H. P. Lovecraft = Lovecraftiana 3 - cuentos en ... - GutenScape.com
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ensordecedor de objetos al caer. Fue sólo cuando casi había cruzado el espacio que comprendí el motivo de mis violentos temblores. No se trataba del montón de escombros, sino de algo que había en el polvo del suelo. Eso era lo que me perturbaba. A la luz de la linterna me pareció que el polvo no estaba tan igualmente repartido como debiera, en algunos sitios parecía más fina la capa, como si la hubieran alterado no muchos meses atrás. No estaba seguro, porque incluso en esos lugares el polvo era abundante; sin embargo, resultaba inquietante experimentar sospechas acerca de la posible irregularidad en la masa de polvo. Cuando enfoqué con la linterna uno de esos lugares, lo que el rayo de luz me mostró me hizo sentir enormemente turbado, porque la ilusión de regularidad había sido muy grande. Había allí una serie de líneas regulares de impresiones o huellas compuestas, impresiones que iban de tres en tres, cada una sobrepasando un poco el espacio de un palmo cuadrado, y compuestas por cinco huellas casi circulares de unos ocho centímetros. Estas posibles líneas de huellas parecían tomar dos direcciones, como si algo hubiera ido y venido a alguna parte. Como es lógico, aparecían muy débiles y quizá pudieron ser casuales o simples imaginaciones mías; pero constituían un elemento de impreciso y acechante terror en el camino que yo creí que seguían. Porque en uno de los extremos de la serie de impresiones había un montón de cajas que debieron caer no hacía mucho tiempo, mientras que el otro extremo conducía a la ominosa trampilla abierta con el aire frío brotando de abismos inimaginables. Capítulo VIII Que me sobrepusiera al miedo demuestra el profundo arraigo de mi extraño sentido compulsivo. Ningún motivo racional me hubiera obligado a proseguir después de ver aquella horrenda sugerencia de huellas y sentir la 314
evocación de pesadillas agobiantes que éstas despertaban. No obstante, mi mano derecha, aunque continuara temblando de miedo, seguía contrayéndose al compás rítmico en su ansiedad por manipular la cerradura que yo esperaba encontrar. Antes casi de darme cuenta, había dejado atrás el montón de cajas últimamente caídas y corría de puntillas por los pasillos cubiertos de polvo virgen hacia un punto que parecía conocer mórbida y terriblemente bien. Mi mente se hacía preguntas sobre cuyo origen e importancia comenzaba a tener una vaga noción. ¿Llegaría un cuerpo humano a alcanzar la estantería? ¿Podría una mano humana repetir los antiquísimos movimientos necesarios para abrir la cerradura? ¿Estaría la cerradura en condiciones de funcionamiento? ¿Y qué haría, qué me atravería a hacer, con lo que, como ahora comenzaba a comprender, a la vez esperaba y temía encontrar? ¿Demostraría la impresionante y demencial verdad de una pasada concepción extranormal, o probaría sólo que yo estaba soñando? Me di cuenta de que había dejado de correr de puntillas y estaba ahora inmóvil, mirando con fijeza a una fila enervantemente familiar de estanterías con jeroglíficos. Su estado de conservación era casi perfecto, y sólo tres puertas de las más próximas estaban abiertas. Me resulta imposible describir cuáles eran mis sentimientos hacia aquellas estanterías; tan honda y persistente era la certeza de que las conocía de antaño. Miré a la última fila, cerca del techo, fuera por completo de mi alcance, mientras me preguntaba cómo podría trepar mejor hasta alcanzarla. Una puerta abierta a cuatro filas de la parte baja me serviría de ayuda, y las cerraduras de las puertas me proporcionarían posibles asideros a manos y pies. Sujetaría la linterna con los dientes, como ya hice en otros lugares donde necesité ambas manos. Pero, por encima de todo, no debía hacer el menor ruido. Resultaría difícil bajar cargado con lo que quería llevarme, pero 315
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