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H. P. Lovecraft = Lovecraftiana 3 - cuentos en ... - GutenScape.com

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de funcionar, y cada vez aparecían más arrasados los campos que<br />

contorneaban Dunwich. Salvo una habitación sobre el molino - la de la tía<br />

Sarah-, la parte del edificio que lindaba con el Miskatonic había sido<br />

abandonada desde los tiempos de su juv<strong>en</strong>tud, desde la última vez <strong>en</strong> que<br />

Abner Whateley había visitado a su abuelo, que vivía solo, con excepción<br />

de la tía Sarah, a la que nadie veía nunca y que habitaba <strong>en</strong> su habitación<br />

cerrada, con la puerta atrancada. Nunca andaba por la casa porque se lo<br />

t<strong>en</strong>ía terminantem<strong>en</strong>te prohibido su padre, de cuya dominación sólo la<br />

muerte logró liberarla.<br />

Una galería semiderruida <strong>en</strong> una de las esquinas de la casa rodeaba<br />

la parte habitada; <strong>en</strong> el <strong>en</strong>tramado que soportaba el alero había grandes<br />

telarañas, a las que nadie, excepto el vi<strong>en</strong>to, molestaba a lo largo de los<br />

años. Y el polvo estaba <strong>en</strong> todas partes, d<strong>en</strong>tro y fuera, según pudo<br />

<strong>com</strong>probar Abner cuando descubrió la llave correcta <strong>en</strong>tre todas las que le<br />

mandó el abogado. Encontró una lámpara y la <strong>en</strong>c<strong>en</strong>dió; el abuelo<br />

Whateley t<strong>en</strong>ía proscrita la electricidad. Al amarill<strong>en</strong>to resplandor de la luz,<br />

la vieja cocina que le era tan familiar, con su mobiliario del siglo XIX, le<br />

afligió con viol<strong>en</strong>cia. Su desolación, las sillas y mesas hechas a mano, el<br />

reloj de ci<strong>en</strong> años <strong>en</strong> la repisa, la escoba gastada, todo eran tangibles<br />

recuerdos de su niñez obsesionada por el miedo que le producían sus visitas<br />

a la formidable casa y su aún más formidable ocupante, el viejo padre de su<br />

madre.<br />

La luz de la lámpara dejaba <strong>en</strong>trever algo más. En la mesa de la<br />

cocina había un sobre dirigido a él, con una letra tan desgarbada que sólo<br />

podía ser de un hombre muy viejo o poco firme: su abuelo. Sin preocuparse<br />

de traer el resto de las cosas del coche, Abner se s<strong>en</strong>tó a la mesa, sopló el<br />

polvo de la silla y un trozo de la mesa para permitirle poner los codos, y<br />

abrió el sobre.<br />

Una escritura <strong>en</strong>crespada apareció ante él. Las palabras eran tan<br />

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