H. P. Lovecraft = Lovecraftiana 3 - cuentos en ... - GutenScape.com

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causar cualquier sonido lo superaba todo. La caja también aumentaba el problema de cruzar la estrecha grieta. Pero remonté la barrera lo mejor que pude y empujé la caja metiéndola por la abertura. Luego, con la linterna entre los dientes, trepé y pasé yo mismo, hiriéndome en la espalda, como antes, con las estalactitas. Al tratar de recoger la caja, cayó por la pendiente de los escombros a cierta distancia delante de mí, produciendo un perturbador estrépito cuyos ecos hicieron que mi cuerpo se cubriese de frío sudor. Salté a por ella de inmediato y la recuperé sin más ruidos.... pero un instante después los bloques resbalaron bajo mis pies causando un súbito e imprevisto estrépito. Ese estrépito me resultó fatal. Porque, fuera falso o no, me pareció oír una especie de respuesta terrible procedente de los corredores que había dejado atrás. Creí percibir un sonido sibilante agudo, nada parecido a lo que se escucha en la Tierra y fuera de toda posible descripción. En tal caso, lo que siguió tiene una amarga ironía pues, a no ser por el pánico a esa cosa, lo que ocurrió después nunca hu_ biera sucedido. De todas formas, mi frenesí era absoluto e irreprimible. Tomando la linterna en la mano y aferrando débilmente la caja, salté y brinqué frenéticamente sin otra idea en mi cerebro que el loco deseo de escapar corriendo de aquellas ruinas de pesadilla y verme en el mundo del desierto bañado por la luna que tan lejos quedaba encima de mí. Apenas recuerdo cuándo llegué a la montaña de escombros que se alzaba hasta la vasta negrura de más allá del desplomado techo, y me magullé y me herí repetidas veces mientras trepaba por la escarpada ladera de puntiagudos bloques y fragmentos. Luego vino el gran desastre. Mientras cruzaba a ciegas la cumbre, sin estar preparado para la repentina pendiente que seguía, mis pies resbalaron por completo, y me encontré envuelto en una avalancha de escombros cuyo descomunal estruendo hendió el negro aire de la caverna 320

en una serie ensordecedora de atronadoras reverberaciones. No recuerdo mi salida de aquel caos, pero un momentáneo fragmento de consciencia me muestra cayendo y arrastrándome a lo largo del corredor en medio del estruendo, llevando todavía caja y linterna. Luego, al acercarme a la primitiva cripta de basalto, la locura absoluta que tanto temiera me sobrevino. Porque mientras se iban apagando los ecos de la avalancha, se hizo audible una repetición de aquel silbido extraterrestre que creí haber oído antes. Esta vez no cabía la menor duda y, todavía peor, no procedía de ningún punto a mi espalda, sino de delante de mí. Lo más probable es que entonces gritara. Tengo una borrosa imagen de mí mismo corriendo por la infernal bóveda basáltica construida por los seres más antiguos y escuchando el diabólico silbido que salía por la abierta puerta que era uno de los accesos a la negrura ¡limitada de la nada, de aquel universo dentro del planeta en el que la Gran Raza confinó a los seres semietéreos. También había viento, no una simple corriente húmeda y fría, sino una ráfaga violenta y decidida, soplando salvaje y fría desde aquel abominable abismo del que también procedía el siniestro silbido. Recuerdo haber saltado y rodeado obstáculos de todas clases, con ese viento torrencial, y el penetrante sonido que crecía a cada instante y que parecía seguir de forma deliberada mis pasos mientras semejaba surgir perversamente de todos los lugares de debajo de mí y a mi espalda. Aunque soplando por detrás, el viento tenía la singular propiedad de dificultar mi marcha, en vez de facilitarla; actuando como un lazo que me hubieran arrojado, rodeándome. Sin reparar en el ruido que yo hacía, atravesé una gran barrera de bloques y me encontré de nuevo en la estructura que conducía a la superficie. Recuerdo haber tenido un atisbo de la arcada de la sala de máquinas, y que casi grité cuando vi la rampa que conducía a una de 321

<strong>en</strong> una serie <strong>en</strong>sordecedora de atronadoras reverberaciones.<br />

No recuerdo mi salida de aquel caos, pero un mom<strong>en</strong>táneo<br />

fragm<strong>en</strong>to de consci<strong>en</strong>cia me muestra cay<strong>en</strong>do y arrastrándome a lo largo<br />

del corredor <strong>en</strong> medio del estru<strong>en</strong>do, llevando todavía caja y linterna.<br />

Luego, al acercarme a la primitiva cripta de basalto, la locura<br />

absoluta que tanto temiera me sobrevino. Porque mi<strong>en</strong>tras se iban apagando<br />

los ecos de la avalancha, se hizo audible una repetición de aquel silbido<br />

extraterrestre que creí haber oído antes. Esta vez no cabía la m<strong>en</strong>or duda y,<br />

todavía peor, no procedía de ningún punto a mi espalda, sino de delante de<br />

mí.<br />

Lo más probable es que <strong>en</strong>tonces gritara. T<strong>en</strong>go una borrosa imag<strong>en</strong><br />

de mí mismo corri<strong>en</strong>do por la infernal bóveda basáltica construida por los<br />

seres más antiguos y escuchando el diabólico silbido que salía por la<br />

abierta puerta que era uno de los accesos a la negrura ¡limitada de la nada,<br />

de aquel universo d<strong>en</strong>tro del planeta <strong>en</strong> el que la Gran Raza confinó a los<br />

seres semietéreos. También había vi<strong>en</strong>to, no una simple corri<strong>en</strong>te húmeda y<br />

fría, sino una ráfaga viol<strong>en</strong>ta y decidida, soplando salvaje y fría desde aquel<br />

abominable abismo del que también procedía el siniestro silbido.<br />

Recuerdo haber saltado y rodeado obstáculos de todas clases, con<br />

ese vi<strong>en</strong>to torr<strong>en</strong>cial, y el p<strong>en</strong>etrante sonido que crecía a cada instante y que<br />

parecía seguir de forma deliberada mis pasos mi<strong>en</strong>tras semejaba surgir<br />

perversam<strong>en</strong>te de todos los lugares de debajo de mí y a mi espalda.<br />

Aunque soplando por detrás, el vi<strong>en</strong>to t<strong>en</strong>ía la singular propiedad de<br />

dificultar mi marcha, <strong>en</strong> vez de facilitarla; actuando <strong>com</strong>o un lazo que me<br />

hubieran arrojado, rodeándome. Sin reparar <strong>en</strong> el ruido que yo hacía,<br />

atravesé una gran barrera de bloques y me <strong>en</strong>contré de nuevo <strong>en</strong> la<br />

estructura que conducía a la superficie.<br />

Recuerdo haber t<strong>en</strong>ido un atisbo de la arcada de la sala de<br />

máquinas, y que casi grité cuando vi la rampa que conducía a una de<br />

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