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H. P. Lovecraft = Lovecraftiana 3 - cuentos en ... - GutenScape.com

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simpatía, ya que su sola pres<strong>en</strong>cia provocaba el desasosiego. A veces se<br />

quedaba junto a la puerta cuando la g<strong>en</strong>te acudía a la iglesia, y los hombres<br />

devolvían con frialdad sus serviles zalamerías, <strong>en</strong> tanto que las mujeres se<br />

apresuraban, recogiéndose las faldas para evitar que lo rozas<strong>en</strong>. Entre<br />

semana, se le podía ver cortando la hierba del cem<strong>en</strong>terio y at<strong>en</strong>di<strong>en</strong>do las<br />

flores de las tumbas, y de vez <strong>en</strong> cuando canturreando y murmurando para<br />

sus ad<strong>en</strong>tros. Y pocos fueron los que no se dieron cu<strong>en</strong>ta de la especial<br />

at<strong>en</strong>ción que prestaba a la tumba del rever<strong>en</strong>do Guilliam Slott, el primer<br />

pastor de la iglesia <strong>en</strong> 1701.<br />

Poco después de la llegada de Foster a la aldea <strong>com</strong><strong>en</strong>zó a gestarse<br />

el desastre. Primero fue el cierre de la mina de la montaña, <strong>en</strong> la que<br />

trabajaba la mayor parte de los hombres. La veta de hierro se agotó y casi<br />

todo el mundo se marchó a poblaciones más prósperas, mi<strong>en</strong>tras que<br />

aquellos que t<strong>en</strong>ían tierras <strong>en</strong> la vecindad se convirtieron <strong>en</strong> granjeros y se<br />

las ing<strong>en</strong>iaron para arrancar un magro sust<strong>en</strong>to a esas laderas rocosas.<br />

Luego llegaron los problemas <strong>en</strong> la iglesia. Se murmuraba que el rever<strong>en</strong>do<br />

Johannes Vanderhoof había hecho un pacto con el diablo y que estaba<br />

difundi<strong>en</strong>do sus prédicas <strong>en</strong> casa del Señor. Sus sermones se habían<br />

convertido <strong>en</strong> extraños y grotescos... impregnados de cosas siniestras de las<br />

cuales la s<strong>en</strong>cilla g<strong>en</strong>te de Daalberg<strong>en</strong> nada sabía. Los transportaba,<br />

cruzando edades de miedo y superstición, hasta regiones de espíritus<br />

odiosos e invisibles, y poblaba sus imaginaciones con gules nocturnos. Uno<br />

a uno, la g<strong>en</strong>te fue dejando la congregación, mi<strong>en</strong>tras que los ancianos y los<br />

diáconos pedían <strong>en</strong> vano a Vanderhoof que cambiase el tema de sus<br />

sermones. Aunque, de continuo, el anciano prometía hacerlo así, parecía<br />

atado a algún poder más fuerte que lo obligaba a cumplir su voluntad.<br />

Un gigante <strong>en</strong> estatura, Johannes Vanderhoof era bi<strong>en</strong> conocido<br />

<strong>com</strong>o hombre débil y timorato, pero incluso con la am<strong>en</strong>aza de expulsión<br />

p<strong>en</strong>di<strong>en</strong>te de su cabeza continuó con sus fantasmales sermones, hasta que<br />

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