17.06.2013 Views

Textos Romanticismo - IES Pedro de Tolosa

Textos Romanticismo - IES Pedro de Tolosa

Textos Romanticismo - IES Pedro de Tolosa

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

El día <strong>de</strong> Difuntos <strong>de</strong> 1836<br />

Fígaro en el cementerio<br />

Mariano José <strong>de</strong> Larra<br />

En El día <strong>de</strong> difuntos <strong>de</strong> 1836, uno <strong>de</strong> sus artículos <strong>de</strong> costumbres,<br />

Fígaro vive una especie <strong>de</strong> pesadilla que transcurre en el cementerio.<br />

Volvíame y me revolvía en un sillón <strong>de</strong> estos que parecen camas, sepulcro <strong>de</strong> todas mis meditaciones,<br />

y ora me daba palmadas en la frente, como si fuese mi mal <strong>de</strong> casado, ora sepultaba las manos en mis<br />

faltriqueras, a guisa <strong>de</strong> buscar mi dinero, como si mis faltriqueras fueran el pueblo español y mis <strong>de</strong>dos<br />

otros tantos gobiernos, ora alzaba la vista al cielo como si en calidad <strong>de</strong> liberal no me quedase más<br />

esperanza que en él, ora la bajaba avergonzado como quien ve un faccioso más, cuando un sonido lúgubre<br />

y monótono, semejante al ruido <strong>de</strong> los partes, vino a sacudir mi entorpecida existencia.<br />

–¡Día <strong>de</strong> Difuntos! –exclamé.<br />

Y el bronce herido que anunciaba con lamentable clamor la ausencia eterna <strong>de</strong> los que han sido,<br />

parecía vibrar más lúgubre que ningún año, como si presagiase su propia muerte. Ellas también, las<br />

campanas, han alcanzado su última hora, y sus tristes acentos son el estertor <strong>de</strong>l moribundo; ellas también<br />

van a morir a manos <strong>de</strong> la libertad, que todo lo vivifica, y ellas serán las únicas en España ¡santo Dios!,<br />

que morirán colgadas. ¡Y hay justicia divina!<br />

La melancolía llegó entonces a su término; por una reacción natural cuando se ha agotado una<br />

situación, ocurriome <strong>de</strong> pronto que la melancolía es la cosa más alegre <strong>de</strong>l mundo para los que la ven, y la<br />

i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> servir yo entero <strong>de</strong> diversión...<br />

– ¡Fuera –exclamé–, fuera! –como si estuviera viendo representar a un actor español–: ¡fuera! –como<br />

si oyese hablar a un orador en las Cortes. Y arrojeme a la calle; pero en realidad con la misma calma y<br />

<strong>de</strong>spacio como si tratase <strong>de</strong> cortar la retirada a Gómez.<br />

Dirigíanse las gentes por las calles en gran número y larga procesión, serpenteando <strong>de</strong> unas en otras<br />

como largas culebras <strong>de</strong> infinitos colores: ¡al cementerio, al cementerio! ¡Y para eso salían <strong>de</strong> las puertas<br />

<strong>de</strong> Madrid!<br />

Vamos claros, dije yo para mí, ¿dón<strong>de</strong> está el cementerio? ¿Fuera o <strong>de</strong>ntro? Un vértigo espantoso se<br />

apo<strong>de</strong>ró <strong>de</strong> mí, y comencé a ver claro. El cementerio está <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> Madrid. Madrid es el cementerio.<br />

Pero vasto cementerio don<strong>de</strong> cada casa es el nicho <strong>de</strong> una familia, cada calle el sepulcro <strong>de</strong> un<br />

acontecimiento, cada corazón la urna cineraria <strong>de</strong> una esperanza o <strong>de</strong> un <strong>de</strong>seo.<br />

Entonces, y en tanto que los que creen vivir acudían a la mansión que presumen <strong>de</strong> los muertos, yo<br />

comencé a pasear con toda la <strong>de</strong>voción y recogimiento <strong>de</strong> que soy capaz las calles <strong>de</strong>l gran<strong>de</strong> osario.<br />

–¡Necios! –<strong>de</strong>cía a los transeúntes–. ¿Os movéis para ver muertos? ¿No tenéis espejos por ventura?<br />

