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CAPITULO VII Imaginen los lectores, que yo no lo tratarS de des­ cribir, cuan rapido y delicioses les corrian les dias a los dos jovenes amantes disfrutando en secreto sus fur- tivos amores a la sombra de las flerestas virgenes, al murmullo de los riachueles del desierto. Venus y Adonis vagando por los vegeles de Idalia, Diana y Endimion, per las selvas de Tesalia, no gozaron momentes mas venture- ses que nuestros des jovenes sertanejes, a la sembra de las florestas americanas. Mas esa buenaventuranza ne debia durar mucho tiempo, come toda aquella que previene de una fuente impura y viciada. Las puertas de aquel paraise de delicias de- vian series trancadas, come le fueron a les primeres pa­ dres de la humanidad, que merdieron del fruto vedade per expresa determinacion divina. Carlito era liviane y voluble, ceme el nine que era. Despues de haberse embriagado largamente de veluptuesi­ dad 229 en los brazes amereses de la cabocla hechicera, comenzo a sentir el cansancio, a hartarse come el convidado, re­ plete despuSs de una larga noche de orgia. Poco a poco 142

y sin sentirlo. Si iba escaseando sus caricias y ya no 143 era tan asiduo y extremado al pie de su amante. Jupira, al contrario, cada vez le amaba con mas ardor, y seria capaz de pasar la eternidad en los brazos de el sin la menor quiebra en la exaltacion de sus afectos. Le dolia cruelmente en lo intime del alma aquel enfriamiente de las pasienes del moze, mas Jupira no sabia quejarse, ni llerar. ICuantas veces iba ella al apetecible remanso del Rie Verde, donde acestumbraba bafiarse, sitio favorite de sus furtivas entrevistas y alll se quedaba largo rate sentada con la mane en la cara para ejear el fondo llm­ pido del rio a esperar en vane per el negligente y elvi- dadizo amante que ne venia.' Una tristeza mortal le pesaba sobre el corazon y cansada de esperar, regresaba a su casa con la frente baja y a pases lentos. 6QuS tienes, Jupira?. . .ien quS estas aqui medi- tande asi tan triste?. . .le dijo Carlito un dia en que la encontro en aquella postura triste, pensativa, en la ribera del rio. 1 Ah.' I Carlito.' i Carlito i. . .iper quS razon no me quieres mas? La tortola viuda no sabria gemir con mas tristeza 230

CAPITULO VII<br />

Imaginen los lectores, que yo no lo tratarS de des­<br />

cribir, cuan rapido y delicioses les corrian les dias a<br />

los dos jovenes amantes disfrutando en secreto sus fur-<br />

tivos amores a la sombra de las flerestas virgenes, al<br />

murmullo de los riachueles del desierto. Venus y Adonis<br />

vagando por los vegeles de Idalia, Diana y Endimion, per<br />

las selvas de Tesalia, no gozaron momentes mas venture-<br />

ses que nuestros des jovenes sertanejes, a la sembra de<br />

las florestas americanas.<br />

Mas esa buenaventuranza ne debia durar mucho tiempo,<br />

come toda aquella que previene de una fuente impura y<br />

viciada. Las puertas de aquel paraise de delicias de-<br />

vian series trancadas, come le fueron a les primeres pa­<br />

dres de la humanidad, que merdieron del fruto vedade per<br />

expresa determinacion divina.<br />

Carlito era liviane y voluble, ceme el nine que era.<br />

Despues de haberse embriagado largamente de veluptuesi­<br />

dad<br />

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en los brazes amereses de la cabocla hechicera, comenzo<br />

a sentir el cansancio, a hartarse come el convidado, re­<br />

plete despuSs de una larga noche de orgia. Poco a poco<br />

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