ECCLESIA IN AMERICA
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Hay un segundo ámbito en el que muchos fieles laicos están llamados a trabajar, y que<br />
puede llamarse “intraeclesial”. Muchos laicos en América sienten el legítimo deseo de<br />
aportar sus talentos y carismas a “la construcción de la comunidad eclesial como delegados<br />
de la Palabra, catequistas, visitadores de enfermos o de encarcelados, animadores de<br />
grupos etc.”. (162) Los Padres sinodales han manifestado el deseo de que la Iglesia<br />
reconozca algunas de estas tareas como ministerios laicales, fundados en los sacramentos<br />
del Bautismo y la Confirmación, dejando a salvo el carácter específico de los ministerios<br />
propios del sacramento del Orden. Se trata de un tema vasto y complejo para cuyo estudio<br />
constituí, hace ya algún tiempo, una Comisión especial (163) y sobre el que los organismos<br />
de la Santa Sede han ido señalando paulatinamente algunas pautas directivas. (164) Se ha<br />
de fomentar la provechosa cooperación de fieles laicos bien preparados, hombres y<br />
mujeres, en diversas actividades dentro de la Iglesia, evitando, sin embargo, una posible<br />
confusión con los ministerios ordenados y con las actividades propias del sacramento del<br />
Orden, a fin de distinguir bien el sacerdocio común de los fieles del sacerdocio ministerial.<br />
A este respecto, los Padres sinodales han sugerido que las tareas confiadas a los laicos sean<br />
bien “distintas de aquellas que son etapas para el ministerio ordenado” (165) y que los<br />
candidatos al sacerdocio reciben antes del presbiterado. Igualmente se ha observado que<br />
estas tareas laicales “no deben conferirse sino a personas, varones y mujeres, que hayan<br />
adquirido la formación exigida, según criterios determinados: una cierta permanencia, una<br />
real disponibilidad con respecto a un determinado grupo de personas, la obligación de dar<br />
cuenta a su propio Pastor”. (166) De todos modos, aunque el apostolado intraeclesial de los<br />
laicos tiene que ser estimulado, hay que procurar que este apostolado coexista con la<br />
actividad propia de los laicos, en la que no pueden ser suplidos por los sacerdotes: el<br />
ámbito de la realidades temporales.<br />
Dignidad de la mujer<br />
45. Merece una especial atención la vocación de la mujer. Ya en otras ocasiones he<br />
querido expresar mi aprecio por la aportación específica de la mujer al progreso de la<br />
humanidad y reconocer sus legítimas aspiraciones a participar plenamente en la vida<br />
eclesial, cultural, social y económica. (167) Sin esta aportación se perderían algunas<br />
riquezas que sólo el “genio de la mujer” (168) puede aportar a la vida de la Iglesia y de la<br />
sociedad misma. No reconocerlo sería una injusticia histórica especialmente en América, si<br />
se tiene en cuenta la contribución de las mujeres al desarrollo material y cultural del<br />
Continente, como también a la transmisión y conservación de la fe. En efecto, “su papel fue<br />
decisivo sobre todo en la vida consagrada, en la educación, en el cuidado de la salud”.<br />
(169)<br />
En varias regiones del Continente americano, lamentablemente, la mujer es todavía objeto<br />
de discriminaciones. Por eso se puede decir que el rostro de los pobres en América es<br />
también el rostro de muchas mujeres. En este sentido, los Padres sinodales han hablado de<br />
un “aspecto femenino de la pobreza”. (170) La Iglesia se siente obligada a insistir sobre la<br />
dignidad humana, común a todas las personas. Ella “denuncia la discriminación, el abuso<br />
sexual y la prepotencia masculina como acciones contrarias al plan de Dios”. (171) En<br />
particular, deplora como abominable la esterilización, a veces programada, de las mujeres,<br />
sobre todo de las más pobres y marginadas, que es practicada a menudo de manera