¿Ha acabado también Gómez con el azogue <strong>de</strong> Madrid? ¡Miraos, insensatos, a vosotros mismos, y en<br />

vuestra frente veréis vuestro propio epitafio! ¿Vais a ver a vuestros padres y a vuestros abuelos, cuando<br />

vosotros sois los muertos? Ellos viven, porque ellos tienen paz; ellos tienen libertad, la única posible<br />

sobre la tierra, la que da la muerte; ellos no pagan contribuciones que no tienen; ellos no serán alistados ni<br />

movilizados; ellos no son presos ni <strong>de</strong>nunciados; ellos, en fin, no gimen bajo la jurisdicción <strong>de</strong>l celador


<strong>de</strong>l cuartel; ellos son los únicos que gozan <strong>de</strong> la libertad <strong>de</strong> imprenta, porque ellos hablan al mundo.<br />

Hablan en voz bien alta y que ningún jurado se atrevería a encausar y a con<strong>de</strong>nar. Ellos, en fin, no<br />

reconocen más que una ley, la imperiosa ley <strong>de</strong> la Naturaleza que allí les puso, y ésa la obe<strong>de</strong>cen.<br />

Pero ya anochecía, y también era hora <strong>de</strong> retiro para mí. Tendí una última ojeada sobre el vasto<br />

cementerio. Olía a muerte próxima. Los perros ladraban con aquel aullido prolongado, intérprete <strong>de</strong> su<br />

instinto agorero; el gran coloso, la inmensa capital, toda ella se removía como un moribundo que tantea la<br />

ropa; entonces no vi más que un gran sepulcro: una inmensa lápida se disponía a cubrirle como una ancha<br />

tumba.<br />

No había «aquí yace» todavía; el escultor no quería mentir; pero los nombres <strong>de</strong>l difunto saltaban a la<br />

vista ya distintamente <strong>de</strong>lineados.<br />

«¡Fuera –exclamé– la horrible pesadilla, fuera! ¡Libertad! ¡Constitución! ¡Tres veces! ¡Opinión<br />

nacional! ¡Emigración! ¡Vergüenza! ¡Discordia!» Todas estas palabras parecían repetirme a un tiempo los<br />

últimos ecos <strong>de</strong>l clamor general <strong>de</strong> las campanas <strong>de</strong>l día <strong>de</strong> Difuntos <strong>de</strong> 1836.<br />

Una nube sombría lo envolvió todo. Era la noche. El frío <strong>de</strong> la noche helaba mis venas. Quise salir<br />

violentamente <strong>de</strong>l horrible cementerio. Quise refugiarme en mi propio corazón, lleno no ha mucho <strong>de</strong><br />

vida, <strong>de</strong> ilusiones, <strong>de</strong> <strong>de</strong>seos.<br />

¡Santo cielo! También otro cementerio. Mi corazón no es más que otro sepulcro. ¿Qué dice? Leamos.<br />

¿Quién ha muerto en él? ¡Espantoso letrero! «¡Aquí yace la esperanza!»<br />

¡Silencio, silencio!<br />

El Español, n.º 368, 2 <strong>de</strong> noviembre <strong>de</strong> 1836.


RIMAS<br />

Gustavo Adolfo Bécquer<br />

El tema predominante en sus rimas es el amor, amor que discurre entre la ilusión, la esperanza, la alegría,<br />

<strong>de</strong>sengaño, el dolor y la soledad. Debió Bécquer conocer varias mujeres en su vida y sus relaciones<br />

amorosas <strong>de</strong>bieron ser bastante complejas, dada “la sensibilidad poco común <strong>de</strong> su carácter”. En sus<br />

rimas encontramos huellas <strong>de</strong> estas relaciones. Poco importan en verdad los nombres <strong>de</strong> esas mujeres. Lo<br />

que sí importa es el proceso emocional que en escasos años lo conducen al <strong>de</strong>sengaño.<br />

