Obras completas Leyendas y cartas.pdf - Ataun
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Carta tercera Queridos amigos: Hace dos o tres días, andando a la casualidad por entre estos montes, y habiéndome alejado más de lo que acostumbro en mis paseos matinales, acerté a descubrir casi oculto entre las quiebras del terreno y fuera de todo camino un pueblecillo, cuya situación, por extremo pintoresca, me agradó tanto que no pude por menos de aproximarme a él para examinarlo a mis anchas. Ni aun pregunté su nombre; y si mañana o el otro quisiera buscarlo por su situación en el mapa, creo que no lo encontraría: tan pequeño es y tan olvidado parece entre las ásperas sinuosidades del Moncayo. Figúrense ustedes, en el declive de una montaña inmensa y sobre una roca que parece servirle de pedestal, un castillo del que sólo quedan en pie la torre del homenaje y algunos lienzos de muro carcomidos y musgosos: agrupadas alrededor de este esqueleto de fortaleza, cual si quisiesen todavía dormir seguras a su sombra como en la edad de hierro en que debió de alzarse, se ven algunas casas, pequeñas heredades con sus bardales de heno, sus tejados rojizos, y sus chimeneas desiguales y puntiagudas, por cima de las que se eleva el campanario de la parroquia con su reloj de sol, su esquiloncillo que llama a la primera misa, y su gallo
de hoja de lata que gira en lo alto de la veleta a merced de los vientos. Una senda que sigue el curso del arroyo que cruza el valle serpenteando por entre los cuadros de los trigos, verdes y tirantes como el paño de una mesa de billar, sube dando vueltas a los amontonados pedruscos sobre que se asienta el pueblo, hasta el punto en que un pilarote de ladrillos con una cruz en el remate señala la entrada. Sucede con estos pueblecitos tan pintorescos, cuando se ven en lontananza tantas líneas caprichosas, tantas chimeneas arrojando pilares de humo azul, tantos árboles y peñas y accidentes artísticos, lo que con otras muchas cosas del mundo, en que todo es cuestión de la distancia a que se miran; y la mayor parte de las veces, cuando se llega a ellos, la poesía se convierte en prosa. Ya en la cruz de la entrada, lo que pude descubrir del interior del lugar no me pareció, en efecto, que respondía ni con mucho a su perspectiva; de modo que, no queriendo arriesgarme por sus estrechas, sucias y empinadas callejas, comencé a costearlo, y me dirigí a una reducida llanura que se descubre a su espalda, dominada sólo por la iglesia y el castillo. Allí, en unos campos de trigo, y junto a dos o tres nogales aislados que comenzaban a cubrirse de hojas, está
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Una senda que sigue el curso del arroyo<br />
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pedruscos sobre que se asienta el pueblo,<br />
hasta el punto en que un pilarote de ladrillos con<br />
una cruz en el remate señala la entrada. Sucede<br />
con estos pueblecitos tan pintorescos, cuando se<br />
ven en lontananza tantas líneas caprichosas, tantas<br />
chimeneas arrojando pilares de humo azul, tantos<br />
árboles y peñas y accidentes artísticos, lo que con<br />
otras muchas cosas del mundo, en que todo es<br />
cuestión de la distancia a que se miran; y la mayor<br />
parte de las veces, cuando se llega a ellos, la poesía<br />
se convierte en prosa. Ya en la cruz de la entrada,<br />
lo que pude descubrir del interior del lugar no<br />
me pareció, en efecto, que respondía ni con mucho<br />
a su perspectiva; de modo que, no queriendo<br />
arriesgarme por sus estrechas, sucias y empinadas<br />
callejas, comencé a costearlo, y me dirigí a una<br />
reducida llanura que se descubre a su espalda,<br />
dominada sólo por la iglesia y el castillo. Allí, en<br />
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