H. P. Lovecraft = Lovecraftiana 3 - cuentos en ... - GutenScape.com
H. P. Lovecraft = Lovecraftiana 3 - cuentos en ... - GutenScape.com H. P. Lovecraft = Lovecraftiana 3 - cuentos en ... - GutenScape.com
lejanos - alegando que éste aún seguía con vida en otra dimensión del tiempo, y que muy bien podría ser que regresara un día. Contra este argumento se alzó uno de los primos, Ernest K. Aspinwall, de Chicago, diez años mayor que Carter, que era un abogado experto y combativo como un joven cuando se trataba de batallas forenses. Durante cuatro años la contienda había sido furiosa; pero la hora del reparto había sonado, y esta inmensa y extraña sala de Nueva Orleans iba a ser el escenario del acuerdo. La casa pertenecía al albacea testamentario de Carter para los asuntos literarios y financieros: el distinguido erudito en misterios y antigüedades orientales, Etienne-Laurent de Marigny, de ascendencia criolla. Carter había conocido a De Marigny durante la guerra, cuando ambos servían en la Legión Extranjera francesa, y en seguida se sintió atraído por él a causa de la similitud de gustos y pareceres. Cuando, durante un memorable permiso colectivo, el erudito y joven criollo condujo al ávido soñador bostoniano a Bayona, en el sur de Francia, y le enseñó ciertos secretos terribles que ocultaban las tenebrosas criptas inmemoriales excavadas bajo esa ciudad milenaria y henchida de misterios, la amistad entre ambos quedó sellada para siempre. El testamento de Carter nombraba como albacea a De Marigny, y ahora este estudioso infatigable presidía de mala gana el reparto de la herencia. Era un triste deber para él porque, como le pasaba al viejo excéntrico de Rhode Island, tampoco él creía que Carter hubiera muerto. Pero, ¿qué peso podían tener los sueños de dos místicos frente a la rígida ciencia mundana? En aquella extraña habitación del viejo barrio francés, se habían sentado en torno a la mesa unos hombres que pretendían tener algún interés en el asunto. La reunión se había anunciado, como es de rigor en estos casos, en los periódicos de las ciudades donde se suponía que pudiera vivir alguno de los herederos de Carter. Sin embargo, sólo había allí cuatro personas reunidas escuchando el tic-tac singular de aquel reloj en forma de 192
ataúd que no marcaba ninguna hora terrestre, y el rumor cristalino de la fuente del patio que se veía a través de las cortinas. A medida que pasaban las horas lentamente, los semblantes de los cuatro se iban borrando tras el humo ondulante de los trípodes que cada vez parecían necesitar menos los cuidados de aquel viejo negro de furtivos movimientos y creciente nerviosidad. Los presentes eran el propio Etienne de Marigny, hombre enjuto de cuerpo, moreno, elegante, de grandes bigotes y aspecto joven; Aspinwall, representante de los herederos, de cabellos blancos y rostro apoplético, rollizo, y con enormes patillas; Phillips, el místico de Providence, flaco, de pelo gris, nariz larga, cara afeitada y cargado de espaldas; el cuarto era de edad indefinida, delgado, rostro moreno y barbudo, absolutamente impasible, tocado de un turbante que denotaba su elevada casta brahmánica. Sus ojos eran negros como la noche, llenos de fuego, casi sin iris, y parecía mirar desde un abismo situado muy por detrás de su rostro. Se había presentado a sí mismo como el swami Chandraputra, un adepto venido de Benarés con cierta información de suma importancia. Tanto De Marigny como Phillips - que habían mantenido correspondencia con él - habían reconocido inmediatamente la autenticidad de sus pretensiones esotéricas. Su voz tenía un acento singular, un tanto forzado, hueco, metálico, como si el empleo del inglés resultara difícil a sus órganos vocales; no obstante, su lenguaje era tan fluido, correcto y natural como el de cualquier anglosajón. Su indumentaria general era europea, pero las ropas le quedaban flojas y le caían extraordinariamente mal, lo cual, sumado a su barba negra y espesa, su turbante oriental y sus blancos mitones, le daba un aire de exótica excentricidad. Carter, decía: De Marigny, manoseando el pergamino hallado en el coche de - No, no he podido descifrar una sola letra del pergamino. El señor 193
- Page 141 and 142: ululares de gargantas muy distintas
- Page 143 and 144: - Ahora, si me traes una silla, me
- Page 145 and 146: en Dunwich lo oyó, pero nadie fue
- Page 147 and 148: que había estado allí - a excepci
- Page 149 and 150: fuertes jóvenes para efectuar la d
- Page 151 and 152: Miró algunas otras cartas - factur
- Page 153 and 154: habitación de la tía Sarah se hab
- Page 155 and 156: en los ojos de Tobías. Abner leyó
- Page 157 and 158: Un ser en el que todas esas caracte
- Page 159 and 160: diferencia en el color de la tinta,
- Page 161 and 162: aún su pie!» «Lunes. Esta vez Ho
- Page 163 and 164: algún apartado relacionado con Dun
- Page 165 and 166: ecientes sucesos. Sin embargo, por
- Page 167 and 168: derivaban los hechos que se present
- Page 169 and 170: oídos. Se alejó de la pared. Casi
- Page 171 and 172: lo tenía delante de sí - había s
- Page 173 and 174: anotaciones de Luther Whateley. A e
- Page 175 and 176: evolución era demasiado lenta para
- Page 177 and 178: los siglos - y, al fin, la herencia
- Page 179 and 180: perdidas aun para las leyendas. Hab
- Page 181 and 182: que Ull quedó solo con la extranje
- Page 183 and 184: Eran muy viejas, de bloques arcillo
- Page 185 and 186: HONGOS DE YUGGOTH Poemas de horror
- Page 187 and 188: AZATHOTH El demonio me llevó por e
- Page 189 and 190: Parks, su viejo criado, que murió
- Page 191: niño? Esa historia era tan insensa
- Page 195 and 196: mano esculpida sobre la clave del a
- Page 197 and 198: los rayos del sol poniente, y qué
- Page 199 and 200: donde se aceptan como cosa corrient
- Page 201 and 202: de ESE que guiará al temerario, m
- Page 203 and 204: lenguaje ni emitir un solo sonido.