RIMA VII<br />

Del salón en el ángulo oscuro,<br />

<strong>de</strong> su dueño tal vez olvidada,<br />

silenciosa y cubierta <strong>de</strong> polvo<br />

veíase el arpa.<br />

¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas<br />

como el pájaro duerme en la rama<br />

esperando la mano <strong>de</strong> nieve<br />

que sabe arrancarlas!<br />

¡Ay! -pensé-, ¡Cuántas veces el genio<br />

así duerme en el fondo <strong>de</strong>l alma,<br />

y una voz, como Lázaro, espera<br />

que le diga: “Levántate y anda”!<br />

RIMA XVII<br />

Hoy la tierra y los cielos me sonríen;<br />

hoy llega al fondo <strong>de</strong> mi alma el sol;<br />

hoy la he visto.., la he visto y me ha mirado.<br />

¡Hoy creo en Dios!<br />

RIMA XXI<br />

¿Qué es poesía?, dices mientras clavas<br />

en mi pupila tu pupila azul.<br />

¿Que es poesía?, Y tú me lo preguntas?<br />

Poesía... eres tú.<br />

RIMA XXX<br />

Asomaba a sus ojos una lágrima<br />

y a mis labios una frase <strong>de</strong> perdón...<br />

habló el orgullo y se enjugó su llanto,<br />

y la frase en mis labios expiró.<br />

Yo voy por un camino, ella por otro;<br />

pero al pensar en nuestro mutuo amor,<br />

yo digo aún: "¿Por que callé aquél día?"<br />

y ella dirá. "¿Por qué no lloré yo?"<br />

RIMA XXIII<br />

Por una mirada, un mundo,<br />

por una sonrisa, un cielo,<br />

por un beso... ¡yo no sé<br />

que te diera por un beso!


EL MONTE DE LAS ÁNIMAS<br />

Gustavo Adolfo Bécquer<br />

(Leyenda soriana)<br />

La Noche <strong>de</strong> Difuntos, me <strong>de</strong>spertó a no sé qué hora el doble <strong>de</strong> las campanas. Su tañido monótono y eterno me trajo a las<br />

mientes esta tradición que oí hace poco en Soria.<br />

I<br />

Los pajes se reunieron en alegres y bulliciosos grupos. Los con<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Borges y <strong>de</strong> Alcudiel montaron en sus magníficos<br />

caballos, y todos juntos siguieron a sus hijos Beatriz y Alonso, que precedían a la comitiva a bastante distancia. Mientras<br />

duraba el camino, Alonso narró en estos términos la historia<br />

—El monte que hoy llaman <strong>de</strong> las Animas pertenecía a los Templarios, cuyo convento ves allí, a la margen <strong>de</strong>l río. Los<br />

Templarios eran guerreros y religiosos a la vez. Conquistada Soria a los árabes, el rey los hizo venir <strong>de</strong> lejanas tierras para<br />

<strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r la ciudad por la parte <strong>de</strong>l puente, haciendo en ello notable agravio a sus nobles <strong>de</strong> Castilla, que así hubieran solos<br />

sabido <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rla corno solos la conquistaron. Entre los caballeros <strong>de</strong> la nueva y po<strong>de</strong>rosa Or<strong>de</strong>n y los hidalgos <strong>de</strong> la ciudad<br />

fermentó por algunos años, y estalló al fin, un odio profundo. Los primeros tenían acotado ese monte, don<strong>de</strong> reservaban caza<br />

abundante para satisfacer sus necesida<strong>de</strong>s y contribuir a sus placeres. Los segundos <strong>de</strong>terminaron organizar una gran batida en<br />

el coto, a pesar <strong>de</strong> las severas prohibiciones <strong>de</strong> los clérigos con espuelas, como llamaban a sus enemigos. Cundió la voz <strong>de</strong>l<br />

reto, y nada fue a parte a <strong>de</strong>tener a los unos en su manía <strong>de</strong> cazar y a los otros en su empeño <strong>de</strong> estorbarlo. La proyectada<br />

expedición se llevó a cabo. No se acordaron <strong>de</strong> ella las fieras. Antes la tendrían presente tantas madres como arrastraron sendos<br />

lutos por sus hijos. Aquello no fue una cacería. Fue una batalla espantosa: el monte quedó sembrado <strong>de</strong> cadáveres. Los lobos, a<br />

quienes se quiso exterminar, tuvieron un sangriento festín. Por último, intervino la autoridad <strong>de</strong>l rey: el monte, maldita ocasión<br />

