H. P. Lovecraft = Lovecraftiana 3 - cuentos en ... - GutenScape.com
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la puerta, el fuerte hedor que emanaba de la habitación cerrada le produjo casi un desmayo. El olor del Miskatonic, de los pantanos, la fetidez de ese resbaladizo material que queda depositado entre las piedras y los escombros hundidos cuando las aguas del Miskatonic bajan de nivel, la mareante y violenta pestilencia que impregna la guarida de ciertos animales: todo esto se condensaba en la habitación cerrada. Indeciso, Abner permaneció un momento de pie en el umbral. Pensó que el olor de la habitación podía haber entrado por la ventana abierta. Levantó la lámpara, de modo que la luz alumbrase más la parte superior de la pared, encima de la rueda del molino. A pesar de la distancia, vio inmediatamente que no sólo había desaparecido la ventana, sino también el marco. ¡Aun desde la puerta se notaba que el marco había sido roto desde el interior! Se echó hacia atrás y cerró la puerta de un portazo. Bajó las escaleras corriendo, mientras en su cabeza su esquema de raciocinio empezaba a derrumbarse. V Abajo, intentó tranquilizarse. Después de todo, lo que había visto no era más que un detalle añadido a la proliferante acumulación de datos que parecían inconexos y en que tropezaba, una y otra vez, desde que llegó a casa del abuelo. Ahora, sin embargo, estaba convencido de que todos esos datos estaban relacionados entre sí, por muy inverosímil que esto le hubiera parecido hasta entonces. Y ahora lo único que necesitaba averiguar era qué hecho, qué elemento, los unía entre sí. Se sentía muy perturbado, especialmente por la convicción de que poseía todos los datos que necesitaba, y sólo su rigor científico le impedía formular una primera suposición, establecer la premisa de la que se 166
derivaban los hechos que se presentaban irrefutables. Todos sus sentidos le demostraban que algo - alguna bestia - habitaba en esa habitación. Era inimaginable pensar que los olores del exterior se condensaran en la habitación de la tía Sarah, y en cambio no se apreciasen fuera de la cocina o desde la ventana de su propia habitación. La costumbre de racionalizar sus pensamientos estaba fuertemente enraizada en él. Cogió la última carta de Luther Whateley, la que le era dirigida, y otra vez, la volvió a leer. Eso era lo que su abuelo había querido decir con «tú has recorrido mundo y has recopilado conocimientos suficientes como para permitirte mirar las cosas con mente inquisidora, sin la superstición de la ignorancia ni la superstición de la ciencia». ¿Estaba este rompecabezas, con todas sus horribles consecuencias, más allá de la racionalización? El timbre del teléfono interrumpió bruscamente la escalada de su confuso razonamiento. Guardó la carta en su bolsillo, corrió hacia el hall, y levantó el auricular. La voz de un hombre chilló en la línea, entre un caos de voces inquisitivas, como si todo el mundo hubiese descolgado el auricular simultáneamente, a la espera, como Abner Whateley de alguna comunicación sobre nuevas tragedias. Una de las voces - todas eran desconocidas para Abner - identificó a la persona que llamaba. - ¡Es Luke Lang! - Reunid a un grupo de hombres y venid en seguida - gritó Luke con voz ronca -. Está merodeando fuera, en la puerta, en las ventanas, intenta abrir. - Luke, ¿qué es? - preguntó una voz de mujer. - ¡Oh Dios! No pertenece a este mundo. Da saltos como si fuese demasiado grande para poder moverse normalmente; parece gelatinoso. Pero date prisa, date prisa antes de que sea demasiado tarde. Cogió a mi 167
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Indeciso, Abner permaneció un mom<strong>en</strong>to de pie <strong>en</strong> el umbral.<br />
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Se echó hacia atrás y cerró la puerta de un portazo. Bajó las<br />
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Abajo, int<strong>en</strong>tó tranquilizarse. Después de todo, lo que había visto<br />
no era más que un detalle añadido a la proliferante acumulación de datos<br />
que parecían inconexos y <strong>en</strong> que tropezaba, una y otra vez, desde que llegó<br />
a casa del abuelo. Ahora, sin embargo, estaba conv<strong>en</strong>cido de que todos esos<br />
datos estaban relacionados <strong>en</strong>tre sí, por muy inverosímil que esto le hubiera<br />
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Se s<strong>en</strong>tía muy perturbado, especialm<strong>en</strong>te por la convicción de que<br />
poseía todos los datos que necesitaba, y sólo su rigor ci<strong>en</strong>tífico le impedía<br />
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