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ECCLESIA IN AMERICA

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extraen las drogas. A este respecto, las Organizaciones internacionales pueden prestar una<br />

colaboración preciosa a los Gobiernos nacionales favoreciendo, con incentivos diversos,<br />

las producciones agrícolas alternativas. Se ha de alentar también la acción de quienes se<br />

esfuerzan en sacar de la droga a los que la usan, dedicando una atención pastoral a las<br />

víctimas de la tóxicodependencia. Tiene una importancia fundamental ofrecer el verdadero<br />

“sentido de la vida” a las nuevas generaciones, que por carencia del mismo acaban por<br />

caer frecuentemente en la espiral perversa de los estupefacientes. Este trabajo de<br />

recuperación y rehabilitación social puede ser también una verdadera y propia tarea de<br />

evangelización. (225)<br />

La carrera de armamentos<br />

62. Un factor que paraliza gravemente el progreso de no pocas naciones de América es la<br />

carrera de armamentos. Desde las Iglesias particulares de América debe alzarse una voz<br />

profética que denuncie tanto el armamentismo como el escandaloso comercio de armas de<br />

guerra, el cual emplea sumas ingentes de dinero que deberían, en cambio, destinarse a<br />

combatir la miseria y a promover el desarrollo. (226) Por otra parte, la acumulación de<br />

armamentos es un factor de inestabilidad y una amenaza para la paz. (227) Por esto, la<br />

Iglesia está vigilante ante el riesgo de conflictos armados, incluso, entre naciones hermanas.<br />

Ella, como signo e instrumento de reconciliación y paz, ha de procurar “por todos los<br />

medios posibles, también por el camino de la mediación y del arbitraje, actuar en favor de<br />

la paz y de la fraternidad entre los pueblos”. (228)<br />

Cultura de la muerte y sociedad dominada por los poderosos<br />

63. Hoy en América, como en otras partes del mundo, parece perfilarse un modelo de<br />

sociedad en la que dominan los poderosos, marginando e incluso eliminando a los débiles.<br />

Pienso ahora en los niños no nacidos, víctimas indefensas del aborto; en los ancianos y<br />

enfermos incurables, objeto a veces de la eutanasia; y en tantos otros seres humanos<br />

marginados por el consumismo y el materialismo. No puedo ignorar el recurso no<br />

necesario a la pena de muerte cuando otros “medios incruentos bastan para defender y<br />

proteger la seguridad de las personas contra el agresor [...] En efecto, hoy, teniendo en<br />

cuenta las posibilidades de que dispone el Estado para reprimir eficazmente el crimen<br />

dejando inofensivo a quien lo ha cometido, sin quitarle definitivamente la posibilidad de<br />

arrepentirse, los casos de absoluta necesidad de eliminar al reo “son ya muy raros, por no<br />

decir prácticamente inexistentes”“. (229) Semejante modelo de sociedad se caracteriza por<br />

la cultura de la muerte y, por tanto, en contraste con el mensaje evangélico. Ante esta<br />

desoladora realidad, la Comunidad eclesial trata de comprometerse cada vez más en<br />

defender la cultura de la vida.<br />

Por ello, los Padres sinodales, haciéndose eco de los recientes documentos del Magisterio<br />

de la Iglesia, han subrayado con vigor la incondicionada reverencia y la total entrega a<br />

favor de la vida humana desde el momento de la concepción hasta el momento de la<br />

muerte natural, y expresan la condena de males como el aborto y la eutanasia. Para<br />

mantener estas doctrinas de la ley divina y natural, es esencial promover el conocimiento<br />

de la doctrina social de la Iglesia, y comprometerse para que los valores de la vida y de la<br />

familia sean reconocidos y defendidos en el ámbito social y en la legislación del Estado.

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