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ECCLESIA IN AMERICA

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Para que la respuesta al desafío de las sectas sea eficaz, se requiere una adecuada<br />

coordinación de las iniciativas a nivel supradiocesano, con el objeto de realizar una<br />

cooperación mediante proyectos comunes que puedan dar mayores frutos. (287)<br />

La misión “ad gentes”<br />

74. Jesucristo confió a su Iglesia la misión de evangelizar a todas las naciones: “Id, pues, y<br />

haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del<br />

Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” (Mt 28, 19-20). La<br />

conciencia de la universalidad de la misión evangelizadora que la Iglesia ha recibido debe<br />

permanecer viva, como lo ha demostrado siempre la historia del pueblo de Dios que<br />

peregrina en América. La evangelización se hace más urgente respecto a aquéllos que<br />

viviendo en este Continente aún no conocen el nombre de Jesús, el único nombre dado a<br />

los hombres para su salvación (Cf. Hch 4, 12). Lamentablemente, este nombre es<br />

desconocido todavía en gran parte de la humanidad y en muchos ambientes de la sociedad<br />

americana. Baste pensar en las etnias indígenas aún no cristianizadas o en la presencia de<br />

religiones no cristianas, como el Islam, el Budismo o el Hinduismo, sobre todo en los<br />

inmigrantes provenientes de Asia.<br />

Ello obliga a la Iglesia universal, y en particular a la Iglesia en América, a permanecer<br />

abierta a la misión ad gentes. (288) El programa de una nueva evangelización en el<br />

Continente, objetivo de muchos proyectos pastorales, no puede limitarse a revitalizar la fe<br />

de los creyentes rutinarios, sino que ha de buscar también anunciar a Cristo en los<br />

ambientes donde es desconocido.<br />

Además, las Iglesias particulares de América están llamadas a extender su impulso<br />

evangelizador más allá de sus fronteras continentales. No pueden guardar para sí las<br />

inmensas riquezas de su patrimonio cristiano. Han de llevarlo al mundo entero y<br />

comunicarlo a aquéllos que todavía lo desconocen. Se trata de muchos millones de<br />

hombres y mujeres que, sin la fe, padecen la más grave de las pobrezas. Ante esta pobreza<br />

sería erróneo no favorecer una actividad evangelizadora fuera del Continente con el<br />

pretexto de que todavía queda mucho por hacer en América o en la espera de llegar antes a<br />

una situación, en el fondo utópica, de plena realización de la Iglesia en América.<br />

Con el deseo de que el Continente americano participe, de acuerdo con su vitalidad<br />

cristiana, en la gran tarea de la misión ad gentes, hago mías las propuestas concretas que<br />

los Padres sinodales presentaron en orden a “fomentar una mayor cooperación entre las<br />

Iglesias hermanas; enviar misioneros (sacerdotes, consagrados y fieles laicos) dentro y fuera<br />

del Continente; fortalecer o crear Institutos misionales; favorecer la dimensión misionera de<br />

la vida consagrada y contemplativa; dar un mayor impulso a la animación, formación y<br />

organización misional”. (289) Estoy seguro de que el celo pastoral de los Obispos y de los<br />

demás hijos de la Iglesia en toda América sabrá encontrar iniciativas concretas, incluso a<br />

nivel internacional, que lleven a la práctica, con gran dinamismo y creatividad, estos<br />

propósitos misionales.

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