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ECCLESIA IN AMERICA

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La Eucaristía es el lugar privilegiado para el encuentro con Cristo vivo. Por ello los Pastores<br />

del pueblo de Dios en América, a través de la predicación y la catequesis, deben esforzarse<br />

en “dar a la celebración eucarística dominical una nueva fuerza, como fuente y<br />

culminación de la vida de la Iglesia, prenda de su comunión en el Cuerpo de Cristo e<br />

invitación a la solidaridad como expresión del mandato del Señor: “que os améis los unos a<br />

los otros, como yo os he amado” (Jn 13, 34)”. (110) Como sugieren los Padres sinodales,<br />

dicho esfuerzo debe tener en cuenta varias dimensiones fundamentales. Ante todo, es<br />

necesario que los fieles sean conscientes de que la Eucaristía es un inmenso don, a fin de<br />

que hagan todo lo posible para participar activa y dignamente en ella, al menos los<br />

domingos y días festivos. Al mismo tiempo, se han de promover “todos los esfuerzos de los<br />

sacerdotes para hacer más fácil esa participación y posibilitarla en las comunidades<br />

lejanas”. (111) Habrá que recordar a los fieles que “la participación plena en ella,<br />

consciente y activa, aunque es esencialmente distinta del oficio del sacerdote ordenado, es<br />

una actuación del sacerdocio común recibido en el Bautismo”. (112)<br />

La necesidad de que los fieles participen en la Eucaristía y las dificultades que surgen por la<br />

escasez de sacerdotes, hacen patente la urgencia de fomentar las vocaciones sacerdotales.<br />

(113) Es también necesario recordar a toda la Iglesia en América “el lazo existente entre la<br />

Eucaristía y la caridad”, (114) lazo que la Iglesia primitiva expresaba uniendo el ágape con<br />

la Cena eucarística. (115) La participación en la Eucaristía debe llevar a una acción<br />

caritativa más intensa como fruto de la gracia recibida en este sacramento.<br />

Los Obispos, promotores de comunión<br />

36. La comunión en la Iglesia, precisamente porque es un signo de vida, debe crecer<br />

continuamente. En consecuencia, los Obispos, recordando que “son, individualmente, el<br />

principio y fundamento visible de unidad en sus Iglesias particulares”, (116) deben sentirse<br />

llamados a promover la comunión en su propia diócesis para que sea más eficaz el<br />

esfuerzo por la nueva evangelización de América. El esfuerzo comunitario se ve facilitado<br />

por los organismos previstos por el Concilio Vaticano II como apoyo de la actividad del<br />

Obispo diocesano, los cuales han sido definidos más detalladamente por la legislación<br />

postconciliar. (117) “Corresponde al Obispo, con la cooperación de los sacerdotes, los<br />

diáconos, los consagrados y los laicos [...] realizar un plan de acción pastoral de conjunto,<br />

que sea orgánico y participativo, que llegue a todos los miembros de la Iglesia y suscite su<br />

conciencia misionera”. (118)<br />

Cada Ordinario debe promover en los sacerdotes y fieles la conciencia de que la diócesis<br />

es la expresión visible de la comunión eclesial, que se forma en la mesa de la Palabra y de<br />

la Eucaristía en torno al Obispo, unido con el Colegio episcopal y bajo su Cabeza, el<br />

Romano Pontífice. Ella en cuanto Iglesia particular tiene la misión de empezar y fomentar<br />

el encuentro de todos los miembros del pueblo de Dios con Jesucristo, (119) en el respeto<br />

y promoción de la pluralidad y de la diversidad que no obstaculizan la unidad, sino que le<br />

confieren el carácter de comunión. (120) Un conocimiento más profundo de lo que es la<br />

Iglesia particular favorecerá ciertamente el espíritu de participación y corresponsabilidad en<br />

la vida de los organismos diocesanos. (121)

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