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Dios el Padre tiene un misterio: CRISTO (Col. 1:26-27).Cristo, a su vez tiene un misterio: la<br />
IGLESIA (Efesios 3:10, entre otros). Y la iglesia también tiene un misterio: la PIEDAD (1 Ti. 3:16) cuya<br />
profunda semántica no se agota en el singular hecho de que Dios se haya manifestado en carne en la<br />
humanización de Jesucristo. Esa unión hipostática de la naturaleza humana con la divina que va más allá<br />
y abarca conceptualmente la unión del ser humano con la persona misma de Dios, lo terrenal unido a lo<br />
trascendente, en el desarrollo metafísico más incognoscible. El oro y el barro: Dios habitando en los<br />
hombres.<br />
Cantamos "De gloria en gloria te veo, cuanto más te conozco, quiero saber más de ti... quiero ser<br />
más como tú, ver la vida como tú", pero ¿no son veces expresiones dichas por costumbre? Ahora la<br />
canción no podía ser más acertada. Reconoce que el secreto de la transformación a la misma imagen del<br />
Señor está en esa metamorfosis de la que habla 2 Corintios 3:18: "nosotros todos, mirando a cara<br />
descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma<br />
imagen, como por el Espíritu del Señor". Cuando uno se vuelve al Señor se quita un velo, dice Pablo. El<br />
Señor (Cristo) es el Espíritu que vivifica (2 Co. 3:6, 1 Co. 15:45). Mirar la gloria del Señor a cara<br />
descubierta significa que nosotros podemos verle, conocerle. Reflejarle es hacer posible que los otros<br />
puedan verlo a él a través de nosotros. Somos como espejos que reflejan a Cristo y su gloria, por eso<br />
nuestra cara debe estar completamente “descubierta”, a fin de ver y reflejar sin impedimentos.<br />
Precisamente para esto Cristo habita dentro de nosotros, para que seamos uno con él y seamos<br />
transformados a la imagen del Señor, ¡esto es glorioso! Nuestra función es imitarle, mimetizarnos con él,<br />
que la gente no nos vea a nosotros sino a él. En esta función está ocupado, trabaja dentro de nosotros,<br />
para que nos rindamos a él y seamos usados por él.<br />
Existe una tradición entre los indios del noroeste de los Estados Unidos. Cuando el alfarero viejo va<br />
a dejar su oficio celebra un rito en el que entrega a un joven discípulo su mejor obra, la que considera el<br />
fruto de largos años de experiencia, la que refleja su capacidad, su conocimiento, el resultado de su<br />
experiencia. En resumidas cuentas, esa pieza habla de hasta dónde ha podido llegar en el<br />
perfeccionamiento de su arte. Lo curioso es que tal objeto no es para ser admirado, reverenciado como<br />
una reliquia, ni para ser expuesto en la vitrina de algún museo. La ceremonia consiste, así lo manda la<br />
tradición, en que el joven alfarero toma la preciada obra y la estrella contra el suelo, la destroza en miles<br />
de pedacitos, los que mezcla con su masa, su propia arcilla, y forma una sola masa.<br />
No podía menos que imaginar que igual sucede con nosotros. No es el propósito divino que sólo<br />
adoremos y reverenciemos a Cristo. Él no es nuestro prócer, expuesto en algún cuadro, vitrina o retablo,<br />
una persona ejemplar pero ajena a nosotros. Él murió y resucitó para "mezclarse" con nosotros, de tal<br />
manera que pudiera expresarse a través nuestro, ocupando todos los espacios de nuestro ser.<br />
Si muero a mi ego, si permito que transforme cada día mi carácter de manera que sea más parecido a él<br />
cada día, estaré en el centro de este misterio, grande, pero factible; increíble, pero real.