<strong>de</strong> tantas <strong>de</strong>sgracias, se <strong>de</strong>claró abandonado, y la capilla <strong>de</strong> los religiosos, situada en el mismo monte, y en cuyo atrio se<br />

enterraron juntos amigos y enemigos, comenzó a arruinarse. Des<strong>de</strong> entonces dicen que cuando llega la noche <strong>de</strong> Difuntos se<br />

oye doblar sola la campana <strong>de</strong> la capilla, y que las ánimas <strong>de</strong> los muertos, envueltas en jirones <strong>de</strong> sus sudarios, corren como en<br />

una cacería fantástica por entre las breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las culebras dan<br />

horrorosos silbidos. Y al otro día se han visto impresas en la nieve las huellas <strong>de</strong> los <strong>de</strong>scarnados pies <strong>de</strong> los esqueletos. Por<br />

eso en Soria lo llamamos el Monte <strong>de</strong> las Animas, y por eso he querido salir <strong>de</strong> él antes que cierre la noche.<br />

La relación <strong>de</strong> Alonso concluyó justamente cuando los dos jóvenes llegaban al extremo <strong>de</strong>l puente que da paso a la ciudad por<br />

aquel lado. Allí esperaron al resto <strong>de</strong> la comitiva, la cual, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> incorporársele los dos jinetes, se perdió por entre las<br />

estrechas y oscuras calles <strong>de</strong> Soria.<br />

II<br />

Los servidores acababan <strong>de</strong> levantar los manteles; la alta chimenea gótica <strong>de</strong>l palacio <strong>de</strong> los con<strong>de</strong>s <strong>de</strong> Alcudiel <strong>de</strong>spedía un<br />

vivo resplandor, iluminando algunos grupos <strong>de</strong> damas y caballeros que alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la lumbre conversaban familiarmente, y el<br />

viento azotaba los emplomados vidrios <strong>de</strong> las ojivas <strong>de</strong>l salón.<br />

Solas dos personas parecían ajenas a la conversación general: Beatriz y Alonso. Beatriz seguía con los ojos, y absorta en un<br />

vago pensamiento, los caprichos <strong>de</strong> la llama. Alonso miraba el reflejo <strong>de</strong> la hoguera chispear en las azules pupilas <strong>de</strong> Beatriz.<br />

Ambos guardaban hacía rato un profundo silencio.<br />

Las dueñas referían, a propósito <strong>de</strong> la noche <strong>de</strong> Difuntos, cuentos temerosos, en que los espectros y los aparecidos<br />

representaban el principal papel; y las campanas <strong>de</strong> las iglesias <strong>de</strong> Soria doblaban a lo lejos con un tañido monótono y triste.<br />

—Hermosa prima exclamó, al fin, Alonso, rompiendo el largo silencio en que se encontraban, Pronto vamos a separarnos, tal<br />

vez para siempre; las áridas llanuras <strong>de</strong> Castilla, sus costumbres toscas y guerreras, sus hábitos sencillos y patriarcales, sé que<br />

no te gustan; te he oído suspirar varias veces, acaso por algún galán <strong>de</strong> tu lejano señorío.<br />

Beatriz hizo un gesto <strong>de</strong> fría indiferencia: todo un carácter <strong>de</strong> mujer se reveló en aquella <strong>de</strong>s<strong>de</strong>ñosa contracción <strong>de</strong> sus<br />

<strong>de</strong>lgados labios.<br />

—Tal vez por la pompa <strong>de</strong> la Corte francesa, don<strong>de</strong> hasta aquí has vivido se apresuró a añadir el joven. De un modo o <strong>de</strong> otro,<br />

presiento que no tardaré en per<strong>de</strong>rte... Al separarnos, quisiera que llevases una memoria mía... ¿Te acuerdas cuando fuimos al<br />

templo a dar gracias a Dios por haberte <strong>de</strong>vuelto la salud que viniste a buscar a esta tierra? El joyel que sujetaba la pluma <strong>de</strong> mi<br />

gorra cautivó tu atención. ¡Qué hermoso estaría sujetando un velo sobre tu oscura cabellera! Ya ha prendido el <strong>de</strong> una<br />

