H. P. Lovecraft = Lovecraftiana 3 - cuentos en ... - GutenScape.com

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19.06.2013 Views

como un pequeño sapo? ¿Una araña? ¿Una mosca? Luther Whateley escribía en forma de acertijos, cosa que resultaba bastante irritante para un hombre inteligente. ¿O tal vez pensaba su abuelo que Abner era un esclavo de la superstición científica? Hormigas, arañas, moscas, diversas clases de insectos, ciempiés, todos ellos plagaban la parte vieja del molino; e indudablemente, en sus paredes también había ratones. ¿Esperaba Luther Whateley que su nieto exterminase todos estos bichos? Detrás de él, de repente, el cristal de la ventana se hizo añicos y cayó al suelo, junto con otro objeto. Abner se puso de pie y dio media vuelta. Fuera se oían unos pasos que se alejaban a ritmo de carrera. Vio una piedra en el suelo, entre los cristales rotos. Había un trozo de papel atado alrededor con una cuerda. Abner lo cogió, rompió la cuerda y desplegó el papel. Se presentó a sus ojos una tosca letra: «¡Lárgate antes de que te maten!» El papel provenía de la tienda, así como la cuerda que lo ataba a la piedra. Más que una amenaza era una bien intencionada advertencia. Y era claramente obra de Tobías Whateley, pensó Abner. La tiró con desprecio sobre la mesa. Su cabeza era un auténtico revoltijo de pensamientos, pero llegó a la conclusión de que no era necesario huir precipitadamente. Se quedaría, no sólo para saber si sus sospechas acerca de Luke Lang eran ciertas - como si la evidencia del teléfono diese lugar a dudas-, sino también en un intento desesperado para descubrir la solución del acertijo que Luther Whateley había dejado tras de sí. Apagó la luz y, a oscuras, se dirigió a su habitación; se echó en la cama sin desnudarse. No podía dormir. Intentaba ordenar sus pensamientos, encontrar un sentido a este cúmulo de datos, aferrado a su convicción de que existía un dato básico, clave de todos los demás, y que tenía que encontrarlo porque 170

lo tenía delante de sí - había sido incapaz hasta el momento de reconocerlo e interpretarlo. Llevaba menos de media hora tumbado, cuando oyó, más fuerte que el coro de las ranas y de las chotacabras, un chapoteo que provenía del Miskatonic. El ruido se acercaba, como si una gran ola barriese las orillas. Se sentó para escuchar mejor. Pero el ruido también cambió, y éste, desgraciadamente, sí podía identificarlo: alguien intentaba trepar por la rueda del molino. Se levantó y salió del cuarto. De la habitación cerrada provenía el ruido de un cuerpo pesado que se arrastraba y caía. Luego se oyó un curioso y entrecortado quejido, parecido al de un niño llamando desde lejos, y finalmente se restableció la calma y el silencio. Incluso el croar de las ranas pareció desvanecerse y morir. Volvió a la cocina y encendió la lámpara. Proyectando la luz amarillenta de la lámpara hacia delante, Abner se dirigió lentamente escalera arriba, en dirección a la habitación cerrada. Andaba suavemente, despacio, sin hacer ruido. Al llegar a la puerta, escuchó. Al principio no oyó nada, pero al poco rato un susurro llegó a sus oídos. ¡Algo en aquella habitación respiraba! Luchando contra el miedo, Abner puso la llave en la puerta. Abrió y levantó la lámpara. El asombro y el terror le paralizaron. Allí, agazapado en medio de la cama deshecha y tanto tiempo abandonada, se sentaba un monstruo, una criatura de piel dura, que no era ni hombre ni rana, ahíta de comida, con unos hilos de sangre que caían aún de sus mandíbulas batracias y goteaban entre sus dedos palmípedos. Era una cosa monstruosa que tenía unos brazos largos y fuertes, que salían de 171

<strong>com</strong>o un pequeño sapo? ¿Una araña? ¿Una mosca? Luther Whateley<br />

escribía <strong>en</strong> forma de acertijos, cosa que resultaba bastante irritante para un<br />

hombre intelig<strong>en</strong>te. ¿O tal vez p<strong>en</strong>saba su abuelo que Abner era un esclavo<br />

de la superstición ci<strong>en</strong>tífica? Hormigas, arañas, moscas, diversas clases de<br />

insectos, ciempiés, todos ellos plagaban la parte vieja del molino; e<br />

indudablem<strong>en</strong>te, <strong>en</strong> sus paredes también había ratones. ¿Esperaba Luther<br />

Whateley que su nieto exterminase todos estos bichos?<br />

Detrás de él, de rep<strong>en</strong>te, el cristal de la v<strong>en</strong>tana se hizo añicos y<br />

cayó al suelo, junto con otro objeto. Abner se puso de pie y dio media<br />

vuelta. Fuera se oían unos pasos que se alejaban a ritmo de carrera.<br />

Vio una piedra <strong>en</strong> el suelo, <strong>en</strong>tre los cristales rotos. Había un trozo<br />

de papel atado alrededor con una cuerda. Abner lo cogió, rompió la cuerda<br />

y desplegó el papel.<br />

Se pres<strong>en</strong>tó a sus ojos una tosca letra: «¡Lárgate antes de que te<br />

mat<strong>en</strong>!» El papel prov<strong>en</strong>ía de la ti<strong>en</strong>da, así <strong>com</strong>o la cuerda que lo ataba a la<br />

piedra. Más que una am<strong>en</strong>aza era una bi<strong>en</strong> int<strong>en</strong>cionada advert<strong>en</strong>cia. Y era<br />

claram<strong>en</strong>te obra de Tobías Whateley, p<strong>en</strong>só Abner. La tiró con desprecio<br />

sobre la mesa.<br />

Su cabeza era un auténtico revoltijo de p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos, pero llegó a<br />

la conclusión de que no era necesario huir precipitadam<strong>en</strong>te. Se quedaría,<br />

no sólo para saber si sus sospechas acerca de Luke Lang eran ciertas -<br />

<strong>com</strong>o si la evid<strong>en</strong>cia del teléfono diese lugar a dudas-, sino también <strong>en</strong> un<br />

int<strong>en</strong>to desesperado para descubrir la solución del acertijo que Luther<br />

Whateley había dejado tras de sí.<br />

Apagó la luz y, a oscuras, se dirigió a su habitación; se echó <strong>en</strong> la<br />

cama sin desnudarse.<br />

No podía dormir. Int<strong>en</strong>taba ord<strong>en</strong>ar sus p<strong>en</strong>sami<strong>en</strong>tos, <strong>en</strong>contrar un<br />

s<strong>en</strong>tido a este cúmulo de datos, aferrado a su convicción de que existía un<br />

dato básico, clave de todos los demás, y que t<strong>en</strong>ía que <strong>en</strong>contrarlo porque<br />

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