H. P. Lovecraft = Lovecraftiana 3 - cuentos en ... - GutenScape.com
H. P. Lovecraft = Lovecraftiana 3 - cuentos en ... - GutenScape.com H. P. Lovecraft = Lovecraftiana 3 - cuentos en ... - GutenScape.com
perro... - Deja la línea para que podamos llamar pidiendo ayuda - interrumpió otro. Pero Luke nunca escuchó esto. - Está empujando la puerta, está derribando la puerta... - Luke, Luke. ¡cuelga el aparato! - Está intentando forzar la ventana ahora - la voz de Luke Lang se transformó en un grito de terror -. Ha roto el cristal. ¡Dios! ¡Dios! ¿Es que no vais a venir? ¡Oh, esa mano! ¡Ese terrible brazo! ¡Dios! ¡Esa cara...! La voz de Luke dejó de oírse tras un horrible chillido. Se oyó el ruido del cristal que se rompía y el crujir de la madera que se desgarraba, y luego la casa de Luke Lang quedó en silencio, al igual que, por unos instantes, la línea. Entonces las voces irrumpieron de nuevo en un tono de pánico y de furia. - ¡Hay que pedir ayuda! - Nos encontraremos en la casa de Bishop. Y alguien dijo: - ¡Ha sido cosa de Abner Whateley! Mareado por el duro golpe y medio paralizado por la evidencia, Abner luchó para retirar el auricular y desconectarse de la algarabía de dementes concentrados en la línea telefónica. Lo logró pero no sin un gran esfuerzo. Confundido, molesto, atemorizado, se quedó un instante apoyado en la pared. Sus pensamientos se arremolinaban en torno a un mismo eje: los vecinos de Dunwich le hacían responsable y le culpaban por lo que había ocurrido. Y esa convicción general - lo intuía - se basaba en algo más que en la proverbial desconfianza del hombre del campo frente a cualquier forastero. No quería pensar en lo que le había ocurrido a Luke Lang y a los otros. La voz de Luke, empavorecida, agonizante, aún resonaba en sus 168
oídos. Se alejó de la pared. Casi tropezaba con las sillas de la cocina. Permaneció un instante al lado de la mesa, sin saber qué hacer, pero a medida que su mente se iba aclarando, pensaba que lo más urgente era escapar. Pero estaba aprisionado entre el deseo de huir, y la obligación con Luther Whateley, que no había cumplido aún. Había venido, había repasado las cosas del viejo - todo excepto los libros - había hecho los preparativos necesarios para que derribasen la parte del edificio que daba al molino. En cuanto a la casa, podía venderla a través de alguna agencia. En resumidas cuentas, su presencia aquí ya no era necesaria. Sin pensarlo dos veces, corrió a su habitación y volvió a introducir en la maleta cuanto había sacado de ella, además del libro de Luther Whateley. La cerró y salió en dirección al coche. Pero una vez instalado al volante, recapacitó y pensó que no tenía por qué huir. El no había hecho nada. Y no veía por qué tenía que recaer sobre él la menor culpa. Volvió a la casa. Todo estaba quieto, salvo el incesante e incansable coro de las ranas y de las chotacabras. Se quedó parado, sin saber qué hacer; entonces se sentó a la mesa y sacó, una vez más, la última carta de Luther Whateley. La leyó de nuevo, despacio. ¿Qué había querido decir el viejo cuando, en su referencia a la locura de los Whateley, había dicho «No ha ocurrido lo mismo con todo lo que me ha pertenecido», aunque él se había librado de la locura? La abuela Whateley había muerto mucho antes de nacer Abner; su tía Julia había fallecido muy joven; su madre había llevado una vida intachable. Quedaba su tía Sarah. ¿Cuál había sido su locura entonces? Luther Whateley no podía referirse a nadie más. Sólo quedaba Sarah. ¿Qué había hecho para que la encerraran hasta su muerte? ¿Y qué pretendía con aquella orden a Abner para que matara cualquier cosa en la parte del molino, cualquier cosa viva? No importa su pequeñez. No importa su forma... ¿Incluso algo tan pequeño e inofensivo 169
- Page 117 and 118: adentrábamos, más sombrío se vol
- Page 119 and 120: En su voz había una nota de amenaz
- Page 121 and 122: exclamé. - No pensarás que los Po
- Page 123 and 124: - Dígale que le facilite ese libro
- Page 125 and 126: por ayudar a mi alumno. - Si hubies
- Page 127 and 128: entre sombrías colinas. Pero aunqu
- Page 129 and 130: posesión de la solitaria granja de
- Page 131 and 132: Era una masa amorfa, increíble, pa
- Page 133 and 134: Ya no quedaba nadie: mamá, el abue
- Page 135 and 136: severas como recordaba que había s
- Page 137 and 138: Dunwich. Se dirigió a la habitaci
- Page 139 and 140: abrió con un chirrido. Alzó la l
- Page 141 and 142: ululares de gargantas muy distintas
- Page 143 and 144: - Ahora, si me traes una silla, me
- Page 145 and 146: en Dunwich lo oyó, pero nadie fue