<strong>de</strong>sposada; mi padre se lo regaló a la que me dio el ser, y ella lo llevó al altar... ¿Lo quieres?<br />

—No sé en el tuyo contestó la hermosa, pero en mi país una prenda recibida compromete una voluntad. Sólo en un día <strong>de</strong><br />

ceremonia <strong>de</strong>be aceptarse un presente <strong>de</strong> manos <strong>de</strong> un <strong>de</strong>udo..., que aún pue<strong>de</strong> ir a Roma sin volver con las manos vacías.<br />

El acento helado con que Beatriz pronunció estas palabras turbó un momento al joven que, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> serenarse, dijo con<br />

tristeza:<br />

—Lo sé, prima; pero hoy se celebran Todos los Santos y el tuyo entre todos; hoy es día <strong>de</strong> ceremonias y presentes. ¿Quieres<br />

aceptar el mío? Y antes que concluya el día <strong>de</strong> Todos los Santos en que así como el tuyo se celebra el mío, y pue<strong>de</strong>s, sin atar tu<br />

voluntad, <strong>de</strong>jarme un recuerdo, ¿no lo harás? —dijo él, clavando una mirada en la <strong>de</strong> su prima, que brilló como un relámpago,<br />

iluminada por un pensamiento diabólico:<br />

—¿Por qué no? ¿Te acuerdas <strong>de</strong> la banda azul que llevé hoy a la cacería, y que no sé qué emblema <strong>de</strong> su color me dijiste que<br />

era la divisa <strong>de</strong> tu alma?<br />

—Sí.<br />

—¡Pues... se ha perdido! Se ha perdido, y pensaba <strong>de</strong>jártela como un recuerdo.


—¡Se ha perdido! ¿Y dón<strong>de</strong>? —preguntó Alonso, incorporándose <strong>de</strong> su asiento y con una in<strong>de</strong>scriptible expresión <strong>de</strong> temor y<br />

esperanza.<br />

—No sé... En el monte acaso.<br />

—¡En el Monte <strong>de</strong> las Animas! —murmuró, pali<strong>de</strong>ciendo y <strong>de</strong>jándose caer sobre el sitial. ¡En el Monte <strong>de</strong> las Animas! —<br />

luego prosiguió, con voz entrecortada y sorda—: Tú lo sabes, porque lo habrás oído mil veces. En la ciudad, en toda Castilla,<br />

me llaman el rey <strong>de</strong> los cazadores. No habiendo aún podido probar mis fuerzas en los combates, como mis ascendientes, he<br />

llevado a esta diversión, imagen <strong>de</strong> la guerra, todos los bríos <strong>de</strong> mi juventud, todo el ardor hereditario <strong>de</strong> mi raza. La alfombra<br />

que pisan tus pies son <strong>de</strong>spojos <strong>de</strong> fieras que he muerto por mi mano. Yo conozco sus guaridas y sus costumbres, y he<br />

combatido con ellas <strong>de</strong> día y <strong>de</strong> noche, a pie y a caballo, solo y en batida, y nadie dirá que me ha visto huir el peligro en<br />

ninguna ocasión. Otra noche volaría por esa banda, y volaría gozoso como a una fiesta; y, sin embargo, esta noche..., ¿a qué<br />

ocultártelo?, tengo miedo. ¿Oyes? Las campanas doblan, la oración ha sonado en San Juan <strong>de</strong>l Duero, las ánimas <strong>de</strong>l monte<br />

comenzarán ahora a levantar sus amarillentos cráneos <strong>de</strong> entre las malezas que cubren sus fosas... ¡Las ánimas!, cuya sola vista<br />

pue<strong>de</strong> helar <strong>de</strong> terror la sangre <strong>de</strong>l más valiente, tornar sus cabellos blancos o arrebatarlo en el torbellino <strong>de</strong> su fantástica<br />

carrera como una hoja que arrastra el viento sin que se sepa adón<strong>de</strong>.<br />

Mientras el joven hablaba, una sonrisa imperceptible se dibujó en los labios <strong>de</strong> Beatriz, que, cuando hubo concluido, exclamó<br />

en un tono indiferente y mientras atizaba el fuego <strong>de</strong>l hogar, don<strong>de</strong> saltaba y crujía la leña, arrojando chispas <strong>de</strong> mil colores.<br />

