luego<br />

oyó caer el arma por las rocas de abajo; y, recortada contra el vago<br />

resplandor de la Vía Láctea, le pareció ver la silueta terrible de una criatura<br />

flaca y monstruosa, provista de cuernos, de cola, y alas de murciélago.<br />

Otros seres habían <strong>com</strong><strong>en</strong>zado también a recortar sus sombras contra las<br />

estrellas de poni<strong>en</strong>te, <strong>com</strong>o si una bandada de pájaros inconcebibles saliera<br />

aleteando con torpes y sil<strong>en</strong>ciosos movimi<strong>en</strong>tos de aquella caverna<br />

inaccesible de la pared del precipicio. Luego, una especie de t<strong>en</strong>táculo frío<br />

y gomoso le agarró por el cuello, y otra cosa le aprisionó los pies,<br />

sintiéndose elevado y susp<strong>en</strong>dido <strong>en</strong> el espacio. Un minuto después, las<br />

estrellas habían desaparecido, y Carter <strong>com</strong>pr<strong>en</strong>dió que había caído <strong>en</strong><br />

poder de las descarnadas alimañas de la noche.<br />

Sin ali<strong>en</strong>to estaba Carter, cuando le arrastraron al interior de la<br />

caverna del precipicio y le condujeron a través de intrincados laberintos. Al<br />

principio trató de zafarse instintivam<strong>en</strong>te, pero sus captores le pellizcaron<br />

ferozm<strong>en</strong>te para impedírselo. No cambiaron <strong>en</strong>tre sí un solo sonido; y aun<br />

sus alas membranosas se movían <strong>en</strong> sil<strong>en</strong>cio. Eran espantosam<strong>en</strong>te fríos,<br />

húmedos y resbaladizos, y sus zarpas le manoseaban de manera<br />

repugnante. Poco después se dejaron caer a través de abismos<br />

inconcebibles <strong>en</strong> un torbellino vertiginoso de aire húmedo y sepulcral; y<br />

Carter sintió que se precipitaba <strong>en</strong> un vórtice final de locura ululante y<br />

demoníaca. Gritaba y gritaba desesperadam<strong>en</strong>te, y cada vez que lo hacía,<br />

las pinzas de aquellas bestias le pellizcaban con más sutileza. Después vio a<br />

su alrededor una especie de fosforesc<strong>en</strong>cia gris, y supuso que estaría<br />

llegando a aquel mundo subterráneo de horrores profundos del cual<br />

hablaban las oscuras ley<strong>en</strong>das, y dic<strong>en</strong> que está iluminado tan sólo por un<br />

pálido fuego letal que nace del mismo aire emponzoñado y de las brumas<br />

primordiales de los abismos del c<strong>en</strong>tro de la tierra.<br />

Por último, allá abajo, <strong>en</strong> las profundidades aquellas, divisó unas<br />

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