H. P. Lovecraft = Lovecraftiana 3 - cuentos en ... - GutenScape.com

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19.06.2013 Views

magahs, e incluso la lejanísima línea de la ribera del Yath, junto a la cual se alzan las antiguas ruinas prohibidas cuyo nombre no se recuerda. Prefirió no mirar a su alrededor, y siguió trepando, hasta que los matorrales se hicieron cada ves más ralos, y no encontró otra cosa donde agarrarse que una yerba de tallos robustos. Después, el suelo se hizo aún más pobre. De vez en cuando aparecían grandes trechos donde afloraba la roca desnuda y algún nido de cóndor oculto entre las grietas. Finalmente ya no hubo sino roca pura, y de no haber estado tan áspera y erosionada, difícilmente habría podido seguir adelante. Sus prominencias, rebordes y remates le ayudaron mucho, y le resultó alentador descubrir de cuando en cuando alguna señal dejada por los recolectores de lava al arañar toscamente la roca, sabiendo por ellas que seres humanos normales y corrientes habían estado allí antes que él. Un poco más arriba, la presencia del hombre se evidenciaba en unos asideros para pies y manos que habían sido practicados a golpe de piqueta allí donde se hacían necesarios, yen las pequeñas canteras y excavaciones efectuadas donde se había descubierto una rica veta de mineral o una corriente de lava. En un lugar se había tallado artificialmente una estrecha cornisa que se apartaba bastante de la línea principal de ascenso para dar acceso a un filón especialmente rico. Una o dos veces se atrevió Carter a mirar alrededor, y se quedó pasmado ante el inmenso paisaje que se dominaba desde aquella altura. Toda la isla, desde donde se encontraba él hasta la costa, se extendía a sus pies. Al fondo distinguía las terrazas de piedra de Baharna y el humo de sus chimeneas, misterioso y distante; y aún más allá, el ilimitado Mar Meridional henchido de secretos. Hasta entonces había ido subiendo en zigzag, de modo que la vertiente esculpida de la montaña permanecía oculta a sus ojos. Carter vio entonces una cornisa que ascendía a la izquierda, y le pareció que ésa era la dirección que él debía tomar. Echó hacia allá con la esperanza de que el 528

camino continuase sin interrupción, y diez minutos más tarde comprobó que, efectivamente, no se trataba de un callejón sin salida, si no de una empinada senda que conducía a un arco, el cual, si no estaba bruscamente cortado y no se desviaba, le llevaría en unas pocas horas de ascensión a aquella desconocida vertiente sur que domina los desolados precipicios y el maldito valle de lava. La comarca que apareció ante él por esta dirección era más desolada y salvaje que las tierras que hasta entonces había atravesado. La ladera de la montaña era también algo diferente, pues se veía perforada de extrañas hendiduras y cuevas como no había visto hasta ahora en la ruta que acababa de dejar. Unos por debajo de él y otros por encima, todos estos enormes agujeros se abrían en las paredes verticales, de forma que eran absolutamente inalcanzables al hombre. El aire era frío ahora, pero tan difícil resultaba la escalada que no hizo caso. Sólo le preocupaba su creciente enrarecimiento, y pensó que quizá fuera la dificultad de respirar lo que trastornaba la cabeza de otros viajeros suscitando aquellas absurdas historias de alimañas descarnadas y nocturnas, con las que pretendían explicar la desaparición de los que trepaban por aquellos senderos peligrosos. No le habían impresionado mucho los relatos de los viajeros, pero traía consigo una buena cimitarra por si acaso. Todos los demás pensamientos perdían importancia ante su deseo de ver aquel rostro esculpido que podía proporcionarle por fin la pista de los dioses que reinan sobre la desconocida Kadath. Por último, en medio del frío glacial de las regiones superiores, desembocó de lleno en la cara oculta del Ngranek y, en las simas infinitas que se abrían a sus pies, vio los desolados precipicios y abismos de lava que señalaban el lugar donde en tiempos remotos se había desencadenado la cólera de los Grandes Dioses. Desde allí se divisaba también en dirección sur una vasta extensión de terreno; pero ahora era una tierra desierta, sin campos de labranza ni chimeneas de cabañas, y parecía no 529

camino continuase sin interrupción, y diez minutos más tarde <strong>com</strong>probó<br />

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empinada s<strong>en</strong>da que conducía a un arco, el cual, si no estaba bruscam<strong>en</strong>te<br />

cortado y no se desviaba, le llevaría <strong>en</strong> unas pocas horas de asc<strong>en</strong>sión a<br />

aquella desconocida verti<strong>en</strong>te sur que domina los desolados precipicios y el<br />

maldito valle de lava. La <strong>com</strong>arca que apareció ante él por esta dirección<br />

era más desolada y salvaje que las tierras que hasta <strong>en</strong>tonces había<br />

atravesado. La ladera de la montaña era también algo difer<strong>en</strong>te, pues se<br />

veía perforada de extrañas h<strong>en</strong>diduras y cuevas <strong>com</strong>o no había visto hasta<br />

ahora <strong>en</strong> la ruta que acababa de dejar. Unos por debajo de él y otros por<br />

<strong>en</strong>cima, todos estos <strong>en</strong>ormes agujeros se abrían <strong>en</strong> las paredes verticales, de<br />

forma que eran absolutam<strong>en</strong>te inalcanzables al hombre. El aire era frío<br />

ahora, pero tan difícil resultaba la escalada que no hizo caso. Sólo le<br />

preocupaba su creci<strong>en</strong>te <strong>en</strong>rarecimi<strong>en</strong>to, y p<strong>en</strong>só que quizá fuera la<br />

dificultad de respirar lo que trastornaba la cabeza de otros viajeros<br />

suscitando aquellas absurdas historias de alimañas descarnadas y nocturnas,<br />

con las que pret<strong>en</strong>dían explicar la desaparición de los que trepaban por<br />

aquellos s<strong>en</strong>deros peligrosos. No le habían impresionado mucho los relatos<br />

de los viajeros, pero traía consigo una bu<strong>en</strong>a cimitarra por si acaso. Todos<br />

los demás p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos perdían importancia ante su deseo de ver aquel<br />

rostro esculpido que podía proporcionarle por fin la pista de los dioses que<br />

reinan sobre la desconocida Kadath.<br />

Por último, <strong>en</strong> medio del frío glacial de las regiones superiores,<br />

desembocó de ll<strong>en</strong>o <strong>en</strong> la cara oculta del Ngranek y, <strong>en</strong> las simas infinitas<br />

que se abrían a sus pies, vio los desolados precipicios y abismos de lava<br />

que señalaban el lugar donde <strong>en</strong> tiempos remotos se había des<strong>en</strong>cad<strong>en</strong>ado<br />

la cólera de los Grandes Dioses. Desde allí se divisaba también <strong>en</strong><br />

dirección sur una vasta ext<strong>en</strong>sión de terr<strong>en</strong>o; pero ahora era una tierra<br />

desierta, sin campos de labranza ni chim<strong>en</strong>eas de cabañas, y parecía no<br />

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