- Page 205 and 206: »Carter vio entonces que había un
- Page 207 and 208: y proyectada, puede hacer que un pe
- Page 209 and 210: multitud de puertas, en algunas de
- Page 211 and 212: contemplase el conglomerado resulta
- Page 213 and 214: placentero, sino que te sumerges co
- Page 215 and 216: emontarse a la inalcanzable infinit
- Page 217 and 218: identificado consigo mismo. Poco a
- Page 219 and 220: transgalácticas; y sentía una cur
- Page 221 and 222: le miraban absortos. Aspinwall pret
- Page 223 and 224: otros muchos símbolos que los hech
- Page 225 and 226: »No ignoraba los peligros de la em
- Page 227 and 228: los billones de kilómetros que Ran
- Page 229 and 230: herencia, y supo con cuánta valent
- Page 231 and 232: escuchando a este loco, a este impo
- Page 233 and 234: parecía impresionarle en absoluto.
- Page 235 and 236: acurrucó en una postura muy poco h
- Page 237 and 238: EL ABISMO EN EL TIEMPO H. P. Lovecr
- Page 239 and 240: aparecidos en las revistas de psico
- Page 241 and 242: parecía incluir tanto retazos de c
ataúd que no marcaba ninguna hora terrestre, y el rumor cristalino de la<br />
fu<strong>en</strong>te del patio que se veía a través de las cortinas. A medida que pasaban<br />
las horas l<strong>en</strong>tam<strong>en</strong>te, los semblantes de los cuatro se iban borrando tras el<br />
humo ondulante de los trípodes que cada vez parecían necesitar m<strong>en</strong>os los<br />
cuidados de aquel viejo negro de furtivos movimi<strong>en</strong>tos y creci<strong>en</strong>te<br />
nerviosidad.<br />
Los pres<strong>en</strong>tes eran el propio Eti<strong>en</strong>ne de Marigny, hombre <strong>en</strong>juto de<br />
cuerpo, mor<strong>en</strong>o, elegante, de grandes bigotes y aspecto jov<strong>en</strong>; Aspinwall,<br />
repres<strong>en</strong>tante de los herederos, de cabellos blancos y rostro apoplético,<br />
rollizo, y con <strong>en</strong>ormes patillas; Phillips, el místico de Provid<strong>en</strong>ce, flaco, de<br />
pelo gris, nariz larga, cara afeitada y cargado de espaldas; el cuarto era de<br />
edad indefinida, delgado, rostro mor<strong>en</strong>o y barbudo, absolutam<strong>en</strong>te<br />
impasible, tocado de un turbante que d<strong>en</strong>otaba su elevada casta<br />
brahmánica. Sus ojos eran negros <strong>com</strong>o la noche, ll<strong>en</strong>os de fuego, casi sin<br />
iris, y parecía mirar desde un abismo situado muy por detrás de su rostro.<br />
Se había pres<strong>en</strong>tado a sí mismo <strong>com</strong>o el swami Chandraputra, un adepto<br />
v<strong>en</strong>ido de B<strong>en</strong>arés con cierta información de suma importancia. Tanto De<br />
Marigny <strong>com</strong>o Phillips - que habían mant<strong>en</strong>ido correspond<strong>en</strong>cia con él -<br />
habían reconocido inmediatam<strong>en</strong>te la aut<strong>en</strong>ticidad de sus pret<strong>en</strong>siones<br />
esotéricas. Su voz t<strong>en</strong>ía un ac<strong>en</strong>to singular, un tanto forzado, hueco,<br />
metálico, <strong>com</strong>o si el empleo del inglés resultara difícil a sus órganos<br />
vocales; no obstante, su l<strong>en</strong>guaje era tan fluido, correcto y natural <strong>com</strong>o el<br />
de cualquier anglosajón. Su indum<strong>en</strong>taria g<strong>en</strong>eral era europea, pero las<br />
ropas le quedaban flojas y le caían extraordinariam<strong>en</strong>te mal, lo cual,<br />
sumado a su barba negra y espesa, su turbante ori<strong>en</strong>tal y sus blancos<br />
mitones, le daba un aire de exótica exc<strong>en</strong>tricidad.<br />
Carter, decía:<br />
De Marigny, manoseando el pergamino hallado <strong>en</strong> el coche de<br />
- No, no he podido descifrar una sola letra del pergamino. El señor<br />
193