H. P. Lovecraft = Lovecraftiana 3 - cuentos en ... - GutenScape.com
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cuestiones objetivas parecían haberse retirado a distancias incalculables. La sensación física estaba muerta, e incluso el temor permanecía amenazándome como una desdeñosa, colérica e impotente gárgola incapaz de actividad alguna. Llegué a una planta sembrada de bloques caídos, informes fragmentos de piedra, arena y escombros de todas clases. A cada lado, quizá separadas unos diez metros, se alzaban macizas paredes que culminaban en un enorme abovedado de aristas. Apenas podía percibir que estaban labradas, pero la naturaleza de aquellos bajorrelieves escapaba a mi percepción. Lo que más me impresionaba era la abovedada parte superior. La luz de mi linterna no llegaba hasta el techo, pero las partes inferiores de los monstruosos arcos se destacaban con claridad. Y tan absoluta era su identidad con los que viera en mis incontables pesadillas del mundo antiguo que temblé de pies a cabeza por primera vez. Detrás y muy por encima, un débil turbión luminoso me indicaba que fuera seguía existiendo el mundo bañado por la luna. Algún vago retazo de precaución me aconsejó que no lo perdiera de vista, para que me sirviese de guía durante mi regreso. Avancé ahora hacia la pared de la derecha, donde los rastros de figuras esculpidas eran más claros. El suelo cubierto de escombros era tan difícil de cruzar como lo había sido el descenso por el montón de ruinas, pero logré abrirme paso, aunque con dificultades. En un lugar tuve que hacer a un lado unos cuantos bloques y apartar con el pie las piedras o fragmentos pequeños para ver cómo era el suelo, y me estremecí ante la nefasta familiaridad de las grandes losas octogonales cuya combada superficie aún se mantenía unida. Al llegar a una distancia prudencial de la pared, proyecté el rayo de mi linterna despacio y con cuidado por encima de los desgastados restos de 302
sus bajorrelieves. El influjo de las aguas pasadas parecía haber erosionado la superficie de piedra arenisca, mientras que se apreciaban curiosas incrustaciones cuya presencia no me fue posible explicar. En ciertos lugares la cantería estaba suelta y dislocada, y me pregunté cuántos eones más podría conservar sus actuales rasgos en medio de tantos y tan continuados movimientos sísmicos. Pero lo que más me excitaba eran los bajorrelieves en sí. Pese a las profundas huellas que en ellos dejara el transcurso del tiempo, sus contornos resultaban bastante fáciles de seguir desde cerca; y la completa e íntima familiaridad de cada detalle casi anonadó mi imaginación. Quedaba dentro de los límites de la credibilidad normal el que los principales atributos de aquella antigua arquitectura me pareciesen conocidos. Impresionando fuertemente a los urdidores de mitos, habían sido incorporados a las leyendas antiguas que, de alguna manera, llamándome la atención durante mi período de amnesia, habían evocado vívidas imágenes en mi subconsciente. ¿Pero cómo podía explicar la manera exacta y minuciosa en que cada línea y cada espiral de los extraños dibujos coincidía con lo que soñé durante tantos años? ¿Qué oscura y olvidada iconografía pudo haber reproducido tan sutil sombreado, tanta diversidad de trazos que de forma persistente, exacta e invariable asomaban a mi visión de durmiente noche tras noche? Porque allí no existía casualidad ni parecido remoto. Absoluta y definitivamente, el milenario y oculto corredor en el que me hallaba era el original de algo que yo conocía en mis sueños tan bien como conocía mi casa en la calle Crane, en Arkham. Es cierto que aquel lugar aparecía en mis pesadillas intacto, en su estado original; pero la identidad seguía siendo real. Dentro del pasadizo me sentía perfectamente orientado. Conocía aquella estructura particular en cuyo interior estaba ahora. 303
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Lo que más me impresionaba era la abovedada parte superior. La<br />
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Avancé ahora hacia la pared de la derecha, donde los rastros de<br />
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