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ECCLESIA IN AMERICA

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El trabajo de discernimiento de los carismas particulares debe llevar también a valorizar<br />

aquellos sacerdotes que se consideren adecuados para realizar ministerios particulares. A<br />

todos los sacerdotes, además, se les pide que presten su ayuda fraterna en el presbiterio y<br />

que recurran al mismo con confianza en caso de necesidad.<br />

Ante la espléndida realidad de tantos sacerdotes en América que, con la gracia de Dios, se<br />

esfuerzan por hacer frente a un quehacer tan grande, hago mío el deseo de los Padres<br />

sinodales de reconocer y alabar “la inagotable entrega de los sacerdotes, como pastores,<br />

evangelizadores y animadores de la comunión eclesial, expresando gratitud y dando<br />

ánimos a los sacerdotes de toda América que dan su vida al servicio del Evangelio”. (130)<br />

Fomentar la pastoral vocacional<br />

40. El papel indispensable del sacerdote en la comunidad ha de hacer conscientes a todos<br />

los hijos de la Iglesia en América de la importancia de la pastoral vocacional. El Continente<br />

americano cuenta con una juventud numerosa, rica en valores humanos y religiosos. Por<br />

ello, se han de cultivar los ambientes en que nacen las vocaciones al sacerdocio y a la vida<br />

consagrada e invitar a las familias cristianas para que ayuden a sus hijos cuando se sientan<br />

llamados a seguir este camino. (131) En efecto, las vocaciones “son un don de Dios” y<br />

“surgen en las comunidades de fe, ante todo, en la familia, en la parroquia, en las escuelas<br />

católicas y en otras organizaciones de la Iglesia. Los Obispos y presbíteros tienen la<br />

especial responsabilidad de estimular tales vocaciones mediante la invitación personal, y<br />

principalmente por el testimonio de una vida de fidelidad, alegría, entusiasmo y santidad.<br />

La responsabilidad para reunir vocaciones al sacerdocio pertenece a todo el pueblo de Dios<br />

y encuentra su mayor cumplimiento en la oración continua y humilde por las vocaciones”.<br />

(132)<br />

Los seminarios, como lugares de acogida y formación de los llamados al sacerdocio, han de<br />

preparar a los futuros ministros de la Iglesia para que “vivan en una sólida espiritualidad de<br />

comunión con Cristo Pastor y de docilidad a la acción del Espíritu, que los hará<br />

especialmente capaces de discernir las expectativas del pueblo de Dios y los diversos<br />

carismas, y de trabajar en común”. (133) Por ello, en los seminarios “se ha de insistir<br />

especialmente en la formación específicamente espiritual, de modo que por la conversión<br />

continua, la actitud de oración, la recepción de los sacramentos de la Eucaristía y la<br />

penitencia, los candidatos se formen al encuentro con el Señor y se preocupen de<br />

fortificarse para la generosa entrega pastoral”. (134) Los formadores han de preocuparse de<br />

acompañar y guiar a los seminaristas hacia una madurez afectiva que los haga aptos para<br />

abrazar el celibato sacerdotal y capaces de vivir en comunión con sus hermanos en la<br />

vocación sacerdotal. Han de promover también en ellos la capacidad de observación<br />

crítica de la realidad circundante que les permita discernir sus valores y contravalores, pues<br />

esto es un requisito indispensable para entablar un diálogo constructivo con el mundo de<br />

hoy.<br />

Una atención particular se debe dar a las vocaciones nacidas entre los indígenas; conviene<br />

proporcionar una formación inculturada en sus ambientes. Estos candidatos al sacerdocio,<br />

mientras reciben la adecuada formación teológica y espiritual para su futuro ministerio, no<br />

deben perder las raíces de su propia cultura. (13)

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