Obras completas Leyendas y cartas.pdf - Ataun
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La superiora, las monjas y algunos de los fieles corrieron a la tribuna. ¡Miradle! ¡Miradle! -decía la joven fijando sus desencajados ojos en el banquillo, de donde se había levantado asombrada para agarrarse con sus manos convulsas al barandal de la tribuna. Todo el mundo fijó sus miradas en aquel punto. El órgano estaba solo, y no obstante, el órgano seguía sonando... sonando como sólo los arcángeles podrían imitarlo en sus raptos de místico alborozo. -¡No os lo dije yo una y mil veces, mi señora doña Baltasara, no os lo dije yo!... ¡Aquí hay busilis! Oídlo; ¡qué!, ¿no estuvisteis anoche en la Misa del Gallo? Pero, en fin, ya sabréis lo que pasó. En toda Sevilla no se habla de otra cosa... El señor arzobispo está hecho y con razón una furia... Haber dejado de asistir a Santa Inés; no haber podido presenciar el portento... y ¿para qué?, para oír una cencerrada; porque personas que lo oyeron dicen que lo que hizo el dichoso organista de San Bartolomé en la catedral no fue otra cosa... -Si lo decía yo. Eso no puede haberlo tocado el bisojo, mentira... aquí hay busilis, y el busilis era, en efecto, el alma de maese Pérez.
Los ojos verdes Hace mucho tiempo que tenía ganas de escribir cualquier cosa con este título. Hoy, que se me ha presentado ocasión, lo he puesto con letras grandes en la primera cuartilla de papel, y luego he dejado a capricho volar la pluma. Yo creo que he visto unos ojos como los que he pintado en esta leyenda. No sé si en sueños, pero yo los he visto. De seguro no los podré describir tales cuales ellos eran: luminosos, transparentes como las gotas de la lluvia que se resbalan sobre las hojas de los árboles después de una tempestad de verano. De todos modos, cuento con la imaginación de mis lectores para hacerme comprender en este que pudiéramos llamar boceto de un cuadro que pintaré algún día. I -Herido va el ciervo... herido va; no hay duda. Se ve el rastro de la sangre entre las zarzas del monte, y al saltar uno de esos lentiscos han flaqueado sus piernas... Nuestro joven señor comienza por donde otros acaban... en cuarenta años de montero no he visto mejor golpe... Pero. ¡por San
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Hace mucho tiempo que tenía ganas de escribir<br />
cualquier cosa con este título.<br />
Hoy, que se me ha presentado ocasión, lo<br />
he puesto con letras grandes en la primera cuartilla<br />
de papel, y luego he dejado a capricho volar la pluma.<br />
Yo creo que he visto unos ojos como los<br />
que he pintado en esta leyenda. No sé si en sueños,<br />
pero yo los he visto. De seguro no los podré describir<br />
tales cuales ellos eran: luminosos, transparentes<br />
como las gotas de la lluvia que se resbalan sobre<br />
las hojas de los árboles después de una tempestad<br />
de verano. De todos modos, cuento con la imaginación<br />
de mis lectores para hacerme comprender en<br />
este que pudiéramos llamar boceto de un cuadro<br />
que pintaré algún día.<br />
I<br />
-Herido va el ciervo... herido va; no hay duda.<br />
Se ve el rastro de la sangre entre las zarzas del<br />
monte, y al saltar uno de esos lentiscos han flaqueado<br />
sus piernas... Nuestro joven señor comienza<br />
por donde otros acaban... en cuarenta años de<br />
montero no he visto mejor golpe... Pero. ¡por San