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corazón de tinta - bibliotecaelroble

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oído, en voz muy baja, para que Basta no se enterase <strong>de</strong> que las dos<br />

mujeres con<strong>de</strong>nadas a morir con él se conocían <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que la más<br />

joven había aprendido a andar entre aquellas estanterías infinitas y por<br />

entonces abarrotadas.<br />

Basta no se encontraba bien. Siempre que lo miraban veían sus<br />

manos aferradas a los barrotes <strong>de</strong> la verja, los nudillos blancos bajo la<br />

piel tostada por el sol. En una ocasión Elinor creyó oír sus sollozos,<br />

pero cuando los sacaron <strong>de</strong> las celdas tenía el rostro inexpresivo como<br />

el <strong>de</strong> un cadáver. En cuanto los encerraron en aquella jaula<br />

in<strong>de</strong>scriptible se acurrucó en un rincón y se quedó inmóvil como una<br />

muñeca con la que ya no juega nadie.<br />

La jaula olía a perros y a carne cruda, y <strong>de</strong> hecho parecía una<br />

perrera. Algunos <strong>de</strong> los hombres <strong>de</strong> Capricornio pasaban los cañones<br />

<strong>de</strong> sus escopetas por los barrotes <strong>de</strong> color grisáceo antes <strong>de</strong> sentarse<br />

en los bancos dispuestos para ellos. Basta, sobre todo, tuvo que sufrir<br />

tales mofas y escarnios que ni siquiera diez hombres los habrían<br />

soportado. El hecho <strong>de</strong> que no moviera ni un solo músculo <strong>de</strong>notaba<br />

su honda <strong>de</strong>sesperación.<br />

No obstante, Elinor y Teresa se mantuvieron lejos <strong>de</strong> él, en la<br />

medida en que la jaula lo permitía. También permanecieron lejos <strong>de</strong><br />

las rejas, <strong>de</strong> los <strong>de</strong>dos que las atravesaban, <strong>de</strong> las muecas que les<br />

hacían, <strong>de</strong> los cigarrillos encendidos que les arrojaban. Estaban muy<br />

juntas, alegres y al mismo tiempo tristes por haberse reunido al fin.<br />

En uno <strong>de</strong> los extremos <strong>de</strong> la plaza, justo a la entrada,<br />

cuidadosamente separadas <strong>de</strong> los hombres, se sentaban las mujeres<br />

que trabajaban para Capricornio. Allí no se vislumbraba la alegre<br />

excitación que reinaba entre los hombres. La mayoría <strong>de</strong> los rostros<br />

parecían <strong>de</strong>primidos y continuamente miraban a Teresa, llenas <strong>de</strong><br />

temor... y <strong>de</strong> compasión.<br />

Capricornio llegó cuando los largos bancos estuvieron ocupados<br />

hasta el último asiento. Para los chicos no había sitio, y se<br />

acomodaron en el suelo <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> los chaquetas negras. Capricornio<br />

avanzó con paso solemne, gesto hierático y sin fijarse en ellos, como<br />

si fueran una bandada <strong>de</strong> cuervos que se había congregado por or<strong>de</strong>n<br />

suya. Sólo aminoró el paso al pasar frente a la jaula que albergaba a<br />

sus tres prisioneros, para contemplar a cada uno <strong>de</strong> ellos con una<br />

mirada fugaz y rebosante <strong>de</strong> orgullo. Cuando su antiguo señor y<br />

maestro se <strong>de</strong>tuvo ante la reja, Basta regresó a la vida durante una<br />

fracción <strong>de</strong> segundo, alzó la cabeza y miró a Capricornio implorante<br />

como el perro que pi<strong>de</strong> perdón a su amo, pero su jefe prosiguió su

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