—¡Oh! Eso, <strong>de</strong> ningún modo. ¡Qué locura! ¡Ir ahora al monte por semejante friolera! ¡Una noche tan oscura, noche <strong>de</strong><br />

Difuntos y cuajado el camino <strong>de</strong> lobos!<br />

Al <strong>de</strong>cir esta última frase la recargó <strong>de</strong> un modo tan especial, que Alonso no pudo menos <strong>de</strong> compren<strong>de</strong>r toda su amarga ironía;<br />

movido como por un resorte se puso en pie, se pasó la mano por la frente, como para arrancarse el miedo que estaba en su<br />

cabeza y no en su corazón, y con voz firme exclamó, dirigiéndose a la hermosa, que estaba aún inclinada sobre el hogar,<br />

entreteniéndose en revolver el fuego:<br />

—Adiós, Beatriz, adiós, Hasta pronto.<br />

A los pocos minutos se oyó el rumor <strong>de</strong> un caballo que se alejaba al galope. La hermosa, con una radiante expresión <strong>de</strong> orgullo<br />

satisfecho que coloreó sus mejillas, prestó oído a aquel rumor que se <strong>de</strong>bilitaba, que se perdía, que se <strong>de</strong>svaneció por último.<br />

Las viejas, en tanto, continuaban en sus cuentos <strong>de</strong> ánimas aparecidas; el aire zumbaba en los vidrios <strong>de</strong>l balcón, y las<br />

campanas <strong>de</strong> la ciudad doblaban a lo lejos.<br />

III<br />

Había asado una hora, dos, tres; la medianoche estaba a punto <strong>de</strong> sonar, cuando Beatriz se retiró a su oratorio. Alonso no<br />

volvía, no volvía, y, a querer, en menos <strong>de</strong> una hora pudiera haberlo hecho.<br />

—¡Habrá tenido miedo! —exclamó la joven, cerrando su libro <strong>de</strong> oraciones y encaminándose a su lecho, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haber<br />

intentado inútilmente murmurar algunos <strong>de</strong> los rezos que la Iglesia consagra en el día <strong>de</strong> Difuntos a los que ya no existen.<br />

Después <strong>de</strong> haber apagado la lámpara y cruzado las dobles cortinas <strong>de</strong> seda, se durmió; se durmió con un sueño inquieto,<br />

ligero, nervioso.<br />

Las doce sonaron en el reloj <strong>de</strong>l Postigo. Beatriz oyó entre sueños las vibraciones <strong>de</strong> las campanas, lentas, sordas, tristísimas, y<br />

entreabrió los ojos. Creía haber oído, a par <strong>de</strong> ellas, pronunciar su nombre; pero lejos, muy lejos, y por una voz ahogada y<br />

doliente. El viento gemía en los vidrios <strong>de</strong> la ventana.<br />

—Será el viento —dijo—, y poniéndose la mano sobre su corazón procuró tranquilizarse.<br />

Pero su corazón latía cada vez con más violencia, las puertas <strong>de</strong> alerce <strong>de</strong>l oratorio habían crujido sobre sus goznes con<br />

chirrido agudo, prolongado y estri<strong>de</strong>nte.<br />

Primero unas y luego las otras más cercanas, todas las puertas que daban paso a su habitación iban sonando por su or<strong>de</strong>n; éstas<br />

con un ruido sordo y grave, y aquellas con un lamento largo y crispador. Después, un silencio; un silencio lleno <strong>de</strong> rumores<br />

extraños, el silencio <strong>de</strong> la medianoche; lejanos ladridos <strong>de</strong> perros, voces confusas, palabras ininteligibles; ecos <strong>de</strong> pasos que<br />

van y vienen, crujir <strong>de</strong> ropas que arrastran, suspiros que se ahogan, respiraciones fatigosas, que casi se siente, estremecimientos<br />

involuntarios que anuncian la presencia <strong>de</strong> algo que no se ve y cuya aproximación se nota, no obstante, en la oscuridad.<br />

