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H. P. Lovecraft = Lovecraftiana 3 - cuentos en ... - GutenScape.com

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cabañas puntiagudas y molinos octogonales.<br />

Al séptimo día vio alzarse una mancha borrosa de humo <strong>en</strong> el<br />

horizonte, y luego las altas torres negras de Dylath-Le<strong>en</strong>, construida casi <strong>en</strong><br />

su totalidad de basalto Dylath-Le<strong>en</strong>, con sus finas torres angulares, parece<br />

desde lejos un fragm<strong>en</strong>to de la Calzada de los Gigantes, y sus calles son<br />

t<strong>en</strong>ebrosas e inhospitalarias. Ti<strong>en</strong>e muchas tabernas marineras de lúgubre<br />

aspecto junto a sus innumerables muelles, y todas están atestadas de<br />

extrañas g<strong>en</strong>tes de mar v<strong>en</strong>idas de todas las partes de la tierra, y aun de<br />

fuera de ella también, según dic<strong>en</strong>. Carter preguntó a aquellos hombres de<br />

exóticos atu<strong>en</strong>dos si sabían dónde se <strong>en</strong>cu<strong>en</strong>tra el pico Ngranek de la isla<br />

Oriab, y se <strong>en</strong>contró con que sí lo sabían. Varios barcos hacían la ruta de<br />

Baharna, que es el puerto de esa isla, y uno de ellos iría para allá al cabo de<br />

un mes. Desde Baharna, el Ngranek queda a dos días escasos de viaje a<br />

caballo. Pero son pocos los que han visto el rostro de piedra del dios,<br />

porque está situado <strong>en</strong> la verti<strong>en</strong>te demás difícil acceso al pico del Ngranek,<br />

<strong>en</strong> lo alto de unos precipicios inm<strong>en</strong>sos, desde donde se domina un<br />

siniestro valle volcánico. Una vez, los dioses se irritaron con los hombres<br />

<strong>en</strong> aquel paraje, y hablaron del asunto a los DiosesOtros.<br />

Le fue difícil recoger esta información de los mercaderes y de los<br />

marineros de las tabernas de Dylath-Le<strong>en</strong>, porque casi todos preferían<br />

hablar de las negras galeras. Una de ellas llegaría d<strong>en</strong>tro de una semana<br />

cargada de rubíes desde su ignorado puerto de orig<strong>en</strong>, y las g<strong>en</strong>tes de la<br />

ciudad se s<strong>en</strong>tían invadidas por el pánico sólo de p<strong>en</strong>sar <strong>en</strong> verlas aparecer<br />

por la bocana del puerto. Los mercaderes que v<strong>en</strong>ían <strong>en</strong> esa galera t<strong>en</strong>ían la<br />

boca desmesurada, y sus turbantes formaban dos bultos hacia arriba desde<br />

la fr<strong>en</strong>te que resultaban particularm<strong>en</strong>te desagradables. Su calzado era el<br />

más pequeño y raro que se hubiera visto jamás <strong>en</strong> los Seis Reinos. Pero lo<br />

peor de todo era el asunto de los nunca vistos galeotes. Aquellas tres filas<br />

de remos se movían con demasiada agilidad, con demasiada precisión y<br />

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