H. P. Lovecraft = Lovecraftiana 3 - cuentos en ... - GutenScape.com
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que habían sido muy bien recompensados por la confianza que había sido depositada en ellos y que no iban a traicionarla contándome más de lo que me habían contado. Después de todo, según dijo razonablemente uno de los abogados, sólo habían transcurrido tres años desde la muerte del doctor Charriere, y quedaba aún tiempo suficiente para que el heredero superviviente se presentase. Después de aquel fracaso, recurrí de nuevo a mi viejo amigo Gamwell, que seguía en cama y se encontraba aún más débil. Su médico de cabecera, con quien me crucé cuando salía de la casa, me dio a entender por primera vez que Gamwell quizá no volvería a levantarse, y me pidió que procurara no excitarle, ni cansarle con muchas preguntas. Sin embargo, estaba decidido a averiguar todo lo que pudiese acerca de Charriere, pese a que la primera sorpresa me la llevé yo ante el escrutinio al que me sometió Gamwell. Parecía como si mi amigo esperara que una estancia de menos de tres semanas en la casa Charriere me hubieran alterado incluso mi aspecto físico. Charlamos un rato, y le expuse el motivo de mi visita; expliqué que había encontrado la casa muy interesante y que, por lo tanto, deseaba conocer algo más de su último ocupante. Gamwell había mencionado que le vio alguna vez. - Fue hace muchos años - dijo Gamwell -. Si han pasado tres años después de su muerte, déjame pensar... debió de ser en 1907. asombrado. - ¡Pero eso fue veinte años antes de que muriese! - exclamé De todas formas, Gamwell insistió en que ésa era la fecha. - ¿Y qué aspecto tenía? Insistí con la pregunta. Desgraciadamente, la senilidad y la enfermedad habían invadido el vivo intelecto del viejo. - Coges un tritón, lo haces crecer un poco, le enseñas a andar sobre 456
sus patas traseras, lo vistes con ropas elegantes - dijo Gamwell - y ya tienes al doctor Jean-François Charriere. Sólo que su piel era áspera, casi callosa. Un hombre frío. Vivía en otro mundo. - ¿Cuántos años tenía? - le pregunté - ¿Ochenta? - ¿Ochenta? - se quedó pensativo -. La primera vez que le vi, yo no tenía más de veinte años y él no aparentaba más de ochenta. Y hace veinte años, mi querido Atwood, no había cambiado. Parecía tener ochenta años aquella primera vez. ¿O sería la perspectiva de mi juventud? Quizá. Parecía tener ochenta años en 1907. Y murió veinte años después. - Es decir, a los cien. - Tal vez. En fin, tampoco Gamwell pudo proporcionarme gran ayuda. De nuevo, nada específico, nada concreto, no se perfilaba ningún hecho. Sólo una impresión, un recuerdo de alguien, pensaba yo, hacia el cual Gamwell sentía antipatía, aunque él mismo no hubiese sabido decir por qué. Tal vez celos de tipo profesional, que Gamwell no quería reconocer, falseaban sus propios elementos de juicio. A continuación me dirigí a los vecinos. Casi todos eran jóvenes y sus recuerdos del doctor Charriere eran escasos. Sólo le recordaban como un tipo indeseable porque coleccionaba lagartos, así como otros bichos de esa clase, y se rumoreó que realizaba diabólicos experimentos en su laboratorio. La única anciana era una tal señora Hepzibah Cobbett. Vivía en una casita de dos plantas justo detrás de la valla que limitaba el jardín de la casa Charriere. La encontré muy apagada. Estaba en una silla de ruedas que empujaba su hija, una mujer de nariz aguileña y fríos ojos azules, inquisidores detrás de sus quevedos. Pero la anciana se animó cuando mencioné el nombre del doctor Charriere, y cuando supo que yo vivía en la casa, empezó a hablar. - No vivirá ahí mucho tiempo, acuérdese de mis palabras. Es una 457
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sus patas traseras, lo vistes con ropas elegantes - dijo Gamwell - y ya ti<strong>en</strong>es<br />
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Un hombre frío. Vivía <strong>en</strong> otro mundo.<br />
- ¿Cuántos años t<strong>en</strong>ía? - le pregunté - ¿Och<strong>en</strong>ta?<br />
- ¿Och<strong>en</strong>ta? - se quedó p<strong>en</strong>sativo -. La primera vez que le vi, yo no<br />
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años, mi querido Atwood, no había cambiado. Parecía t<strong>en</strong>er och<strong>en</strong>ta años<br />
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En fin, tampoco Gamwell pudo proporcionarme gran ayuda. De<br />
nuevo, nada específico, nada concreto, no se perfilaba ningún hecho. Sólo<br />
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celos de tipo profesional, que Gamwell no quería reconocer, falseaban sus<br />
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A continuación me dirigí a los vecinos. Casi todos eran jóv<strong>en</strong>es y<br />
sus recuerdos del doctor Charriere eran escasos. Sólo le recordaban <strong>com</strong>o<br />
un tipo indeseable porque coleccionaba lagartos, así <strong>com</strong>o otros bichos de<br />
esa clase, y se rumoreó que realizaba diabólicos experim<strong>en</strong>tos <strong>en</strong> su<br />
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una casita de dos plantas justo detrás de la valla que limitaba el jardín de la<br />
casa Charriere. La <strong>en</strong>contré muy apagada. Estaba <strong>en</strong> una silla de ruedas que<br />
empujaba su hija, una mujer de nariz aguileña y fríos ojos azules,<br />
inquisidores detrás de sus quevedos. Pero la anciana se animó cuando<br />
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