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H. P. Lovecraft = Lovecraftiana 3 - cuentos en ... - GutenScape.com

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ecordar.<br />

Hubo una guerra y, tras ella, lo indios no volvieron a am<strong>en</strong>azar a la<br />

Calle. Los hombres, volcados <strong>en</strong> su trabajo, prosperaron y fueron todo lo<br />

felices que pudieron. Los niños crecieron amparados y más familias<br />

llegaron desde la madre patria a vivir <strong>en</strong> la Calle. Y los hijos de los hijos,<br />

junto con los hijos de los recién llegados, crecieron. El pueblo se<br />

transformó <strong>en</strong> ciudad, y una tras otra las cabañas fueron dejando paso a<br />

casas; casas de madera y ladrillo hermosas y s<strong>en</strong>cillas, con escaleras de<br />

piedra y cristaleras de abanico sobre la puerta. No eran <strong>en</strong>debles esas casas,<br />

ya que debían servir a más de una g<strong>en</strong>eración. D<strong>en</strong>tro había chim<strong>en</strong>eas<br />

cinceladas y airosas escaleras, y muebles s<strong>en</strong>sibles y agradables, porcelanas<br />

y plata llegada de la madre patria.<br />

Así la Calle bebió de los sueños de un pueblo jov<strong>en</strong>, regocijándose<br />

cuando sus moradores se tornaron más donosos y felices. Donde una vez<br />

hubiera fuerza y honor, ahora t<strong>en</strong>ían también cabida el bu<strong>en</strong> gusto y la<br />

sabiduría. Libros y pinturas y músicas llegaban a esas casas, y los jóv<strong>en</strong>es<br />

iban a la universidad edificada <strong>en</strong> la llanura del norte. En vez de sombreros<br />

cónicos y mosquetes usaban sombreros de tres picos y espadas livianos, y<br />

lazos y pelucas blancas <strong>com</strong>o la nieve. Y había empedrados que resonaban<br />

al paso de los caballos de casta y sobre los que traqueteaban multitud de<br />

coches dorados, y muros de piedra con anillos y postes para amarrar<br />

caballos.<br />

Había muchos árboles <strong>en</strong> esta calle, olmos y robles, y arces<br />

v<strong>en</strong>erables, así que <strong>en</strong> verano el paraje resultaba de un amable verdor, ll<strong>en</strong>o<br />

por el gorjeo de los pájaros. Y tras la casa había rosaledas cercadas, con<br />

caminos flanqueados por los setos, y relojes de ar<strong>en</strong>a donde al caer la tarde<br />

brillaban de forma <strong>en</strong>cantadora la luna y las estrellas mi<strong>en</strong>tras las fragantes<br />

flores brillaban cubiertas de rocío.<br />

Así soñaba la Calle, conoci<strong>en</strong>do guerras, calamidades y cambios.<br />

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