H. P. Lovecraft = Lovecraftiana 3 - cuentos en ... - GutenScape.com

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último, proyecté un destello de la linterna sobre la página descubierta, previniéndome por anticipado para reprimir cualquier sonido que me hiciese emitir lo que viera en ella. Miré un instante y me desplomé. Apretando los dientes, sin embargo, guardé silencio. Me hundí totalmente en el polvo y me llevé la mano a la frente en medio de la total oscuridad circundante. Allí estaba lo que temía y esperaba. 0 bien estaba soñando, o el espacio y el tiempo se habían convertido en una cruel burla. Tenía que estar soñando, pero pondría a prueba el horror llevándome aquella cosa y enseñándosela a mi hijo, si es que el objeto tenla existencia real. La cabeza me daba vueltas de forma espeluznante, aún cuando no hubiera objetos visibles, dentro de la inmensa oscuridad, que me sirvieran de puntos de referencia. Ideas e imágenes del más desnudo terror - provocadas por las cosas que viera en mi fugaz atisbo - comenzaron a condensarse en mí, nublándome los sentidos. Penen aquellas posibles pisadas en el polvo y el sonido de mi respiración me provocó temblores. De nuevo lancé un destello de luz sobre la página, mirándola como la víctima de la serpiente debe mirar a los colmillos y los ojos del enemigo que va a destruirle. Luego, con dedos torpes, en la oscuridad, cerré el libro, volví a meterlo en su estuche y bajé la tapa, accionando el curioso cierre de gancho. Esto era lo que tenía que llevar al mundo exterior, si es que tenía existencia real - si todo el abismo existía-, y si tanto yo como el mundo existíamos en verdad. No estoy seguro de cuándo me puse en pie e inicié el camino de regreso. Me viene singularmente ahora a la memoria –como medida de mi sentido de separación del mundo normal - que ni en una sola ocasión durante aquellas abominables horas pasadas en el subterráneo miré mi reloj. 318

Empuñando la linterna y con la ominosa caja bajo el brazo, me descubrí caminando de puntillas en una especie de silencioso pánico más allá del abismo del que brotaba la corriente de aire frío y en cuyas proximidades aparecían las amenazadoras sugerencias de pisadas. Relajé mis precauciones mientras ascendía por las interminables rampas, pero no pude sacudirme de encima la sombra de la aprensión que no había sentido durante mi periplo descendente. Temía tener que volver a cruzar la cripta de basalto negro más vieja que la propia ciudad, donde se acumulaban frías corrientes de aire nacidas en insólitas profundidades. Penen lo que había temido la Gran Raza y que todavía podía estar al acecho - aunque débil y moribundo - allá abajo. Penen los cinco circulitos de cada huella y en lo que me revelaron mis sueños acerca de estas pisadas, junto con los extraños vientos y ruidos sibilantes asociados a ellas. Y penen los relatos de los indígenas actuales, henchidos de horror hacia los grandes vientos y las innominadas ruinas. Por un símbolo labrado en la pared supe cuál era el piso por el que tenía que pasar y, por último, tras dejar atrás el otro libro que examinara con anterioridad, llegué al gran espacio circular con arcadas radiales. A mi derecha, reconocible de inmediato, estaba la arcada por la que había llegado. Entré, consciente de que el resto de mi ruta sería más difícil por culpa del ruinoso estado de la sillería exterior al edificio de los archivos. La pesadez de la caja metálica me agobiaba, y a cada paso encontraba mayores dificultades para no hacer ruido mientras iba dando tumbos por entre escombros y fragmentos de todas clases. Luego alcancé el montículo de ruinas que llegaba hasta el techo y a cuyo través me labrara un precario pasadizo. Mis temores al retorcerme para franquearlo de nuevo eran infinitos, porque la primera vez hice bastante ruido y ahora - tras ver aquellas posibles pisadas - el temor de 319

Empuñando la linterna y con la ominosa caja bajo el brazo, me<br />

descubrí caminando de puntillas <strong>en</strong> una especie de sil<strong>en</strong>cioso pánico más<br />

allá del abismo del que brotaba la corri<strong>en</strong>te de aire frío y <strong>en</strong> cuyas<br />

proximidades aparecían las am<strong>en</strong>azadoras suger<strong>en</strong>cias de pisadas. Relajé<br />

mis precauciones mi<strong>en</strong>tras asc<strong>en</strong>día por las interminables rampas, pero no<br />

pude sacudirme de <strong>en</strong>cima la sombra de la apr<strong>en</strong>sión que no había s<strong>en</strong>tido<br />

durante mi periplo desc<strong>en</strong>d<strong>en</strong>te.<br />

Temía t<strong>en</strong>er que volver a cruzar la cripta de basalto negro más vieja<br />

que la propia ciudad, donde se acumulaban frías corri<strong>en</strong>tes de aire nacidas<br />

<strong>en</strong> insólitas profundidades. P<strong>en</strong>sé <strong>en</strong> lo que había temido la Gran Raza y<br />

que todavía podía estar al acecho - aunque débil y moribundo - allá abajo.<br />

P<strong>en</strong>sé <strong>en</strong> los cinco circulitos de cada huella y <strong>en</strong> lo que me revelaron mis<br />

sueños acerca de estas pisadas, junto con los extraños vi<strong>en</strong>tos y ruidos<br />

sibilantes asociados a ellas. Y p<strong>en</strong>sé <strong>en</strong> los relatos de los indíg<strong>en</strong>as<br />

actuales, h<strong>en</strong>chidos de horror hacia los grandes vi<strong>en</strong>tos y las innominadas<br />

ruinas.<br />

Por un símbolo labrado <strong>en</strong> la pared supe cuál era el piso por el que<br />

t<strong>en</strong>ía que pasar y, por último, tras dejar atrás el otro libro que examinara<br />

con anterioridad, llegué al gran espacio circular con arcadas radiales. A mi<br />

derecha, reconocible de inmediato, estaba la arcada por la que había<br />

llegado. Entré, consci<strong>en</strong>te de que el resto de mi ruta sería más difícil por<br />

culpa del ruinoso estado de la sillería exterior al edificio de los archivos. La<br />

pesadez de la caja metálica me agobiaba, y a cada paso <strong>en</strong>contraba mayores<br />

dificultades para no hacer ruido mi<strong>en</strong>tras iba dando tumbos por <strong>en</strong>tre<br />

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Luego alcancé el montículo de ruinas que llegaba hasta el techo y a<br />

cuyo través me labrara un precario pasadizo. Mis temores al retorcerme<br />

para franquearlo de nuevo eran infinitos, porque la primera vez hice<br />

bastante ruido y ahora - tras ver aquellas posibles pisadas - el temor de<br />

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