Beatriz, inmóvil, temblorosa, a<strong>de</strong>lantó la cabeza fuera <strong>de</strong> las cortinas y escuchó un momento. Oía mil ruidos diversos; se<br />

pasaba la mano por la frente, tornaba a escuchar; nada, silencio.<br />

Veía, con esa fosforescencia <strong>de</strong> la pupila en las crisis nerviosas, como bultos que se movían en todas las direcciones, y cuando<br />

dilatándolas las fijaba en un punto, nada; oscuridad <strong>de</strong> las sombras impenetrables.<br />

—¡Bah! —exclamó, volviendo a recostar su hermosa cabeza sobre la almohada <strong>de</strong> raso azul <strong>de</strong>l lecho. ¿Soy yo tan miedosa<br />

como esas pobres gentes cuyo corazón palpita <strong>de</strong> terror bajo una armadura al oír una conseja <strong>de</strong> aparecidos?<br />

Y cerrando los ojos, intentó dormir...: pero en vano había hecho un esfuerzo sobre sí misma. Pronto volvió a incorporarse, más<br />

pálida, más inquieta, más aterrada. Ya no era una ilusión: las colgaduras <strong>de</strong> brocado <strong>de</strong> la puerta habían rozado al separarse, y<br />

unas pisadas lentas sonaban sobre la alfombra; el rumor <strong>de</strong> aquellas pisadas era sordo, casi imperceptible, pero continuado, y a<br />

su compás se oía crujir una cosa como ma<strong>de</strong>ra o hueso. Y se acercaban, se acercaban, y se movió el reclinatorio que estaba a la<br />

orilla <strong>de</strong> su lecho. Beatriz lanzó un grito agudo, y rebujándose en la ropa que la cubría, escondió la cabeza y contuvo el aliento.<br />

El aire azotaba los vidrios <strong>de</strong>l balcón; el agua <strong>de</strong> la fuente lejana caía y caía con un rumor eterno y monótono; los ladridos <strong>de</strong><br />

los perros se dilataban en las ráfagas <strong>de</strong> aire, y las campanas <strong>de</strong> la ciudad <strong>de</strong> Soria, unas cerca, y otras distantes, doblaban<br />

tristemente por las ánimas <strong>de</strong> los difuntos.<br />

Así pasó una hora, dos, la noche, un siglo, porque la noche aquella pareció eterna a Beatriz. Al fin, <strong>de</strong>spuntó la aurora. Vuelta<br />

<strong>de</strong> su temor entreabrió los ojos a los primeros rayos <strong>de</strong> la luz. Después <strong>de</strong> una noche <strong>de</strong> insomnio y <strong>de</strong> terrores, ¡es tan hermosa<br />

la luz clara y blanca <strong>de</strong>l día! Separó las cortinas <strong>de</strong> seda <strong>de</strong>l lecho, tendió una mirada serena a su alre<strong>de</strong>dor, y ya se disponía a<br />

reírse <strong>de</strong> sus temores pasados, cuando <strong>de</strong> repente un sudor frío cubrió su cuerpo, sus ojos se <strong>de</strong>sencajaron y una pali<strong>de</strong>z mortal<br />

<strong>de</strong>scoloró sus mejillas: sobre el reclinatorio había visto, sangrienta y <strong>de</strong>sgarrada, la banda azul que fue a buscar Alonso.


Cuando sus servidores llegaron, <strong>de</strong>spavoridos, a notificarle la muerte <strong>de</strong>l primogénito <strong>de</strong> Alcudiel, que por la mañana había<br />

aparecido <strong>de</strong>vorado por los lobos entre las malezas <strong>de</strong>l Monte <strong>de</strong> las Animas, la encontraron inmóvil; asida con ambas manos a<br />

una <strong>de</strong> las columnas <strong>de</strong> ébano <strong>de</strong>l lecho, <strong>de</strong>sencajados los ojos, entreabierta la boca, blancos los labios, rígidos los miembros,<br />

muerta, ¡muerta <strong>de</strong> horror!<br />

IV<br />

Dicen que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> acaecido este suceso, un cazador extraviado que pasó la noche <strong>de</strong> Difuntos sin po<strong>de</strong>r salir <strong>de</strong>l Monte <strong>de</strong><br />