- Page 147 and 148: que había estado allí - a excepci
- Page 149 and 150: fuertes jóvenes para efectuar la d
- Page 151 and 152: Miró algunas otras cartas - factur
- Page 153 and 154: habitación de la tía Sarah se hab
- Page 155 and 156: en los ojos de Tobías. Abner leyó
- Page 157 and 158: Un ser en el que todas esas caracte
- Page 159 and 160: diferencia en el color de la tinta,
- Page 161 and 162: aún su pie!» «Lunes. Esta vez Ho
- Page 163 and 164: algún apartado relacionado con Dun
- Page 165 and 166: ecientes sucesos. Sin embargo, por
- Page 167: derivaban los hechos que se present
- Page 171 and 172: lo tenía delante de sí - había s
- Page 173 and 174: anotaciones de Luther Whateley. A e
- Page 175 and 176: evolución era demasiado lenta para
- Page 177 and 178: los siglos - y, al fin, la herencia
- Page 179 and 180: perdidas aun para las leyendas. Hab
- Page 181 and 182: que Ull quedó solo con la extranje
- Page 183 and 184: Eran muy viejas, de bloques arcillo
- Page 185 and 186: HONGOS DE YUGGOTH Poemas de horror
- Page 187 and 188: AZATHOTH El demonio me llevó por e
- Page 189 and 190: Parks, su viejo criado, que murió
- Page 191 and 192: niño? Esa historia era tan insensa
- Page 193 and 194: ataúd que no marcaba ninguna hora
- Page 195 and 196: mano esculpida sobre la clave del a
- Page 197 and 198: los rayos del sol poniente, y qué
- Page 199 and 200: donde se aceptan como cosa corrient
- Page 201 and 202: de ESE que guiará al temerario, m
- Page 203 and 204: lenguaje ni emitir un solo sonido.
- Page 205 and 206: »Carter vio entonces que había un
- Page 207 and 208: y proyectada, puede hacer que un pe
- Page 209 and 210: multitud de puertas, en algunas de
- Page 211 and 212: contemplase el conglomerado resulta
- Page 213 and 214: placentero, sino que te sumerges co
- Page 215 and 216: emontarse a la inalcanzable infinit
- Page 217 and 218: identificado consigo mismo. Poco a
oídos. Se alejó de la pared. Casi tropezaba con las sillas de la cocina.<br />
Permaneció un instante al lado de la mesa, sin saber qué hacer, pero a<br />
medida que su m<strong>en</strong>te se iba aclarando, p<strong>en</strong>saba que lo más urg<strong>en</strong>te era<br />
escapar. Pero estaba aprisionado <strong>en</strong>tre el deseo de huir, y la obligación con<br />
Luther Whateley, que no había cumplido aún.<br />
Había v<strong>en</strong>ido, había repasado las cosas del viejo - todo excepto los<br />
libros - había hecho los preparativos necesarios para que derribas<strong>en</strong> la parte<br />
del edificio que daba al molino. En cuanto a la casa, podía v<strong>en</strong>derla a través<br />
de alguna ag<strong>en</strong>cia. En resumidas cu<strong>en</strong>tas, su pres<strong>en</strong>cia aquí ya no era<br />
necesaria. Sin p<strong>en</strong>sarlo dos veces, corrió a su habitación y volvió a<br />
introducir <strong>en</strong> la maleta cuanto había sacado de ella, además del libro de<br />
Luther Whateley. La cerró y salió <strong>en</strong> dirección al coche.<br />
Pero una vez instalado al volante, recapacitó y p<strong>en</strong>só que no t<strong>en</strong>ía<br />
por qué huir. El no había hecho nada. Y no veía por qué t<strong>en</strong>ía que recaer<br />
sobre él la m<strong>en</strong>or culpa. Volvió a la casa. Todo estaba quieto, salvo el<br />
incesante e incansable coro de las ranas y de las chotacabras. Se quedó<br />
parado, sin saber qué hacer; <strong>en</strong>tonces se s<strong>en</strong>tó a la mesa y sacó, una vez<br />
más, la última carta de Luther Whateley.<br />
La leyó de nuevo, despacio. ¿Qué había querido decir el viejo<br />
cuando, <strong>en</strong> su refer<strong>en</strong>cia a la locura de los Whateley, había dicho «No ha<br />
ocurrido lo mismo con todo lo que me ha pert<strong>en</strong>ecido», aunque él se había<br />
librado de la locura? La abuela Whateley había muerto mucho antes de<br />
nacer Abner; su tía Julia había fallecido muy jov<strong>en</strong>; su madre había llevado<br />
una vida intachable. Quedaba su tía Sarah. ¿Cuál había sido su locura<br />
<strong>en</strong>tonces? Luther Whateley no podía referirse a nadie más. Sólo quedaba<br />
Sarah. ¿Qué había hecho para que la <strong>en</strong>cerraran hasta su muerte?<br />
¿Y qué pret<strong>en</strong>día con aquella ord<strong>en</strong> a Abner para que matara<br />
cualquier cosa <strong>en</strong> la parte del molino, cualquier cosa viva? No importa su<br />
pequeñez. No importa su forma... ¿Incluso algo tan pequeño e inof<strong>en</strong>sivo<br />
169