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corazón de tinta - bibliotecaelroble

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el jersey <strong>de</strong> Mo y se lo puso <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la cabeza.<br />

--¡Por favor! -musitó mientras abría el libro-. Por favor,<br />

transpórtame lejos <strong>de</strong> aquí, sólo durante una hora o dos, pero te lo<br />

ruego, llévame lejos, muy lejos.<br />

Fuera, el guardián farfulló algo entre dientes. Seguramente se<br />

aburría. El suelo <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra crujía bajo sus pies mientras caminaba <strong>de</strong><br />

un lado a otro, siempre por <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la puerta cerrada.<br />

--¡Lejos <strong>de</strong> aquí! -susurró Meggie-. ¡Llévame lejos, por favor!<br />

Recorrió las líneas <strong>de</strong>slizando su <strong>de</strong>do por el papel áspero como<br />

la arena, mientras sus ojos seguían las letras hacia otro lugar, más<br />

frío, hacia otra época, a una casa sin puertas cerradas ni hombres<br />

vestidos <strong>de</strong> negro.<br />

--Un momento <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la entrada <strong>de</strong>l hada, la ventana se<br />

abrió <strong>de</strong> un soplo dado por las pequeñas estrellas -susurró Meggie;<br />

podía oír su chirrido- y Peter Pan entró <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la habitación. Había<br />

llevado a Campanilla <strong>de</strong> Cobre durante una parte <strong>de</strong>l camino y en su<br />

mano veíanse todavía vestigios <strong>de</strong>l polvillo <strong>de</strong> las alas <strong>de</strong>l hada.<br />

«Hadas -pensó Meggie-. Comprendo que Dedo Polvoriento añore<br />

a las hadas.» Pero ahora este pensamiento estaba prohibido. No<br />

quería pensar en Dedo Polvoriento, sino sólo en Campanilla, y en<br />

Peter Pan, y en Wendy, acostada en su cama y sin saber todavía nada<br />

<strong>de</strong>l extraño chico que había entrado volando en su cuarto vestido <strong>de</strong><br />

hojas y telarañas.<br />

--«Campanilla <strong>de</strong> Cobre», llamó muy bajito <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

asegurarse <strong>de</strong> que los niños estaban dormidos. «¿Campanilla <strong>de</strong><br />

Cobre, dón<strong>de</strong> estás?» En aquel momento el hada estaba <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> un<br />

jarro, lo que le resultaba intensamente grato pues en su vida había<br />

estado en un lugar semejante.<br />

Campanilla. Meggie susurró el nombre nada menos que dos<br />

veces. Siempre le había gustado pronunciarlo, con la «p»<br />

<strong>de</strong>slizándose como un beso sobre los labios y luego ese pequeño<br />

empujón <strong>de</strong> la lengua contra los dientes.<br />

--«Vamos, sal <strong>de</strong> ese jarro y dime si sabes dón<strong>de</strong> han puesto mi<br />

sombra.» Un encantador tintinear <strong>de</strong> campanillas <strong>de</strong> oro fue la<br />

respuesta. Ese es el lenguaje <strong>de</strong> las hadas. Vosotros, queridos niños,<br />

no podéis escucharlas habitualmente, pero si las oyerais<br />

compren<strong>de</strong>ríais que antes las habíais oído ya alguna vez.<br />

«Si pudiera volar como Campanilla -pensó Meggie-, treparía al<br />

alféizar <strong>de</strong> la ventana y saldría volando. No tendría que preocuparme<br />

<strong>de</strong> las serpientes y encontraría a Mo antes <strong>de</strong> que viniera. Debe <strong>de</strong>

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