las Animas, y que al otro día, antes <strong>de</strong> morir, pudo contar lo que viera, refirió cosas terribles. Entre otras, se asegura que vio a<br />

los esqueletos <strong>de</strong> los antiguos Templarios y <strong>de</strong> los nobles <strong>de</strong> Soria enterrados en el atrio <strong>de</strong> la capilla levantarse al punto <strong>de</strong> la<br />

oración con un estrépito horrible, y, caballeros sobre osamentas <strong>de</strong> corceles, perseguir como a una fiera a una mujer hermosa y<br />

pálida y <strong>de</strong>smelenada que, con los pies <strong>de</strong>snudos y sangrientos, y arrojando gritos <strong>de</strong> horror, daba vueltas alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> la tumba<br />

<strong>de</strong> Alonso.


Poema 108<br />

Hora tras hora, día tras día,<br />

Entre el cielo y la tierra que quedan<br />

Eternos vigías,<br />

Como torrente que se <strong>de</strong>speña<br />

Pasa la vida.<br />

Devolvedle a la flor su perfume<br />

Después <strong>de</strong> marchita;<br />

De las ondas que besan la playa<br />

Y que una tras otra besándola expiran<br />

Recoged los rumores, las quejas,<br />

Y en planchas <strong>de</strong> bronce grabad su armonía.<br />

Tiempos que fueron, llantos y risas,<br />

Negros tormentos, dulces mentiras,<br />

¡Ay!, ¿en dón<strong>de</strong> su rastro <strong>de</strong>jaron,<br />

En dón<strong>de</strong>, alma mía?<br />

Poema 33<br />

En sus ojos rasgados y azules,<br />

don<strong>de</strong> brilla el candor <strong>de</strong> los ángeles,<br />

ver creía la sombra siniestra<br />

<strong>de</strong> todos los males.<br />

En sus anchas y negras pupilas,<br />

don<strong>de</strong> luz y tinieblas combaten,<br />

ver creía el sereno y hermoso<br />

resplandor <strong>de</strong> la dicha inefable.<br />

Del amor espejismos traidores,<br />

risueños, fugaces...<br />

cuando vuestro fulgor sobrehumano<br />

se disipa... ¡qué <strong>de</strong>nsas, qué gran<strong>de</strong>s<br />

son las sombras que envuelven las almas<br />

a quienes con vuestros reflejos cegasteis!<br />

POEMAS<br />

Rosalía <strong>de</strong> Castro<br />

Poema 26<br />

Ya no mana la fuente, se agotó el manantial;<br />

ya el viajero allí nunca va su sed a apagar.<br />

Ya no brota la hierba, ni florece el narciso,<br />

ni en los aires esparcen su fragancia los lirios.<br />

Sólo el cauce arenoso <strong>de</strong> la seca corriente<br />

le recuerda al sediento el horror <strong>de</strong> la muerte.<br />

¡Mas no importa!; a lo lejos otro arroyo murmura<br />

don<strong>de</strong> humil<strong>de</strong>s violetas el espacio perfuman.<br />

Y <strong>de</strong> un sauce el ramaje, al mirarse en las ondas,<br />

tien<strong>de</strong> en torno <strong>de</strong>l agua su fresquísima sombra.<br />

El sediento viajero que el camino atraviesa,<br />

hume<strong>de</strong>ce los labios en la linfa serena<br />

<strong>de</strong>l arroyo que el árbol con sus ramas sombrea,<br />

y dichoso se olvida <strong>de</strong> la fuente ya seca.<br />

Poema<br />

Todas las campanas con eco pausado<br />

doblaron a muerto:<br />

las <strong>de</strong> la basílica, las <strong>de</strong> las iglesias,<br />

las <strong>de</strong> los conventos.<br />

Des<strong>de</strong> el alba hasta entrada la noche<br />

no cesó el funeral clamoreo.<br />

¡Qué pompa! ¡Qué lujo!<br />

¡Qué fausto! ¡Qué entierro!<br />

Pero no hubo ni adioses ni lágrimas,<br />

ni suspiros en torno <strong>de</strong>l féretro...<br />

¡Gran<strong>de</strong>s voces sí que hubo! Y cantáronle,<br />

cuando le enterraron, un réquiem soberbio.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!