H. P. Lovecraft = Lovecraftiana 3 - cuentos en ... - GutenScape.com
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más tarde como realizada desde una cabina telefónica de la Estación del Norte, en Boston, pero sin poderse hallar rastro alguno del comunicante extranjero. Cuando el médico llegó, me encontró inconsciente en una mecedora de la sala de estar, con una mesita delante. Sobre el tablero de la mesita aparecían ciertos arañazos, indicadores de que allí había estado colocado algún pesado objeto. La extraña máquina faltaba y nunca se volvió a saber de ella. Sin duda, el extranjero delgado y moreno debió llevársela consigo. En la chimenea de la biblioteca se veían abundantes cenizas, con toda evidencia restos de los papeles que escribí desde que me sobrevino la amnesia. El doctor Wilson me encontró con una respiración muy peculiar, pero después de inyectarme un sedante mi respiración se hizo más normal. A las 11. 15 de la mañana del 27 de septiembre, me agité con vigor, y la hasta entonces máscara facial que parecía como congelar los músculos de mi rostro empezó a mostrar signos de expresión. El doctor Wilson notó que dicha expresión no correspondía a mi personalidad secundaria, sino que tenía mayor semejanza con la de mi personalidad normal. Sobre las 11.30 murmuré sílabas curiosísimas, sílabas que no parecían emparentadas con ningún idioma humano. Parecía también como si luchara contra algo. Luego, alrededor del mediodía, cuando ya habían regresado el ama de llaves y la doncella, empecé a musitar en inglés: - De entre los economistas ortodoxos del período, Jevons destaca una tendencia prevalente hacia la correlación científica. Su intento de ligar el ciclo comercial de prosperidad y depresión con el ciclo físico de las manchas solares es quizá la culminación de... Nathaniel Wingate Peaslee había regresado, un alma cuyo reloj marcaba todavía la mañana de aquel jueves de 1908, cuando tenía enfrente a los adormilados alumnos de la clase de Economía. 246
Capítulo II Mi reincorporación a la vida normal fue un proceso doloroso y difícil. La pérdida de casi cinco años crea más complicaciones de lo que uno podría imaginar y, en mi caso, era necesario ajustar infinidad de asuntos. Lo que me contaron de mis actos realizados desde 1908 me asombró y me perturbó, pero traté de tomármelo lo más filosóficamente que pude. Por último, tras recobrar la custodia de Wingate, mi segundo hijo, me instalé con él en la casa de la calle Crane y me dispuse a reanudar mi labor docente: la universidad tuvo la gentileza de ofrecerme mi antigua cátedra. Comencé a trabajar en febrero, con el curso de 1914, y así seguí todo un año. Para entonces comprendía ya la impresión que me había causado la experiencia vivida. Aunque completamente cuerdo - eso creo - y sin secuelas en mi personalidad original, carecía de la energía nerviosa de los viejos tiempos. Continuamente me acosaban vagos sueños e ideas singulares y, cuando el estallido de la Guerra Mundial hizo que mi mente enfocara su atención hacia la historia, me encontré pensando en períodos y acontecimientos de la manera más rara posible. Mi concepto del tiempo - mi habilidad para distinguir entre consecutividad y simultaneidad - parecía sutilmente alterado; así que me formaba nociones quiméricas acerca de vivir en una época y proyectar la mente por toda la eternidad para obtener el conocimiento de épocas pasadas y futuras. La guerra me causó impresiones extrañas, como si recordara algunas de sus remotas consecuencias: era como si conociera su resultado y pudiese recapacitar acerca de él a la luz de la información futura. Alcanzaba todos estos casi recuerdos con mucha dificultad y con la 247
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Capítulo II<br />
Mi reincorporación a la vida normal fue un proceso doloroso y<br />
difícil. La pérdida de casi cinco años crea más <strong>com</strong>plicaciones de lo que<br />
uno podría imaginar y, <strong>en</strong> mi caso, era necesario ajustar infinidad de<br />
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Lo que me contaron de mis actos realizados desde 1908 me<br />
asombró y me perturbó, pero traté de tomármelo lo más filosóficam<strong>en</strong>te<br />
que pude. Por último, tras recobrar la custodia de Wingate, mi segundo<br />
hijo, me instalé con él <strong>en</strong> la casa de la calle Crane y me dispuse a reanudar<br />
mi labor doc<strong>en</strong>te: la universidad tuvo la g<strong>en</strong>tileza de ofrecerme mi antigua<br />
cátedra.<br />
Com<strong>en</strong>cé a trabajar <strong>en</strong> febrero, con el curso de 1914, y así seguí<br />
todo un año. Para <strong>en</strong>tonces <strong>com</strong>pr<strong>en</strong>día ya la impresión que me había<br />
causado la experi<strong>en</strong>cia vivida. Aunque <strong>com</strong>pletam<strong>en</strong>te cuerdo - eso creo - y<br />
sin secuelas <strong>en</strong> mi personalidad original, carecía de la <strong>en</strong>ergía nerviosa de<br />
los viejos tiempos. Continuam<strong>en</strong>te me acosaban vagos sueños e ideas<br />
singulares y, cuando el estallido de la Guerra Mundial hizo que mi m<strong>en</strong>te<br />
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Mi concepto del tiempo - mi habilidad para distinguir <strong>en</strong>tre<br />
consecutividad y simultaneidad - parecía sutilm<strong>en</strong>te alterado; así que me<br />
formaba nociones quiméricas acerca de vivir <strong>en</strong> una época y proyectar la<br />
m<strong>en</strong>te por toda la eternidad para obt<strong>en</strong>er el conocimi<strong>en</strong>to de épocas pasadas<br />
y futuras.<br />
La guerra me causó impresiones extrañas, <strong>com</strong>o si recordara<br />
algunas de sus remotas consecu<strong>en</strong>cias: era <strong>com</strong>o si conociera su resultado y<br />
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