H. P. Lovecraft = Lovecraftiana 3 - cuentos en ... - GutenScape.com
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que habéis vuelto otra vez a casa de Luther? ¿No iréis a empezar cosas raras otra vez? sé refiere? - No hay nadie más que yo - dijo Abner secamente -. ¿A qué cosas - Si tú no lo sabes, no soy yo quien tiene que decírtelo. Y Tobías Whateley no volvió a decir nada. Dio a Abner lo que éste necesitaba, cogió el dinero de mal humor y, mal encarado, le siguió con la mirada cuando salía de la tienda. Abner estaba desagradablemente afectado. El brillo de la mañana se había atenuado para él, aunque el sol brillaba desde el mismo cielo despejado. Se apresuro a salir de la calle principal y de la tienda, y corrió por el camino hacia la casa que no hacía mucho tiempo había dejado. Le molestó aún más descubrir, delante de la casa, un antiguo carromato tirado por un viejo caballo de labor. A su lado, estaba un niño de pie. Dentro se sentaba un viejo de barbas blancas que, al ver acercarse a Abner, pidió ayuda al niño para descender trabajosamente al suelo y permanecer de pie esperando a Abner. Mientras Abner se acercaba, el niño tomó la palabra sin sonreír. - El bisabuelo le hablará. - Abner - dijo el anciano con voz temblorosa, mientras Abner se fijaba por primera vez en lo viejo que era. - Este es el bisabuelo Zebulón Whateley - dijo el niño. El hermano del abuelo Luther Whateley. El único Whateley que vivía de su generación. - Venga, señor - dijo Abner ofreciendo su brazo al viejo. Zebulón Whateley lo tomó. Los tres anduvieron lentamente hacia la galería, donde el viejo se detuvo enfrente de los escalones. Volvió hacia Abner unos ojos negros rematados en tupidas cejas blancas, y movió la cabeza suavemente. 142
- Ahora, si me traes una silla, me sentaré. - Trae una silla de la cocina, niño - dijo Abner. El niño corrió hacia las escaleras y entró en la casa. Salió con la misma rapidez, trayendo una silla para el viejo. Le ayudó a sentarse y permaneció de pie a su lado, mientras Zebulón Whateley tomaba aliento. Clavó la mirada en Abner. Observaba con especial detenimiento su ropa, que, a diferencia de la suya, no estaba hecha a mano. - ¿Por qué has venido, Abner? - preguntó ahora con voz más firme. Abner le contestó tan simple y directamente como pudo. Zebulón Whateley movió la cabeza. - No sabes más que los demás, y menos que algunos – dijo -. Lo que hacía Luther sólo Dios lo sabe, porque ahora Luther se ha ido. Pero lo que te puedo decir, Abner, y te lo juro por Dios, es que no sé por qué Luther se encerró, y a Sarah con él, desde aquella vez en que ella volvió de Innsmouth. Lo que si sé, y te lo puedo decir, es que fue algo terrible, terrible, y lo que ocurrió fue terrible. Ahora ya nadie puede echarle la culpa a Luther, ni a la pobre Sarah. Pero ten cuidado, ten cuidado, Abner. - Estoy para cumplir la voluntad de mi abuelo - dijo Abner. El viejo asintió. Pero sus ojos mostraban preocupación y estaba claro que confiaba poco en Abner. - ¿Cómo supo que estaba aquí, tío Zebulón? - preguntó Abner. - Me llegó la noticia de que habías venido. Era mi deber hablar contigo. Pesa un maleficio sobre los Whateley. Algunos que ahora están bajo tierra han tenido que ver con el demonio, otros silbaban cosas terribles en el aire, y otros tenían que ver con cosas que no eran del todo humanas, ni del mar, pero vivían en el mar y nadaban - hasta muy lejos - en el mar. Y hubo quienes se encerraron en sí mismos y se convirtieron en seres extraños y aturdidos. Eso fue lo que ocurrió en Sentinel Hill aquella vez. Wilbur, el de Lavinny. Y ese otro de Sentinel Stone. Dios, tiemblo al 143
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El niño corrió hacia las escaleras y <strong>en</strong>tró <strong>en</strong> la casa. Salió con la<br />
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Clavó la mirada <strong>en</strong> Abner. Observaba con especial det<strong>en</strong>imi<strong>en</strong>to su<br />
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Zebulón Whateley movió la cabeza.<br />
- No sabes más que los demás, y m<strong>en</strong>os que algunos – dijo -. Lo<br />
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Luther se <strong>en</strong>cerró, y a Sarah con él, desde aquella vez <strong>en</strong> que ella volvió de<br />
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terrible, y lo que ocurrió fue terrible. Ahora ya nadie puede echarle la culpa<br />
a Luther, ni a la pobre Sarah. Pero t<strong>en</strong> cuidado, t<strong>en</strong> cuidado, Abner.<br />
- Estoy para cumplir la voluntad de mi abuelo - dijo Abner.<br />
El viejo asintió. Pero sus ojos mostraban preocupación y estaba<br />
claro que confiaba poco <strong>en</strong> Abner.<br />
- ¿Cómo supo que estaba aquí, tío Zebulón? - preguntó Abner.<br />
- Me llegó la noticia de que habías v<strong>en</strong>ido. Era mi deber hablar<br />
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ni del mar, pero vivían <strong>en</strong> el mar y nadaban - hasta muy lejos - <strong>en</strong> el mar. Y<br />
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